¿Quién no se acuerda de las
tertulias de estudiantes en el Sportman? Allá adentro se estudiaba, se
"arreglaba el mundo" y otras cosas... El bar ha cambiado, la gente
también. Pero lo que no cambiará nunca serán las cosas que le pasan a las
personas de cualquier edad, en cualquier época y en cualquier lugar.
Era cotidiano, allá por fines de los años 60, ver el bar
Sportman -frente a la Universidad- repleto de estudiantes en horas de la tarde.
El nivel económico del país permitía que los muchachos pasaran horas allá
adentro, sin preocuparse de cuántos cafés pagarían antes de irse. Se los veía
formar pequeñas tertulias preparando materias o discutiendo temas de
actualidad, aunque tampoco faltaban los que estudiaban en silencio.
Sebastián -como
decían sus compañeros- era un solitario.
Se apartaba de los grupos y prefería sentarse solo frente a una mesa apartada a
repasar sus apuntes. Estaba preparando un ensayo sobre "Tácticas para la
práctica de la Sicología". El tema lo apasionaba, y ahí estaba volcando
todos sus conocimientos: Cómo manejar el caso cuando alguien se resiste a
responder las preguntas del Psicólogo, haciendo hincapié en que el terapeuta no
debe estar al mismo nivel sino un poco más alto que el paciente, dándole así la
sensación de estar dominando la situación.
Era ferviente admirador de Sigmund Freud y soñaba con ser
un Psicólogo brillante que se destacara entre sus colegas. Su consultorio
tendría que estar en Pocitos, donde la clientela sería mayor y muy selecta.
Compraría un cómodo diván de escasa altura, y el sillón más alto que
encontrara, para él. Provenía de un hogar muy humilde de padres obreros, pero
confiaba en que su profesión le haría ganar mucho dinero para darle a su familia
un mejor nivel económico.
Al llamar al mozo para pedirle otro café, vio frente a
una mesa cercana a la suya a una preciosa morocha de ojos enormes. Ella tenía
sobre la mesa un libro y unas cuantas hojas de apuntes. Usaba un buzo ceñido al
cuerpo que realzaba su belleza y una minifalda que lucía sus hermosas
piernas... mirar sus rodillas bien formadas era un placer. Completaba el
atractivo su postura concentrada en los papeles y el jugueteo de una lapicera
entre los labios.
Sebastián la observaba con disimulo. Vio al mozo
acercarse a ella y decirle algo. Casi enseguida, la chica levantó sus cosas y
se marchó.
Cada tarde que la morocha entraba al bar, Sebastián tenía
la certeza de que no podría estudiar. Tenía ganas de acercarse a ella y
abordarla, pero no se animaba. Luchando contra esa timidez que lo paralizaba,
al observarla trataba de deducir los problemas que podrían estar preocupándola.
Ella le impedía dedicarse a su ensayo, pero por lo menos
le daba la oportunidad de poner en práctica sus conocimientos, aunque fuera
mentalmente. Tal vez tuviera un familiar enfermo, un problema de pareja… alguna
mala noticia le traía el mozo, que la desconcentraba y la obligaba a
desaparecer.
Mirándola, la imaginación de Sebastián voló muy alto. Por
un momento la vio en el consultorio de sus sueños, recostada en el diván. Él,
desde lo alto de su sillón, escuchaba cómo esa hermosa muñeca le confesaba sus
traumas, mientras sus ojos recorrían aquella hermosa figura. Hasta pudo
escuchar la lluvia golpeteando sin cesar el enorme ventanal, imaginando una
gélida e inhóspita tarde de julio que invitaba a refugiarse en esa confortable
sala templada por la calefacción.
Cuando volvió a la realidad, se encontró los ojos de la
morocha que lo miraban. Trató de descifrar esa mirada, interpretándola como un
pedido de auxilio para calmar su preocupación. La pobre muchacha lo necesitaba,
su fino olfato de futuro Psicólogo le decía que debía vencer su timidez y
acudir en su ayuda… Decidido, se levantó y se le acercó.
-¡Hola! -lo saludó ella con una sonrisa-, sentate.
Luego de unos largos segundos de indecisión, mientras
ella lo miraba con curiosidad, Sebastián se sentó a su lado, sacó fuerzas de
flaqueza y arremetió.
-Hace ya varias tardes que
te observo desde mi mesa. Estoy en tercer año de Sicología y puedo decirte que
la forma en que ponés tus apuntes sobre la mesa, me habla de un desorden no
resuelto en tu vida. Otra de las cosas que me llama la atención es que te
lleves el bolígrafo a los labios como si fuera una mamadera… la niña sigue
dentro de ti.
Hizo una breve pausa para observar el efecto producido
por sus palabras. La morocha esbozó una leve sonrisa, tomó la cajilla de
Nevada, invitó a Sebastián -que no
aceptó-, sacó un cigarrillo, lo encendió
despaciosamente y continuó escuchándolo absorta. Esa actitud lo hizo sentir
estimulado y prosiguió con su estudio sicoanalítico.
-Tenemos más. Vos estás
cruzando por un proceso en que plasmar algo te cuesta un enorme esfuerzo. Tenés
carencias, ése es tu gran dilema. Es evidente que eso te provoca frustraciones
y no te permite superar etapas que van llegando a tu vida. No las concretás, no
podés armar tu personalidad, tu mirada manifiesta tu insatisfacción…
Sebastián se detuvo ante la proximidad del mozo, que esta
vez le habló a la morocha casi al oído. Ella empezó a juntar sus cosas, estaba
claro que se retiraría… ¿Acaso sería el mozo la causa de sus pesares?
-¡Esperá...! -la detuvo Sebastián-. ¿Cómo te llamás?
-Miriam... ¿y vos?
-Sebastián... ¿Ya te vas?
-Sí, perdoname, me voy de
apuro, me esperan. Pero no te preocupes que en una hora y media estoy de
vuelta… Si te quedás por acá nos vemos…
-Antes que te vayas tengo
que decirte que tenés que rever a fondo tu historia, de lo contrario vas por
mal camino. Podrías hacer un cuadro depresivo y eso puede ser grave, no siempre
se puede manejar el inconsciente… generalmente se necesita una larga terapia…
Te invito a compartir nuestras angustias y depresiones, ¿qué me decís?
La morocha ya estaba parada, pronta para marcharse con
sus papeles y su libro encarpetados. Le dirigió una tierna y dulce sonrisa, a
la vez que le hacía una suave caricia en su rostro juvenil.
-Me gustó escucharte… pero
hay algo que vos no sabés, te lo cuento cuando vuelva.
-Es que yo dentro de una
hora estoy en clase… ¿vos no vas hoy?
-Yo no soy estudiante, mi
querido. Si me ves con papeles y un libro es para despistar a la cana. Estoy
laburando y cobro $200, por si te puede interesar… Chau, bebé…
Sebastián quedó perplejo, no podía salir de su asombro.
Paralizado, se preguntaba cómo era posible que un promisorio estudiante de
Sicología cursando tercer año con actuación brillante y exámenes excelentes,
podía haberse equivocado de manera tan garrafal…
Juntó su material de estudio y salió a la calle… esa
tarde no asistió a clase. Nunca más volvió al Sportman… ni siquiera se sabe si
continuó sus estudios…
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