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miércoles, 6 de marzo de 2013

EL ESTUDIANTE, por Miguel Ábalos, de Montevideo, Uruguay


¿Quién no se acuerda de las tertulias de estudiantes en el Sportman? Allá adentro se estudiaba, se "arreglaba el mundo" y otras cosas... El bar ha cambiado, la gente también. Pero lo que no cambiará nunca serán las cosas que le pasan a las personas de cualquier edad, en cualquier época y en cualquier lugar.
            Era cotidiano, allá por fines de los años 60, ver el bar Sportman  -frente a la Universidad-  repleto de estudiantes en horas de la tarde. El nivel económico del país permitía que los muchachos pasaran horas allá adentro, sin preocuparse de cuántos cafés pagarían antes de irse. Se los veía formar pequeñas tertulias preparando materias o discutiendo temas de actualidad, aunque tampoco faltaban los que estudiaban en silencio.

            Sebastián  -como decían sus compañeros-  era un solitario. Se apartaba de los grupos y prefería sentarse solo frente a una mesa apartada a repasar sus apuntes. Estaba preparando un ensayo sobre "Tácticas para la práctica de la Sicología". El tema lo apasionaba, y ahí estaba volcando todos sus conocimientos: Cómo manejar el caso cuando alguien se resiste a responder las preguntas del Psicólogo, haciendo hincapié en que el terapeuta no debe estar al mismo nivel sino un poco más alto que el paciente, dándole así la sensación de estar dominando la situación.
            Era ferviente admirador de Sigmund Freud y soñaba con ser un Psicólogo brillante que se destacara entre sus colegas. Su consultorio tendría que estar en Pocitos, donde la clientela sería mayor y muy selecta. Compraría un cómodo diván de escasa altura, y el sillón más alto que encontrara, para él. Provenía de un hogar muy humilde de padres obreros, pero confiaba en que su profesión le haría ganar mucho dinero para darle a su familia un mejor nivel económico.
            Al llamar al mozo para pedirle otro café, vio frente a una mesa cercana a la suya a una preciosa morocha de ojos enormes. Ella tenía sobre la mesa un libro y unas cuantas hojas de apuntes. Usaba un buzo ceñido al cuerpo que realzaba su belleza y una minifalda que lucía sus hermosas piernas... mirar sus rodillas bien formadas era un placer. Completaba el atractivo su postura concentrada en los papeles y el jugueteo de una lapicera entre los labios.
            Sebastián la observaba con disimulo. Vio al mozo acercarse a ella y decirle algo. Casi enseguida, la chica levantó sus cosas y se marchó.
            Cada tarde que la morocha entraba al bar, Sebastián tenía la certeza de que no podría estudiar. Tenía ganas de acercarse a ella y abordarla, pero no se animaba. Luchando contra esa timidez que lo paralizaba, al observarla trataba de deducir los problemas que podrían estar preocupándola.
            Ella le impedía dedicarse a su ensayo, pero por lo menos le daba la oportunidad de poner en práctica sus conocimientos, aunque fuera mentalmente. Tal vez tuviera un familiar enfermo, un problema de pareja… alguna mala noticia le traía el mozo, que la desconcentraba y la obligaba a desaparecer.
            Mirándola, la imaginación de Sebastián voló muy alto. Por un momento la vio en el consultorio de sus sueños, recostada en el diván. Él, desde lo alto de su sillón, escuchaba cómo esa hermosa muñeca le confesaba sus traumas, mientras sus ojos recorrían aquella hermosa figura. Hasta pudo escuchar la lluvia golpeteando sin cesar el enorme ventanal, imaginando una gélida e inhóspita tarde de julio que invitaba a refugiarse en esa confortable sala templada por la calefacción.
            Cuando volvió a la realidad, se encontró los ojos de la morocha que lo miraban. Trató de descifrar esa mirada, interpretándola como un pedido de auxilio para calmar su preocupación. La pobre muchacha lo necesitaba, su fino olfato de futuro Psicólogo le decía que debía vencer su timidez y acudir en su ayuda… Decidido, se levantó y se le acercó.
-¡Hola!  -lo saludó ella con una sonrisa-,  sentate.
            Luego de unos largos segundos de indecisión, mientras ella lo miraba con curiosidad, Sebastián se sentó a su lado, sacó fuerzas de flaqueza y arremetió.
-Hace ya varias tardes que te observo desde mi mesa. Estoy en tercer año de Sicología y puedo decirte que la forma en que ponés tus apuntes sobre la mesa, me habla de un desorden no resuelto en tu vida. Otra de las cosas que me llama la atención es que te lleves el bolígrafo a los labios como si fuera una mamadera… la niña sigue dentro de ti.
            Hizo una breve pausa para observar el efecto producido por sus palabras. La morocha esbozó una leve sonrisa, tomó la cajilla de Nevada, invitó a Sebastián  -que no aceptó-,  sacó un cigarrillo, lo encendió despaciosamente y continuó escuchándolo absorta. Esa actitud lo hizo sentir estimulado y prosiguió con su estudio sicoanalítico.
-Tenemos más. Vos estás cruzando por un proceso en que plasmar algo te cuesta un enorme esfuerzo. Tenés carencias, ése es tu gran dilema. Es evidente que eso te provoca frustraciones y no te permite superar etapas que van llegando a tu vida. No las concretás, no podés armar tu personalidad, tu mirada manifiesta tu insatisfacción…
            Sebastián se detuvo ante la proximidad del mozo, que esta vez le habló a la morocha casi al oído. Ella empezó a juntar sus cosas, estaba claro que se retiraría… ¿Acaso sería el mozo la causa de sus pesares?
-¡Esperá...!  -la detuvo Sebastián-.  ¿Cómo te llamás?
-Miriam... ¿y vos?
-Sebastián...  ¿Ya te vas?
-Sí, perdoname, me voy de apuro, me esperan. Pero no te preocupes que en una hora y media estoy de vuelta… Si te quedás por acá nos vemos…
-Antes que te vayas tengo que decirte que tenés que rever a fondo tu historia, de lo contrario vas por mal camino. Podrías hacer un cuadro depresivo y eso puede ser grave, no siempre se puede manejar el inconsciente… generalmente se necesita una larga terapia… Te invito a compartir nuestras angustias y depresiones, ¿qué me decís?
            La morocha ya estaba parada, pronta para marcharse con sus papeles y su libro encarpetados. Le dirigió una tierna y dulce sonrisa, a la vez que le hacía una suave caricia en su rostro juvenil.
-Me gustó escucharte… pero hay algo que vos no sabés, te lo cuento cuando vuelva.
-Es que yo dentro de una hora estoy en clase… ¿vos no vas hoy?
-Yo no soy estudiante, mi querido. Si me ves con papeles y un libro es para despistar a la cana. Estoy laburando y cobro $200, por si te puede interesar… Chau, bebé…
            Sebastián quedó perplejo, no podía salir de su asombro. Paralizado, se preguntaba cómo era posible que un promisorio estudiante de Sicología cursando tercer año con actuación brillante y exámenes excelentes, podía haberse equivocado de manera tan garrafal…
            Juntó su material de estudio y salió a la calle… esa tarde no asistió a clase. Nunca más volvió al Sportman… ni siquiera se sabe si continuó sus estudios…

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