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lunes, 25 de julio de 2011

EL PONCHO MALDITO, por Gladys Acevedo, de Salsacate, Córdoba


(Este cuento ganó el “Tercer Premio Género Cuento Breve” del Certamen Literario “Las Voces del Tiempo” 2009, Aimogasta. La Rioja. Argentina)

En el rancho de don Rosendo, allí donde el diablo perdió el poncho, jugueteaban los tres hermanos. Dentro del corral construido de piedras, con el ir y venir de las cabras de todos los tamaños y colores, los pequeños desde lejos eran uno más del montón que gritaba y berreaba con las fuerzas que sólo se ve en el campo.
La madre, mujer rústica pero guapa como ella sola, ensimismada en el puchero que saltaba dentro de una enorme olla de hierro esperaba pacientemente a su hombre quien desde la madrugada había ingresado en el espeso monte.
Toda la tranquilidad de esa mañana de enero envolvía el entorno.
A lo lejos, haciendo crepitar las piedras del sendero, un hombre misterioso caminaba despacio pero firme frunciendo el entrecejo cubierto por el ala de un gran sombrero negro.
 Su respiración rebotaba en cada uno de los árboles que se aglutinaban a los costados del camino asustando a los pájaros que volaban desde sus nidos. Más avanzaba y el silencio original se convertía en mordaza pegajosa.
En el rancho, la olla del puchero había ganado con el hervor rítmico la atención de la mujer, hipnotizándola. Las risas y los gritos de los chicos, poco a poco, se fueron metiendo en las burbujas hirvientes quedando el corral en una quietud fantasmal. Sólo el menor, de escasos dos años, distraído por un brioso corderito guardó sus risas mientras acariciaba la piel enrulada del animal. Los demás quedaron como suspendidos mientras el misterioso hombre atravesaba la tranquera.
El cielo se nubló y la negrura tapó sin piedad al rancho de Don Rosendo.
Con cada paso, las burbujas de la cocción atrapaban una partecita de la realidad. Más se acercaba, más hervía el contenido de la olla, hasta que con el último paso desplegó su negro poncho en toda su amplitud cubriendo la puerta del rancho. Sus ojos bajo el sombrero, como dos brasas candentes, se dirigieron hacia la pobre mujer inclinada sobre la olla que despedía gotones hirvientes cada vez más grandes.
Una risa espeluznante invadió la casa paralizando todo movimiento. Suspendidas en el aire, cientos de burbujas mostraban a cada uno de los seres que momentos antes disfrutaban de la mañana.
El hombre dio tres pasos pronto a cubrir las burbujas con su poncho. Todo el entorno estaba allí listo para ser guardado en el poncho maldito. Los ojos, la risa y su actitud de victoria le dieron más fuerzas para proseguir pero…en ese instante, a sus espaldas, un pequeño niño con el corderito entre sus brazos le preguntó:
-                     Señor! ¿Ha visto a mi mamá y a mis hermanos?. Quiero mostrarles a mi nuevo amigo.
La voz del niño fue luz rompiendo el hechizo. Cada palabra se fue prendiendo del negro poncho, desgarrándolo, despedazándolo y los ojos de fuego no alcanzaron a ver las lágrimas brillantes que rodaron por las mejillas rosadas porque se desgranaron sobre la olla dejando en libertad a cada uno de los prisioneros. El poncho se desintegró y nada quedó.
Todo volvió a la calma.
Nadie recordó jamás al hombre que perdió el poncho por la inocencia del pequeño niño.

3 comentarios:

  1. Querida Gladys; me encantó el cuento del "poncho maldito". Muy ingenioso y bien relatado. Te abraza, Laura Beatriz chiesa.

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  2. Qué bien Gladys, felicitaciones dobles por el premio y por esta publicación, aparte puede ver otras cosas que también me gustaron. Un abrazo amiga.

    Lily Chavez

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  3. Hermana, una maravilla. A mi mente vino la imagen del Jesús Niño Pastor con un cordero en los brazos que mi madre tenia en un cuadrito en su mesa de luz. Muy buena idea, muy buen relato. Cariños. Mabel, desde San Antonio de Areco.

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