Es común que personas que han
vivido muchos años, digan que tiempos pasados fueron mejores. Yo creo que –fundamentalmente– en ese pasado éramos jóvenes, y eso hacía que
miráramos la vida con más optimismo, más alegría y casi con irresponsabilidad.
Por lo tanto, llego a la conclusión que todos los tiempos son lindos, y en
especial los de la juventud, porque nuestros mejores recuerdos parten desde esa
etapa.
Viví mis
primeros Carnavales por la década del 40. Es importante señalar una vez
más –aunque sea reiterativo– que el Uruguay y todos los países de la
región, vivían una situación económica brillante, consecuencia total y absoluta
de la guerra en Europa.
Uruguay
era un país de diversión todo el año, pero cuando llegaba el Carnaval era un
mes de fiesta contínua. El teatro Solís y el Artigas (estaba en Andes y
Colonia, esquina Sureste) dejaban sus espectáculos de teatro para convertirse
en hermosas salas de baile.
En el
Hotel Casino del Parque Rodó, en el Hotel Carrasco, y en cientos de clubes
dispersos por todos los barrios, se bailaba con las mejores orquestas típicas
del Río de la Plata. Excelentes conjuntos de Jazz, también llegaban a nuestro
país para participar del Carnaval montevideano. Distinto al de Brasil, pero
hermoso.
Tuvimos el
privilegio de que por muchos años, participara en esta fiesta el famoso y
brillante conjunto Los Lecuona Cuban Boys, que por aquel entonces era el mejor
en su género a nivel mundial. Esta orquesta espectáculo le daba a nuestro
Carnaval un toque distinto de esplendorosa factura musical. Sus coloridas
rumbas, Rumba Azul, Rumba Negra... Y de pronto, como si fuera un huracán
implacable que irrumpía del trópico, explotaba la conga y era el delirio, la
chispa que encendía a la juventud: "La conga de Jaruco viene
asomando..."
Y luego el
éxtasis, la pegadiza conga que compusieron en homenaje a nuestro país en 1942:
Carnaval del Uruguay. Ya nadie se quedaba mirando, todos a bailar, o formar
cadenas para cruzar el salón sin dejar títere con cabeza. Y por unos minutos,
el olvido del molesto lumbago por parte de los más veteranos.
La alegría
estallaba y contagiaba a los más tímidos, valorizada por la rica inspiración de
Armando Oréfice –director de los
Lecuona– y la excelente voz del Chiquito
Alvarado, que era uruguayo y de La Unión. Orquesta y público cantaban las
estrofas de Carnaval del Uruguay: "Me voy mi negra con mi alegre
conga..." Aquel público se deleitaba bailando a su compàs... y el
actual sigue disfrutándolo en las permanentes evocaciones que le dedican los
conjuntos carnavaleros de hoy.
El
prestigio del Carnaval montevideano en toda América, se asentó en varios
pivotes fundamentales: troupes, murgas, parodistas, conjuntos lubolos, y los
corsos en los distintos barrios, siempre con los hermosos coloridos de
disfraces, papelitos de colores y serpentinas.
Uno de los
destaques fue sin duda el tablado, que permitía que la risa y la música
alegraran la vida tranquila y monótona de nuestras barriadas. Según cuenta la
historia, a fines del siglo XIX, en Dieciocho de Julio y Sierra (hoy Fernández
Crespo), se construyó el primero. En el correr de los años, el éxito de la
iniciativa tuvo tales proyecciones que en 1930 figuraban inscriptos en la
Comisión de Fiestas alrededor de 400 tablados.
En los
comienzos se trataba de construcciones modestas: un piso que descansaba sobre
una docena de bidones o tanques, una baranda de madera y algunos chirimbolos
carnavalescos que lo distinguían como tal. Pero el asunto fue tomando vuelo a
medida que los años pasaban. La rivalidad de las barriadas para presentar cada
vez un tablado mejor, estimulaba a los vecinos y aquellos primeros tablones de
madera se fueron transformando poco a poco en obras de alto valor artístico
algunas, y otras en verdaderos aciertos de humor.
Para ese
entonces la Comisión de Fiestas decidió establecer premios para incentivar la
iniciativa popular. Y fue así como surgió el entusiasmo de la gente de los
barrios para colaborar con dinero y trabajo, que la Prensa difundió y elogió.
Se cuenta
que a principios del siglo pasado en Garibaldi y Gral. Flores se reunió el
vecindario en asamblea y decidió levantar un tablado. Pero se presentó un
difícil problema a resolver, porque por allí pasaba una línea de tranvía de
caballos; por lo tanto, la empresa de transporte opuso tenaz resistencia.
Los
vecinos insistían, pero la empresa no cedía. En esa discusión los días iban
pasando y había que construir el tablado antes del comienzo del Carnaval. De
pronto, un ingenioso vecino encontró una solución salomónica: construir el
tablado tendiendo un puente de vereda a vereda, para que por debajo pudiera
pasar el tranvía sin dificultades y sin riesgos. Sin duda fue una idea original
y que la gente bautizó con el nombre de "Puente de los Suspiros", que
se convirtió en la atracción máxima de aquel Carnaval.
Muchos
años después, en otro Carnaval famoso
–porque pasó prácticamente bajo agua–
en San Fructuoso y Gral. Flores, con mucho trabajo y entusiasmo, los
vecinos habían levantado un hermoso tablado que era el orgullo de la zona. El
mismo día del comienzo del Carnaval, un terrible temporal azotó la ciudad. Al
cuarto día había provocado inundaciones y destrozos. A la mañana del quinto
día, cuando cesó un poco el aguacero, la sorpresa de los vecinos no tenía
límite: ¡el tablado había desaparecido!
Se
resistían a creer que lo hubieran robado, aunque comentaban que la audacia de
los ladrones no tenía límite; pero eso de robarse un tablado, ya batìa todos
los récords conocidos de la delincuencia criolla. Pero pronto todo quedó claro.
A cuatro cuadras de su construcción original, en San Fructuoso y San Martín,
apareció el tablado con algunos deterioros, pero todavía en condiciones de ser
reconstruido. Lo había arrastrado el agua. Un camión lo trajo a su esquina y un
pícaro ingenioso le puso un ancla, por si la lluvia seguía.
A
principios de los 40', al llegar el Carnaval, recorría los tablados con los
gurises de mi barrio, en la zona de Larrañaga y Rivera. Al que más íbamos era
al que estaba frente al Puertito del Buceo. En ese lugar había una casa de las
que los veteranos de aquellos tiempos llamaban "rancho", que
comúnmente eran usadas los fines de semana y en el verano. Los dueños eran
Víctor Soliño, Ramón Collazo, Pintín Castellanos y otros. Frente mismo a la
casa, para el Carnaval, hacían construir un tablado donde ellos también
actuaban.
Ese año
tenían como invitado muy especial al gran cómico argentino Pepe Arias, que
había llegado a pasar unos días. Él también quiso participar del grupo de comediantes
con el solo fin de divertirse. El número principal anunciado por el grupo, era
la imitación a Pepe Arias... que nadie podía suponer que estaba a cargo de él
mismo. Cuando subió al escenario y comenzó, el público, que era mucho,
escuchaba y se reía de cómo representaba los populares monólogos tan a la
perfección. Pero los comentarios eran diversos. Los más generosos aceptaban que
estaba bastante bien, pero que de ahí al verdadero Pepe Arias, había un abismo.
Y otros aceptaban que en algunos pasajes, se le parecía bastante. Aun sin que
nadie reconociera en el imitador al personaje original, lo aplaudieron a
rabiar.
Hoy, a
tantos años de esos hechos nos preguntamos hasta qué límites de lo absurdo
puede llegar el afán crítico de los humanos... Y en cuanto al espectador
uruguayo de toda expresión artística, siempre tuvimos fama de excesivamente
exigentes y para los artistas... fuimos un público temible. Creo que
actualmente hemos entrado –en ese
sentido y en tantos otros– en la etapa
de la aceptación y la tolerancia... como si todo el año fuera Carnaval...
Muy buen artículo,sobretodo con un valor histórico,para que los más jóvenes conozcamos los orígenes de tantas cosas que hoy en día son tan comunes,como_en este caso_el carnaval montevideano.
ResponderEliminarQue interesante crónica... me deja suspendida en los recuerdos de muchas cosas que escuché contar y otras que recién me entero... Mis felicitaciones por compartir
ResponderEliminar... sería interesante conocer mas sobre crónicas Montevideanas de otros tiempos...
saludos cordiales y felices fiestas