Hacía una mañana espléndida. Un poco fresca al principio; pero se adivinaba un vigoroso sol que no tardaría nada el caldear el paisaje. Más de lo deseado en el otoño. La verdad es que se añoraba un poco de frío, un poco de lluvia, un cielo plomizo, y más nieve en las montañas que rodeaban al pueblo. Se añoraba el fuego del hogar, el vaso de buen vino, y las castañas asadas. No teníamos nada de eso. Pero por las mañanas, si la lluvia no lo impedía, con frío o con calor, no podía faltar el cotidiano y deseado paseo. Compensaba con creces las otras carencias.
-Buenos días, Azorín, ¿Ha descansado usted?
-Buenos días. Sí, he descansado. Estoy fresco como una rosa y con ganas de caminar, al menos hasta la fuente.
-Pues vamos a ello.
-¿Y sobre qué vamos a versar hoy?
-Sobre lo que usted quiera y desee. Oírlo hablar es recibir una lección. Tiene usted libertad de cátedra.
-¿Eso quiere decir que puedo escoger el libro de texto?
-Y la forma de impartir la clase.
-Ha venido hoy usted o muy amable o con muy pocas ganas de trabajar.
-¡Hombre!
-Perdone. Ha sido una pequeña broma. ¿Qué le parece si hablamos de teatro?
-Sabe que es una de mis debilidades. Ahora bien, de qué teatro, de qué autor y de qué época.
-Escoja usted.
-¿Qué le parece Molière? No hace mucho, y por indicaciones suyas, volví a leer Tartufo.
-Perfecto. Hablemos de Molière. ¿Qué le parece a usted dicho autor?
-Escribió comedias muy divertidas. Muy buenas, perfectamente construidas, como se dice ahora y algunas un tanto reiterativas. Pero, aunque le parezca mentira, sólo he visto, en escena, dos obras suyas. El resto lo he tenido que leer.
-Sí, es una pena el abandono en el que está el teatro. ¿Qué le pareció Tartufo?
-Inquietante.
-Ya.
-Decía García Lorca, si no recuerdo mal, que una obra de teatro es su director. ¿Está usted de acuerdo con esto?
-Sí, es probable que una mala dirección pueda quitarle fuerza a un drama. O despojarlo de su sentido.
-O darle otro que, tal vez no está en el texto, o aparece de forma muy subliminal.
-En ese caso, y en los otros, no olvide usted, querido amigo, que todo montaje es una nueva interpretación. Y tal vez esos nuevos montajes digan más de la época que los creó que de su propio autor, del autor del texto, claro.
-Posiblemente esté usted en lo cierto, Azorín. Lo cual plantea otro problema: ¿cómo llegar al mensaje original del texto?
-Realizando un buen montaje, ¿no le parece a usted?
-Sí, pero no deja de ser una interpretación.
-Por supuesto. Siempre he pensado, querido amigo, que el montaje se debe mantener en un cierto eclecticismo: ni arqueología, ni exceso de modernismo, que puede resultar engañoso.
-Eso también depende, Azorín, de la fuerza del director. Puede hacer una cosa asombrosamente moderna, y respetar todo el texto y aun su sentido, sus juegos y palabras.
-Creo que entiendo a dónde quiere ir a parar. Pues, y perdone usted si lo he interpretado mal, la dramatización puede hacer evidentes cosas que en el texto no lo están tanto, ¿es eso a lo que se refiere?
-Sí. A algo así me refería. ¿Me permite usted un salto en el tiempo?
-Por supuesto que sí.
-Hace bastantes años asistí a un curso sobre teatro clásico. Lo impartió Ruiz Ramón, un excelente historiador del teatro español. Analizamos durante varios días El burlador de Sevilla, de Tirso de Molina.
-Una obra ciertamente importante.
-¿Y no le parece a usted significativo que se represente la meliflua Don Juan Tenorio, de Zorrilla en lugar de esta magnífica obra?
-Bueno, usted sabe...
-Sí, ya lo sé, que es usted una buena persona.
-Bien, querido amigo, no se enoje: prefiero con mucho la obra de Tirso, por supuesto.
-Yo también, yo también. Bien, como le iba diciendo, el profesor Ruiz Ramón nos hizo caer en la cuenta, texto en mano, de cómo Tirso denuncia la corrupción de la monarquía, y de cómo don Juan engaña porque también lo quieren engañar a él, y él es más astuto que las mujeres, o tiene más suerte.
-O lo ayuda su tío, valido del rey. Y eso se tiene que notar en un buen montaje.
-Efectivamente. Si no se percibe, la obra puede quedar coja.
-¿Y aplicado esto a Tartufo qué obtenemos?
-Lo que le voy a contar me causó una cierta inquietud. ¿Usted diría que la relación entre Orgón y Tartufo es una relación homosexual?
-¡Hombre! Me deja usted... no, no se me había ocurrido. No lo creo.
-Parece ser que se han hecho montajes que resaltan este tipo de relación.
-¿Y qué le parece a usted?
-Una exageración por no decirle un sin sentido, o una absurda forma de llamar la atención.
-Eso estaba pensando yo también: no hay que olvidar que Orgón ofrece a su hija en matrimonio a Tartufo... Creo que es llevar las intenciones de Molière un poco demasiado lejos, ¿no le parece a usted?
-Aparte de eso, me parece que vista desde esa perspectiva, la obra de Molière pierde parte de su gracia, deja de ser una comedia. Y Molière buscaba la risa, aun en los momentos más delicados.
-Sí es una delicia, en El médico a palos, las proposiciones que hace el médico, Sganarelle a Jacqueline, a quien induce al adulterio: “y merecería también que le pusierais ciertas cosas en la cabeza por culpa de sus sospechas” para vengarse del marido.
-Y se ofrece él mismo como el instrumento de la venganza. Y todo dicho con un tono gracioso, irónico, en ningún momento morboso o feo.
-Es posible, pues, querido amigo, que, como ha dicho al principio, y como dijo García Lorca, una obra de teatro sea el director.
-Sí. Estos tienen mucha facilidad para echarlas a perder.
-Siempre se ha dicho que las obras de teatro han sido escritas para ser representadas, no para ser leídas; pero con un poco de imaginación, ¡qué montajes más maravillosos se puede hacer uno en su propia mente! ¿No le parece?
-Esoy totalmente de acuerdo con usted, Azorín. Aunque sería difícil, tal vez imposible, darle a la obra toda la fuerza que tuvo en su época. Quiero decir que dudo mucho que hoy se escandalizara nadie por lo que denuncia Tartufo.
-Sí, porque en su época armó bastante revuelo.
-Tal vez se produjera ese revuelo más por la estrechez de miras de los criticados, o de la crítica, que por cuanto dice el propio Molière o sus personajes.
-Los dogmas carecen de sentido del humor: para ellos todo es sagrado, y la ropa sucia la quieren lavar en casa.
-¿Aceptan tener ropa sucia? Por otra parte, la obra adolece de una cierta verosimilitud. ¿Cómo puede haber alguien tan necio que meta en su casa a un personaje como Tartufo y le confíe hasta sus más íntimos y comprometedores secretos?
-Porque se está confundiendo todo: la piedad y la religión con la hipocresía y con cuantos tratan de aprovecharse de los incautos vendiéndose como buenos cristianos. Esa, querido amigo, es la crítica de Molière. Y un artificio teatral tan válido como el hecho de que Calisto no se case con Melibea.
-Aun así, aceptado el artificio, cuesta creer que exista un Orgón...
-Es el símbolo de quien no quiere ver, de quien está cegado. Recuerde que su mujer tiene que montar la pequeña obra teatral en la que finge rendirse a Tartufo para que Orgón se percate de la radical hipocresía de este personaje.
-Sí, es una obra sobre la hipocresía, y sobre la ceguera; pero aún así me resulta complicado comprender por qué la obra causó tanto revuelo en su época.
-Es difícil trasladarse a otros momentos. De ahí la importancia del montaje. Ahora, transformar una explotación religiosa, hipócrita, en una relación homosexual, me parece un poco fuera de lugar.
-A mí también. Tal vez se debería centrar la dramatización en estudiar qué sucedió en aquella época para permitir el surgimiento de un personaje como Tartufo, y que su representación molestara tanto.
-No olvide, Azorín, que molestó a un determinado grupo de gente.
-Sí, pero con poder. Hasta el punto de lograr que se prohibiera la obra.
-Otra cosa que me ha llamado mucho la atención de la obra de Molière es que haya un padre capaz de sacrificar la felicidad de su hija, en este caso la de Mariana, enamorada de Valerio, y que se empeñe, su padre, en casarla con Tartufo, el hipócrita.
-Las ruines costumbres de la aristocracia, querido amigo, heredadas por la burguesía.
-Situación que se repite, por cierto, en El enfermo imaginario.
-Y que en ambos casos resuelve una criada, que se sube a las barbas de su señor. Un elemento muy a tener en cuenta.
-Está claro, Azorín: esas obras de teatro, para su montaje, requieren de muy buenos directores: leyéndolas saltan chispas por todas partes. Y un montaje, un buen montaje, no lo puede desperdiciar.
-Tal vez por eso se representen tan poco a los clásicos: son muy exigentes.
-Demasiado para el común de los mortales.
-¿Dígame, querido amigo, usted cree que nevará este año? Porque vaya calor...
-Me mata tanto calor, Azorín. ¡Ojalá nevara e hiciera frío!
-Paciencia, querido amigo, paciencia. Lleguemos a la fuente y tonifiquémonos con su clara y fresca agua. Ya seguiremos otro día hablando de teatro.
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