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viernes, 29 de julio de 2011

MIS CONVERSACIONES CON AZORÍN. TEATRO. Por Vicente Adelantado Soriano, de Valencia, España.

Es innegable que el clima está cambiando. El otoño resulta más caluroso que la propia primavera. Estos días pasados hizo un poco de frío. La gente sacó la ropa de invierno, pero ahora han vuelto las temperaturas veraniegas. Muchas personas se han constipado. Salimos a pasear, pues, con ropa ligera, llevando livianas chaquetas por si, cansados, nos sentábamos en algún banco del camino. Hay que evitar los resfriados. Tenía muchas ganas de charlar con Azorín.
-¿Sabe usted, Azorín? Cuanto más cosas leo, más lo aprecio a usted.
-Hombre, muchas gracias. Es un orgullo sentirse tan querido. ¿Y qué ha leído usted últimamente?
-¿Recuerda que le conté que el otro día recorrí no sé cuántas librerías buscando libros de Pereda por consejo suyo?
-Sí, lo recuerdo. Por cierto, quería decirle que, tal vez, en las librerías de viejo pueda encontrar algunas obras.
-Sí, lo pensé. Y he encontrado unas cuantas, aunque los libros, castigados por el tiempo y algunas manos, dejan bastante que desear.
-¿Entonces ya ha leído usted a Pereda?
-Todavía no.
-Vaya por Dios. ¿Y a quién ha leído?
-A un autor teatral.
-¿Bueno?
-Excelente. Lo conocí hace años, pero no le di mucha importancia entonces. ¿Sabe usted? Yo di clases de dramatización en la ESO, en un colegio, y al final del curso montábamos una obra de teatro. Un año intenté montar una obra de Casona...
-¿Con estudiantes de secundaria? ¿No es usted un poco atrevido?
-Se trataba de una pieza para jóvenes, de El retablo jovial... Pero, sí, tiene usted razón: los alumnos fueron incapaces de aprenderse los papeles. Y eso que les gustaba mucho hacer teatro.
-Pero, claro, coincidiría con los exámenes finales.
-Efectivamente, ese fue el problema.
-¿Y no lo volvió a intentar?
-No, poco después quitaron la asignatura de dramatización: no la consideraban práctica. Para la dirección del colegio no tenía mucho interés. Al fin y al cabo, decían, de poco les va a servir a los alumnos en el mundo actual.
-Hombre, pues para alguien que se fuera a dedicar a la política, ¿qué quiere usted que le diga? Incluso para hacernos perder un poco la timidez creo que yo que nos hubiera venido bien.
-Así pensaba yo también. Pero hicieron correr la voz de que era una asignatura inútil y en la cual se exigía mucho... Y yo, claro, era un simple y sencillo profesor. Algo como don Juan de Mairena, pero sin el don.
-¡Ah, un excelente libro! ¿Y qué sucedió con el teatro?
-Pues que no se hizo más, pero yo seguí leyendo teatro y viendo representaciones siempre que podía.
-Aunque ha sido un tanto desplazado por el cine.
-Sí, muy desplazado. No obstante, dicen que últimamente se está recuperando.
-¿Y es cierto?
-Siento desengañarlo. Es cierto, pero por razones espurias: la gente va al teatro, pero no por el teatro en sí, sino por ver en directo a los actores o actrices que ve en la televisión o en el cine.
-¡Vaya por Dios! ¿Y no se puede aprovechar ese atractivo para ir variando el gusto de la gente y hacer que se aficionen al buen teatro?
-¡Ah, querido Azorín, qué más quisiera yo! ¿Recuerda usted que el otro día me habló de las editoriales como de un negocio?
-Sí, recuerdo que dijimos algo al respecto. Y, claro, me va a decir usted que en el teatro la empresa todavía es más déspota e interesada.
-Sí, algo así le iba a decir. Aunque nos hemos desviado del tema de nuestra conversación.
-¿Y era?
-Le estaba contando que cuando fui a buscar libros de Pereda, no encontré ninguno; pero me compré un par de libros de teatro.
-¿Por aquello de que nunca se debe salir de una tienda sin comprar algo?
-Bueno, es una preciosa excusa para comprar libros, ¿no le parece a usted?
-Perfecta. ¿Y qué compró inducido por su timidez o falta de seguridad?
-Dos obras de Casona: Prohibido suicidarse en primavera, y La casa de los siete balcones. Y, una vez más, querido Azorín, no puedo por más que darle la razón.
-¿A qué se refiere ahora?
-Que no entiendo por qué no se representa a Casona. He visto obras de teatro de todo tipo y pelaje. Muchas de ellas de autores extranjeros y que no tienen ningún interés. ¿Por qué no se representa Prohibido suicidarse en primavera? Es una obra divertida, irónica y buena.
-¡Ay, querido amigo! ¿Y por qué no se representan a los clásicos? ¿No le parece a usted que sería muy divertido y didáctico, en los tiempos que corren, montar La elección de los alcaldes de Daganzo?
-Sí que lo sería. Y muy oportuna, desde luego. Y sería más divertido ver los entremeses de Cervantes o de Lope de Rueda, por poner dos ejemplos, que perder el tiempo con las insustanciales comedias que nos ofrece el cine, tanto español como americano.
-Pero, claro, si no se educa el gusto en el colegio, y los padres no llevan a los hijos al teatro...
-¿Le parece a usted que nos sentemos en aquellos banquitos a descansar un poco?
-Si, que además hay una fuente. ¿No le parece a usted encantador el personaje, Hans, el de Prohibido sucidarse... el cual pide la baja en el Centro de suicidas porque allí nadie se quita la vida?
-Sí, y además se va a trabajar a un hospital porque en los hospitales, que son serios, sí que muere la gente, caramba...
-¡Vaya con Alejandro Casona!
-¿Y qué me dice de El Amante Imaginario? ¿No es encantador?
-Sí. Casona era de una fina ironía. El Amante sueña, inventa, crea la romántica historia, con Cora Yako, la cantante de ópera, y cuando la tiene delante...
-Cuando la tiene delante y ella le propone hacer realidad cuanto ha soñado, él prefiere seguir soñando, no seguirla. Y deja que se vaya sola, a 120 kilómetros por hora, porque no sabe conducir si no es a esa velocidad.
-¡Es magnífico ese diálogo de El Amante con Fernando, otro de los protagonistas! Las indecisiones, los titubeos, el claxon del coche de Cora...
-Me encantaría ver esa obra en manos de un buen director.
-Sí, podría salir un estupendo montaje.
-¡Cuánto teatro tenemos, Azorín! ¡Y excelente, en muchisímos casos!
-¿Y qué le pareció La casa de los siete balcones?
-Es otra historia. Si le parece hablamos de ella otro día.
-Como usted prefiera. Ahora creo que deberíamos beber un poco de agua de esa fuente. El agua pura y limpia tonifica.
-Sí. Bebamos. Con tantas obras como tenemos y que se haga tan poco teatro y tan malo. Es una vergüenza.
-No se amargue la vida, querido amigo, no se amargue la vida. Séneca ya se quejaba de algo parecido.

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