entrego mi alma a la noche inmensa;
y en el vacío escucho tus susurros besando las vueltas de mi oído,
tus caricias recorriendo ciegas el laberinto de mi piel.
Tus labios se posan, como mariposas nocturnas,
sobre aquellas mis mejillas que olvidaron la sal.
Busca mi mano el refugio de tus dedos,
el calor de tu vientre, la paz de tu corona oscura;
busca mi alma el círculo de tu cintura,
Cierro mis ojos,
entrego mi alma a la noche inmensa;
la luna vierte sobre nuestros cuerpos sus besos de plata,
sus caricias de desmayada esencia entibian el cuarto
abriéndose paso por el blanco velo de nubes blancas.
Bebo del bálsamo de tus suspiros,
me fundo en la intimidad de tu sombra.
Cierro mis ojos,
entrego mi alma a la noche inmensa;
te amo en silencio
y siento al silencio gritar nuestros nombres
a la oscuridad de la noche eterna,
apenas interrumpida por la intermitencia de los astros,
aún más eternos que la noche, que nosotros.
Afuera, el viento juega en el otoño,
a tu lado, el frío noctámbulo
es apenas el recuerdo de un recuerdo.
Cierro mis ojos,
entrego mi alma a la noche inmensa;
guardo bajo mis párpados la memoria de tu risa,
guardo celoso el aroma de tu pelo,
de tu piel de seda, el suave ronroneo
de tu respiración profunda;
atesoro el palpitar inquieto
de tu corazón gastado.
Cierro mis ojos,
entrego mi alma a la noche inmensa;
me entierro en el mar de mis sueños,
tus sueños.
Ruego a las estrellas
en un arrebato de desesperanzada angustia,
para que al amanecer,
cuando el sol desgarre con su fuego el horizonte,
sigas aquí a mi lado, enterrada en mis brazos,
perdida en mis besos,
ahogada en el océano de nuestros sentimientos,
tan eternos como el mismo sol,
tan volátiles como el amanecer mismo.
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