Lo que te cuento, no pasó en la época del futbol amateur
donde jugaban señoritos con bigotes ni
en un picado de barrio entre ex compañeros de secundaria. Fue no hace más de unos meses en una cancha de
Primera C.
Resulta que
los nuestros tenían que jugar un partido atrasado. Venía de varios meses atrás,
cuando el micro en el que iban pinchó una goma y no pudieron llegar porque el chofer no tenía rueda de
auxilio. Vos sabés cómo son estas cosas. Llamaron al rival y le explicaron y,
como buenos caballeros, los otros dijeron que suspendían el partido para más
adelante.
Ahora la
tabla venía más jodida. Los dos equipos llegábamos cabeza a cabeza y cada punto
servía para despegar y acercarse al puntero. Para colmo el ambiente estaba
medio caldeado porque el mandamás de ellos era el hermano mayor de un arquero
medio barrabrava que jugaba en primera y solía traer barras de los de la A, de
los verdaderamente pesados, con contactos políticos y todo.
A nosotros
no nos iba eso de la prepotencia y de los contactos políticos. No es que seamos
santos, pero tenemos las mañas de un club de pueblo. Conseguimos luces,
tribunas y hasta botines manguenado a los comerciantes, golpeando la puerta de
la fábrica más cercana y no nos metemos en las grandes batallas. No nos gusta y
además jamás nadie nos invitó.
El caso es
que llegó el día del partido y nuestros pibes venían sobreentrenados. El
técnico no les había dado descanso. Sábados, domingos, feriados, y algunas
noches hasta la madrugada entrenaron los muchachos sacándole el tiempo al sueño
porque ninguno es profesional ni cobra sueldo. Apenas unos viáticos y algún
equipo de ropa. Pero no más que eso así que los muchachos tenían que laburar en
lo que encontrasen. Algunos en las fábricas de la zona, otros, en comercios.
Los menos como profesores de educación física.
Entonces
ese día el encuentro estaba fijado temprano y algunos de los muchachos avisaron
que ellos no podían perderse el día de trabajo. Entonces se organizaron para
llegar en dos remises de vecinos que ponían el hombro y no les cobraban la
vuelta ni la espera con tal de entrar a la cancha. Los que tenían horarios más
flexibles, se apersonaron apenas pasado el mediodía en la cancha para viajar en
el micro con el técnico, el utilero y el set de camisetas, botines y pelotas.
Pero quiso
Dios o el Diablo, vaya a saber quién fue, que los operarios de un frigorífico
del Camino de Cintura decidiesen cortar la ruta para pedir aumento de sueldo y
el micro quedó atascado a unas 40 cuadras de la cancha de los rivales. Arriba,
parte del equipo, el técnico y el utilero meta mensaje de texto para pedir una
nueva prórroga.
Sin
embargo, ésta vez no les fue tan fácil. Los otros aseguraban que era un
despropósito, que el árbitro tenía que anular el partido por una ausencia
reiterada y que no llegaban porque les tenían miedo. Los nuestros les
respondieron con gritos y uno que otro insulto y que con el equipo que tenían
no atemorizaban a nadie.
El caso es
que a la hora fijada del micro ni noticias. Diez minutos después cayeron los
ocho que habían salido en los remises y llegaron por el Camino del Buen Ayre,
una vía alternativa que les exigieron los choferes para no exponer los autos..
Los pibes ni enterados del problema. Llegaban muertos de calor, cansados de su
jornada de trabajo, algunos en overoll y otros en alpargatas. Fue caer y que se
les viniesen encima los dirigentes, hinchas y hasta jugadores locales.
Volvieron
los llamados, esta vez entre los nuestros. Que apurensé. Que esto no se mueve.
Que vengan caminando porque sino perdemos. Y los otros varados en medio de un
mundo de camiones, micros y autos que no
se movía ni un milímetro ya que incluso las banquinas estaban repletas. Así que
la orden fue rendirse, al mejor estilo Lejano Oeste.
Pero los
ocho del remís no estaban dispuestos a entregarse tan rápido. Se metieron en el
vestuario dispuestos a vender cara su derrota. Como los equipos estaban en el
micro demorado consiguieron a préstamos las camisetas suplentes que los rivales
cedieron a regañadientes. Con los botines no hubo caso. Dos de los muchachos
salieron a la cancha en sus propias zapatillas, otros tantos cambiaron zapatos
con miembros de su propia hinchada mezclados entre la rival que llegaban a
alentarlos. Los más salieron en alpargatas o mocasines porque el árbitro no les
dio tiempo para negociar otro calzado.
Cuando
salieron a la cancha, la hinchada rival arrancó con los chiflidos y las
cargadas. Pero después fue verlos plantados en inferioridad de condiciones y
tenerles un poco de envidia y otro poco de lástima, no sé. El caso es que
surgió un aplauso desde algún rincón de la cancha. Y eso que jugaban sin
hinchas visitantes.
Me gustaría
contarte que nuestros gladiadores le pasaron por encima a los otros para dejar
bien guardado el honor del equipo. Pero
no fue así. Nos metieron seis goles. Con dos delanteros y dos defensores menos
que se habían quedado en el micro, los nuestros no daban abasto para frenar a
los rivales. Y ellos, con poco y nada,
llegaban y llegaban al arco.
A la media
hora, cuando iban 5 a
0 llegó el resto del equipo que había corrido varias cuadras por una
transversal al Camino de Cintura para tomarse un taxi. El árbitro se mostró
cauteloso y sólo dejó entrar a dos para no superra los cambios permitidos.
Claro que hubiésemos podido discutirle. Claro que la sonrisa del arquero ese de
primera que apuraba al juez para que fallase a su favor se nos hacía
insoportable y más de uno fantaseó con trompearlo para borrarle la mueca
socarrona de la cara.
Peor el
ejemplo lo dieron los pibes que estaban en la cancha. Ni se mosquearon y
siguieron corriendo como si les fuese la vida. Claro que no tenían continuidad
y ni siquiera pisaban el campo de ellos, pero llegó un momento que lo pusieron
tanto huevo que en la tribuna empezaron a corera algunos de los nombres
visitantes.
El equipo
completo se incorporó en el segundo tiempo después de que los recién llegados
se fundieron en un abrazo con los gladiadores que habían aguantado los colores
en la adversidad. El marcador no se movió pero ese día, cuando volvimos al
pueblo los bomberos tuvieron que poner una autobomba para pasear por las calles
a los ocho muchachos que se aguantaron medio partido en alpargatas y en
absoluta desventaja numérica. Los vecinos querían mostrarles su cariño y dejar
bien en claro que el resultado no tradujo en nada el heroismo que demostraron.
Según me
cuentan las andanzas de estos pibes llegaron hasta a las redes sociales donde
gente de países extranjeros les daba su apoyo y les trasmitía su cariño.
Perdimos por goleada, pero nuestro equipo trascendió las fronteras del pueblo.
¿Vos creés que ahora ese arquero de los rivales tendrá de qué reirse?
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