Portada: Monumento 11-M (cortesía José Luís Ayuso)
II
Tanto la acusaron que la convirtieron en huérfana de una servidumbre voluntaria…
En su océano de disgusto y de dialéctica grosera, Muy Malika no ignoraba que su tenacidad era más excusable que lo que otros calificaban de crimen de su hijo. Sin embargo, habiendo descubierto prematuramente, como las demás mujeres de su generación, la extrema proximidad entre sumisión y libertad, seguía exigiendo argumentos.
— Sabes Aicha, aunque parezca un efecto perverso, te juro que yo nunca dudé de lo que era realmente mi hijo...
— ¿Pero, qué culpa tienes tú?
— ¡Será tonta esta mujer! Si no estoy hablando de culpas.
— Te atormentas por nada.
— A lo mejor, cortó conciente de su modesta ecuación personal pero segura del valor añadido de lo que iba a revelar. Quería decir que yo juraría que la metamorfosis de mi hijo ocurrió en otros cielos y no aquí en Tetuán.
— Sí, asintió con la cabeza su amiga poco convencida pero sin ganas de escuchar más explicaciones.
— Mira, Aïcha: Yo siempre he sido una madre virtuosa. Los que me conocían sabían que nunca fue de hábitos ligeros y menos aún de palabras improvisadas, en este caso, acusaciones ligeras.
— Ya lo sé mujer.
— Justamente no lo sabes. De hecho nadie lo sabe. Por determinadas razones se elaboran estrategias en función de intereses. Intoxicada por la psicología del rumor, la gente especula y…
— Y…
— Y los que saben en este país, no tienen cojones de pronunciarse como Dios manda.
Se quedó muda un instante y volvió a romper su mutismo impávido. Su mirada lánguida traicionaba sus gigantescos esfuerzos en interpretar a su gusto la prefiguración de su drama.
— Una vez Yussef me reveló su intención de olvidar el mundo y su codicia y de dirigirse hacia el Creador.
— Hacia Dios.
— Única y exclusivamente hacia Él porque me había confesado que necesitaba un padre...otro padre.
— ¿Otro padre, y el suyo?
— Me di cuenta de que el chico no necesitaba ni consejos ni orientaciones.
Su decisión estaba tomada y bien tomada. Era algo así como la génesis atormentada de su destino.
— Y el vuestro y el de muchos inocentes que murieron sin saber por qué.
— ¡Y dale con inocentes! Pues sí, en efecto y el nuestro o más exactamente el mío. O sea de todos o por lo menos de muchos.
Homenaje póstumo a quien todo el mundo ha condenado. Pero Muy Malika creía firmemente que debía, cueste lo que cueste, asumir su actitud más o menos confesable. Nunca « perdía » el tiempo tratando de identificar la verdad o la mentira, el bien o el mal. Forjada desde el comienzo de su drama, su imaginación frenética se apagaba poco a poco. Edulcorada primero, su esperanza le fue traicionando. Horas…días…meses…años de desesperada e infructuosa búsqueda de una palabra de compasión....de un gesto de solidaridad...de un « tiene razón » aunque de complacencia.
Nada...nunca.
Sabía que la expresión de sus ideas comenzaba a cansar y a aburrir a sus interlocutores. Sus aullidos de antaño se fueron apagando para convertirse en simples quejidos. Su increíble discernimiento la conduce hasta la realidad desnuda, de donde su destreza ventiladora, mezcla de telepatía y de fatalidad. Soltaba cualquier carcajada cuando le decían que tenía una edad canónica.
— Si esto no es musulmán, soltaba secando las lágrimas de la risa.
— Se refiere a tu edad avanzada y seguramente a tu clarividencia.
— Clarividencia…clarividencia... clarividencia cuántas tonterías se cometen en tu nombre.
— Para ella el curso de los acontecimientos se convirtió en simple consecuencia. Le daba igual hoy como ayer o mañana. Este o aquél. Bueno o malo.
— El futuro es pura hechicería, solía predicar sin mucha convicción.
— Yussef… su Yussef y nadie más. Yussef que nunca creció…que nunca debía crecer…que nunca fue adulto… que « mi pequeño era inocente porque no tenía la edad de la razón ». Yussef en los mil y un relato de Muy Malika, alegre, deportista y eternamente alternando una camiseta del Mogreb Atlético de Tetuán[1] y la del Real Madrid. Yussef que nunca olió a pólvora y cuya sonrisa-sedante contagiaba a propios y extraños
— Alucinación deliberada de quien defendía, a capa y a espada, una causa perdida. Lo sabía pero « no puedo hacer otra cosa ».
— Ahora sonríe, cuando una temblada tarde del irrespetuoso otoño tetuaní le sorprendió recitando un poema que nunca olvidó:
Me alejaron de ti, amor
Recordándome la patria
Como si fuera mía,
Yo que, entre una tía y tía
Siempre preferí otra tía
Era la primera vez en que recordaba su origen ceutí y añoraba su infancia dilapidada entre Calle Príncipe[2] y Jamaa Al Mezuak. Pero no se acordaba o no quería acordarse de la primera vez en que vio a quien, años después, se convirtió en su otra mitad y responsable de su actual marasmo.
Tampoco recordaba cuándo, por una extraña fantasía del destino, renunció a la seducción y al placer.
A su « la gente me decía a menudo que era bella », la contestaban burlonas, como un blasfemo « aún te quedan los rasgos». Lo que la sumergía durante horas en interminables penitencias.
Calor y quemaduras.
Muy Malika que decía y repetía que nació con la premonición de lo que conoció y dejó profundas huellas de su frialdad, no se cansaba de recordar cínica y desencantada que era esposa «soy madre y lo reivindico ».
Rechazaba con fuerza y a veces con asco lo que llamaba con desprecio « virginidad de fachada » como si condenara aquella sociedad hedonista que « se niega a admitir la ideología de quien perdió toda esperanza ». Se refería a la metamorfosis de su hijo. Era, a la vez, víctima y culpable de su sueño inacabado y de su castigo por despertarse prematuramente.
Aunque no lo aparentaba con su continuo ascetismo, casi santidad que la transfiguraba, y una lógica arrogante prestada a su secreto sortilegio durante su existencia en Calle Príncipe, Muy Malika no paraba de maldecir la memoria que « selecciona los recuerdos ».
Un cóctel apocalíptico: desenfrenada carrera hacia el abismo, sensibilidad que roza lo imposible y un humor chirriante que pone los pelos en punta.
Compartía voluntaria la emoción y perdida entre el sentimiento de su convicción y la conciencia de su ignorancia o por lo menos de la insuficiencia de los conocimientos, trataba de invitar a todo el mundo a amar al prójimo « como protector y no como amo y señor ».
En su feroz deseo de blanquear a su hijo, no vacilaba en blasfemar.
— Dios debe saber la verdad.
— Dios sabe la verdad.
— Lo espero.
« Saltó a la vida sin paracaídas », volvía a enlazar, respondiendo a quien no se sentía las suficientes ganas de contar la larga y complicada historia de Yussef. « O lo empujaron », se precipitaba a puntualizar, tratando de engañar su incapacidad de explicar la trashumancia de su hijo, de su idas a otras y de conciencia a otra.
« Ecos de los momentos olvidados ». Muy Malika confesaba aburrirse cada vez más. « De hecho me aburré para siempre ». Se sentía infinitamente sola. De sus compañeras de circunstancia o de infortunio, que para ella cesaron de ser seres humanos para convertirse en simples individuos, sólo le interesaba sus oídos receptivos para...quejarse de « unos que no me comprenden, otros, más crueles, me ignoran ». Era conciente y no le importaba que, a medida que la gente descubría quién era, le retiraba su compasión. Se acostumbró a lo que llamaba entre dos sonrisas, aferrándose a sus certezas, « la trampa de una vida » que no le correspondía. Por ello, enligada en su nuevo, « medio social» sabía que prestaba argumentos a quien no los tenía y fingiendo vivir no ignoraba que sólo existía...a menudo de manera satírica, permitiendo que las pasiones de otros la devoraran poco a poco pero irresistiblemente.
Exhumando recuerdos de infancia vencía las vicisitudes del presente.
Buscaba lo improbable y se preguntaba por qué en F’nideq la lluvia era siempre fría intermitente y absurda. Comenzaba a creer que «vivir no es viable»[3] Desde su improvisado refugio en la esquina de aquella mezquita se limitaba a comprobar la distancia entre lo inmediato y lo inaccesible.
No le importaba aquella miseria insondable ni aquella ruina moral. El impacto marchitado de algunas miradas y la emoción desnuda de algunos « simpatizantes » de la causa de su hijo la convencían de que, pese a no creer ni en la cortesía ni en la amistad, no era imposible convertirse un día en un símbolo proverbial de la solidaridad crepuscular. Muy Malika no respondía nunca a las preguntas. Las volvía a plantear o a formularlas porque creía que responder es juzgar y ella, como Joseph Joubert[4] entendía que « cualquiera que apague en el hombre un sentimiento de afabilidad lo mata parcialmente ».Tenía sus propias leyes y las transgredía continuamente... probablemente porque « cuando se encuentra lo que se busca no se puede tener tiempo de decirlo. Se debe morir » Para ella la vida era eso: despecho, dolor y rupturas. Su existencia-pesadilla le inculcó la cultura del desprecio y del nihilismo. Sin tarjeta de identidad...sin identidad, Muy Malika gustaba decir « soy de ninguna parte ». Nadie se lo había preguntado.
Continuo la lectura.
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