La experiencia acredita que cuando se abre una puerta en el templo del
interés, cierran las suyas la filosofía y la razón.
Ramón Mesonero Romanos, Escenas matritenses.
A don Gustavo Adolfo Bécquer
Dice el refrán que en
boca cerrada no entran moscas. Las moscas, en su día, eran unos animalejos
molestos, a los que continuamente había que estar espantando a manotazos, con
un matamoscas, o, tiempos aquellos, con un flitero, fumigador casero, lleno de
zotal. Hoy en día, quizás por la desaparición de las caballerías y demás
animales de compañía, o por el aire acondicionado, que permite tener las
ventanas cerradas, casi no se ven estos molestos revoloteadores. Es probable
que hasta estén en peligro de extinción. Es muy posible que sea así, ya que los
políticos tienen continuamente la boca abierta, y nunca se ha visto que les
entren las moscas. Cierto es que en el Hemiciclo hay aire acondicionado. Y,
claro, como ya no hay moscas, hasta se puede dormir con la boca abierta. Así
que un señor, o una señora, que de todo hay, llega a ministro o ministra, y ya
tenemos en danza aquello de ¡Sésamo, ábrete!
-Si yo fuera ministro -me decía el otro día un amigo- me haría cartujo:
no hablaría más que para recordar a mis conciudadanos que morir tenemos.
-El partido -le repuse yo- no te dejaría: un ministro que no habla es
como un jardín sin flores, o un militar sin uniforme.
-Ya sabes que hoy en día hay jardines que son piedras, los budistas; y
militares y curas ya van por la calle como el común de los mortales. Hasta las
monjas han dejado en casa las venerables tocas.
-Sí, pero el político no pertenece al común de los mortales: tiene que
politiquear, es decir hacer programas o hacer como que los hace. Nadie le
votará a un político mudo o silencioso. Está obligado a hablar.
-Tienes razón -me reconoció mi amigo-. También tiene que hacerlo para
templar al toro y ponérselo en condiciones al maestro.
-No me utilices imágenes del toreo -le respondió su mujer- que me pones
histérica.
-Mujer -se disculpó el atribulado hombre- no es que yo esté a favor de
los toros ni de las vacas. Es un lugar común, una forma de hablar.
-Vale, si es así... Hay que tener cuidado con el lenguaje, mucho
cuidado. Refleja el estado de la sociedad.
-En eso tienes razón -tercié yo-. Siempre me ha llamado la atención el
poco cuidado que tuvo Adán al poner el nombre a las cosas. ¿Por qué el pie
tiene que ser masculino y la mano femenino?¿Y por qué no se dice la mana en vez
de la mano? ¿No sería lo correcto?
-Mira, si me buscas las cosquillas, te recuerdo que el culo es masculino
y la cabeza femenino.
-Es verdad. Hay algo que no funciona: el pene es masculino, y, sin
embargo, la pilila es femenino. ¡Qué cosas!
-¡Vaya cantidad de tonterías que estáis diciendo! -dijo sulfurado mi
amigo-. ¡Estábamos hablando de política!
Ante este grito de guerra, tanto su mujer como yo agachamos la cabeza, y
decidimos dejar nuestras diferencias para mejor coyuntura. Eso sí, ella me
dedicó una mirada asesina, y yo le respondí con un furibundo gesto. Cada uno en
su género. Y tal vez en su sexo.
Hecho el respetuoso silencio, mi amigo vino a decir que los ministros
hablan y hablan, preparan el terreno, y de su boca sale aire. Pero no un aire
normal y corriente, sino un aire que se transforma en globos sonda, en cuervos
que no regresan, o en palomas cargadas de buenas intenciones, que quedan en
nada. La mayoría de las veces, vino a decir mi buen amigo, las palabras
preceden a los hechos. Y cualquier cosa que se les ocurra es cuestión de
tiempo, o de reiteración de la sandez, el que se lleve a cabo o se haga carne.
No se repite la resolución para discutirla sino para presentarla ya como cosa
hecha.
-Y con esto de la crisis -concluyó- día sí y día no lanzan más y más
amenazas, que la gente, cómo no, va asimilando ayudados, muchas veces, por las
televisiones, los periódicos y los cráneos privilegiados, de los cuales andamos
muy sobrados. Ya llevan tiempo discutiendo si la sanidad la tenemos que pagar o
no, me refiero directamente, pues indirectamente la paga todo aquel que tiene
una nómina media.
-Yo -le dije a mi amigo- no me acabo de creer todo esto de la crisis. Me
parece que está siendo una burda excusa para acabar con todos los derechos de
la mediana clase media. No sé, si la cosa fuera en serio, Europa debería
comenzar a prescindir de los coches tirados por gasolina. No me puedo creer que
en estos días no haya alternativas a esos medios de locomoción.
-Eso ha puesto bien de manifiesto -dijo mi esposado amigo- que esto de
la crisis es muy relativo: aquí perdemos derechos, y algunos países
exportadores de petróleo se hacen pistas de hielo en medio del desierto.
-Sí, es una cosa que me ha llamado la atención: tanto hablar de la
saria, de la ley de no sé qué, y permiten que correligionarios suyos se mueran
de hambre y de miseria en tanto que otros...
-Los preceptos del Islam hablan de hacer obras de caridad, no de sacar
al pobre de su pobreza.
-En la pobreza nos van a meter a todos...
-No tanto -repuso mi amigo, que comenzaba a estar bajo los influjos de
la inspiración-. Los ministros son las cabezas parlantes de la feria, esos
magos que por dos monedas te leían el futuro. Y el futuro ya sabemos todos cual
es: irán apretando los tornillos hasta llegar a un determinado punto. Pasado ese
punto se puede llegar a la estrangulación. Y eso por ahora no le interesa a
nadie. Mientras todo quede reducido a suicidios... Eso se puede asimilar y
olvidar.
-Es una posibilidad que nunca hay que descartar. Al fin y al cabo, el
hombre, ante parecidos problemas siempre ha dado similares respuestas: la
guerra. Se exterminan unos cuantos millones de personas, y vuelta a comenzar.
-¿Cómo puedes decir esas cosas con esa frialdad? -me preguntó
horrorizada la esposada mujer de mi amigo.
-Creo que es mejor ver la enfermedad... Los médicos también te dicen si
tienes sida o cáncer. Y no se andan por las ramas.
-Desde luego para curarse en salud nada mejor que conocer la enfermedad.
Así pues, creo que seguirán apretando y apretando. Y no pasará nada.
-No, mientras tengamos fútbol y televisión.
-Y buenas coartadas para seguir gastando lo poco que tenemos: si durante
las fiestas no salimos con el coche a quemar gasolina, las gasolineras tienen
que cerrar, los mecánicos se quedan sin trabajo, y bares y restaurantes han de
echar el cierre.
-Quizás esas consideraciones nos impidan llegar a la pobreza total.
-Dios te oiga.
-Y el Señor nos coja confesados. Aunque tal vez algún día los políticos
se decidan y se metan la tijera ellos mismos y acaben con muchos de sus privilegios
y con otros que sobran. Ahora, hay que reconocer que se saben vender: han
suprimido dos coches y un par de oficinas estatales y parece que han hecho el
milagro del pan y de los peces.
-Sí, pueden hacer más -dijo ella, que era una ferviente lectora de
Bécquer-. Todavía les queda algo más que una ensalada en la comida y un farol
en el patio. Pero como saben que también lo tenemos nosotros, por solidaridad
se gastará primero lo nuestro, y luego ya veremos. Además, si tanta crisis hay,
¿de dónde sacan tanto dinero para rescatar bancos y más bancos y hasta países
enteros? ¿Y habéis pensado la cantidad de gente e instituciones que estamos
manteniendo? Gobierno central, gobiernos autonómicos, la ONU, la OTAN, la
iglesia...
-Eso ni se nombra. Ya ha dicho el presidente del Gobierno, por el
contrario, que va a seguir con los recortes así le cueste a él el puesto. Y ya
llevan varios meses abriendo la boca y a vueltas con la sanidad.
-Pues ya sabéis lo que hay -dijo la mujer-. Él no perderá el puesto, ni
el cargo ni el poder adquisitivo. Invocará a España, a la solidaridad, a la
creación de puestos de trabajo, y dará otra vuelta de tuerca.
-Insisto: que el Señor nos coja confesados. O al menos con las palabras
de rigor pronunciadas: Ave, Caesar, morituri te salutant. Y ¡Vivan las
moscas y la falta de imaginación!
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