Desde el balcón de su casa, Matías veía la playa y el inmenso mar que se confundía con el cielo en el lejano horizonte.
La figura de una joven mujer le trajo la imagen de Laura con sus 25 años, cuando el destino truncó su vida. Estaba aun lejos. Mientras se acercaba pudo verla mejor. Morocha, pelo corto, alta y atractiva. La vio sentarse en un pequeño muro.
Lo separaban de ella 25 metros y unos 30 años. La joven sacudió sus sandalias, se quitó la arena de los pies, movió un poco las piernas y sacó un peine y un espejo del gran bolsillo de su amplia pollera. Se peinó casi sin mirarse, volvió a calzarse, se levantó y comenzó a caminar. Al pasar lo miró sin sorpresa, mientras su esbelta figura se perdía entre la escasa luz de la tarde que agonizaba.
Matías sintió deseos de correr tras ella, pero desistió. Prendió un cigarrillo y se quedó mirando la muerte del sol entre los árboles. Solo, desde el balcón de su casa buscó, cada atardecer, aquella figura que lo embelesaba, devolviéndole la juventud lejana, el calor... el amor de Laura...
Un atardecer, caminaba por la playa cuando de pronto la vio, bajo la enorme luna de otoño. Iba sola por la orilla, las olas morían como un lamento a sus pies. Ahora no vestía su pollera azul, sino pantalones cortos y una campera. Apenas la reconoció, despojado ya de indecisiones, caminó directamente hacia ella y cuando estuvo cerca se entreparó.
La luna alumbraba directamente el rostro de la joven, destacando sus enormes ojos negros. Más que nunca, los recuerdos de Laura se agolparon en su mente, reviviendo el tiempo en que caminaban juntos por ese mismo lugar.
Matías la saludó con un "Hola, ¿cómo estás?". Ella le respondió con una sonrisa triste. "¿Para dónde vas?", preguntó él por decir algo. "Para ningún lado... sólo estoy aquí", y estiró sus manos heladas hasta tocar las de él. Dos lágrimas lentas rodaron por sus mejillas y su sonrisa se tornó dulce, tierna, complacida.
Matías se estremeció. Quiso pronunciar el nombre amado, pero el extraño momento ahogó su voz y sólo sus ojos pudieron expresar su sentimiento.
Suavemente, ella retrocedió un poco, lo miró a los ojos con intensidad, y con un profundo suspiro que amplió su sonrisa, continuó su camino.
Matías sólo pudo volverse, sin dar un paso. Como en la inmovilidad de un sueño, vio la silueta alejarse despacio, diluyéndose en la penumbra de la playa, para desaparecer del todo casi aun al alcance de su mano.
Comprendió entonces que jamás la volvería a ver. La imagen de Laura se había ido, dejando las huellas de su paso marcadas en la arena, dejándole el sosiego nunca antes alcanzado. Ella permanecía, como antes, como siempre. Y supo que todo estaba bien.
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