Portada: Monumento 11-M (cortesía José Luís Ayuso)
Era el 14 de marzo del 2004. Llevaba dos días en Madrid.
Desde el minúsculo balcón de mi habitación Nº 14 del hotel Excelsior en la Gran Vía de Madrid, observaba las entradas y salidas del restaurante VIP, donde tenía cita con Mohamed Chakor, productor y presentador del programa religioso de la segunda cadena de la TVE , «Tiempo de reflexión» y especialista del sufismo y del movimiento musulmán en España en general.
Llevaba dos días en Madrid y la Radio Televisión Marroquí en Rabat reclamaba casi con gritos la cuarta de mis crónicas sobre los atentados terroristas del pasado día 11.
El asunto intrigaba cada vez mas a los marroquíes por lo que he decidido que mi nueva nota fuese más adornada y con más elementos informativos.
«Si Mohamed» para los que nos inspirábamos de su dilatado bagaje literario e intelectual, me llamó poco antes para anunciarme una cita con el entonces portavoz de la Federación Musulmana en España, Yusuf Fernández Ordóñez «absolutamente inevitable en este tipo de investigaciones» a quien debía consultar previamente antes de comenzar mis reportajes.
De repente suena el teléfono de la habitación. Era la recepción que me pasaba una comunicación.
— ¿Sr. Jedidi?, me preguntó-respondió una voz con un claro acento marroquí
— Dígame.
— Salam Ualikum, me dijo mi interlocutor como si quisiera indicarme que era paisano.
— Ua Alikum Asalam. ¿En qué le puedo servir?
— No… es que un amigo común me dijo que estabas por aquí y…
— ¿Me puede recordar su nombre?
— Tutti…Tutti.
— …Tuteamos.
— Sí. Me llamo Abdelkader. Algunos amigos me dijeron lo que estás haciendo aquí. Creo que podemos ser mutuamente complementarios. Te invito a comer. Vivo con mi familia en Lavapiés y me imagino que el barrio forma parte del esquema de tu trabajo.
« ¡Santo Dios! », pensé de manera elíptica. Las cosas no podían presentarse mejor. Era exactamente lo que yo estaba buscando durante todo el día para una documentación previa a mis reportajes.
— Mira, Abdelkader es que…yo no tengo inconveniente, lo que pasa es que no tengo coche. No conozco lo suficiente las redes del Metro de Madrid. Llegué hace poco y me paso el santo día trabajando. Tengo una cita y además, Ángel Acebes [1] da dentro de un par de horas una rueda de prensa.
— No te preocupes. Ya tienes el número de mi teléfono cuando tengas un hueco me das un toque…
— Seguro. ¡Oye! Un millón de gracias. Nos vemos. Me quedaré al loro.
Una providencia aun sin digerir.
Por mi mente, yo, que siempre consideré el militantismo radical como un disparate y los militantes como criminales por contumacia, pasaron infinitas preguntas e inquietudes pero sabía pertinentemente que esta vez me hará falta un poco más que un ejercicio intelectual. ¡Lavapiés!...La madre del cordero.
Me equivoqué. Con su extraordinaria energía de creación y de reflexión, Abdelkader, toda una gramática de la reconfiguración de la creencia impuesta, era exactamente lo que yo no podía prever… en su justo valor.
Si. Una providencia.
Me enseñó generosamente todo lo que yo quería saber a cambio de…mi atención: Me explicó, la lenta pero inevitable deshumanización de la juventud musulmana en Madrid, «donde la luz deslumbrante les borró los colores», las promesas abortadas, que les convirtió en más sensibles a las sirenas del extremismo y una, según él, nueva y extraña identidad «cada vez más estructural», forjada, a veces por la ignorancia de la nueva realidad y alimentada por una abstracta curiosidad y una insaciable atracción por las ideologías viriles, otras.
Víctimas de una empresa de exterminación de una identidad y de fidelidades dudosas, la mayoría de los jóvenes que me presentó Abdelkader clamaban su inocencia pero magnificaban la ortodoxia religiosa aparentemente aprendida muy recientemente y con otros acentos. «Nadie trató ni aquí ni en Marruecos de hacer frente a los fundamentos de la ideología extremista que se extiende como una mancha de aceite». El comentario-acusación era de un viejo imam de una improvisada mezquita en Lavapiés, para quien «misteriosos predicadores venidos de qué sé yo, intentan dar a su proyecto una legitimidad ideológico-religiosa».
— ¿Y tú? y ¿la gente?, ¿qué te parece? ¿Qué…?
— No hijo. Yo no puedo. No tengo medios. Yo vivo gracias a la generosidad de algunos compatriotas y de la compasión o tolerancia del huésped español. Ellos sí. Son muchos. Muchísimos. Repitió por lo menos nueve veces lo de «muchísimos» antes de enfatizar, en voz temblada, casi suplicando: «Todos debemos respetar las diferencias sin dejarnos aniquilar por ellas».
— Nos han «museoizado», se quejaba uno.
Cruel desilusión de quien vino en busca de sustento y encontró las semillas del odio y del resentimiento.
— Aquí encontramos con que saciar nuestro vicio hasta la sobredosis, presumía otro irónicamente. ¿Pensamiento transcultural, mal concebido o simplemente psicosis de romper con el estatuto de antaño?
— Nadie nos ayudó a asimilar las influencias socio-políticas de un país, como Marruecos, en la encrucijada de la controversia regional. El universitario se refería a sus dudas de que un marroquí se atreviera a hacer tan horrible crimen.
— Pero Acebes ha dicho otra cosa
— Déjate de Acebes y del Partido Popular, dijo masticando cada sílaba con una inteligencia aguda y una extrema lucidez, haciendo gala, discretamente, de su militancia socialista.
— Mira Said, te voy a revelar algo que todo el mundo sabe pero nadie quiere creer. La voz grave con un acento exageradamente severo traducía la conciencia crítica de Abdelkader quien denunciaba así, a su manera, a los que pensaban que «aquello ocurre sólo a los demás». Además de ensartar las desconfianzas recíprocas, la ruptura entre el gobierno marroquí y el Partido Popular ha constituido un terreno muy abonado para lo que sucedió y puede volver a suceder aquí o en otra parte, dijo poniendo el acento sobre cada silaba.
— ¡Que Dios no quiera! Clamó la voz del imam como si rezara por el fin de tanta decadencia física y moral.
— Os digo y sé lo que digo que la responsabilidad es del gobierno del Sr. Aznar. Se quedó mudo un instante esperando una reacción y enlazó… o, por lo menos, relativamente compartida.
Confidencias demasiado íntimas en las que se confunden sonrisas y lágrimas…. verdades crudas y puras pasiones.
Comenzaba a dudar de que mis interlocutores fueran una minoría…una consciente de los «privilegios» del presente y asustada por las discapacitaciones del pasado.
Con gestos singularmente repetitivos me limitaba a buscar preguntas que no hallaba o no podía plantear. En un instante de distracción, me encontré perdido en la ecuación-paradoja de cómo el que se ha visto obligado a recurrir, como lo calificaba atinadamente Abdelkader a pesar de su poca fascinación por el humor, al «sacrificio supremo» para poder llegar hasta donde está, podía maltratar la providencia...su providencia.
A veces perplejos. Otras agobiados. A menudo los dos, los demás asentaban con su cabeza hacia quien hablaba como si asistieran a una partida de tenis.
No cabía duda: había un atasco ideológico. Cada uno de ellos quería ser apóstol de la ruptura sin tener que estar, como en su país natal, sistemáticamente asociado a adjetivos como “Jouanyia” [2] .
Tercer día en Madrid. Cuarto reportaje para la radio. Por la tarde otro para la televisión. Aparentemente en Rabat estaban muy contentos. La TVM era la única que daba cuenta puntualmente de lo que sucedía en España con, a me nudo, opiniones y criterios de los propios protagonistas-acusados.
A mi, no obstante todo aquello no me convencía. Cada instante pasado en Madrid me proporcionaba la posibilidad de llegar a algo mejor y, para satisfacer a los oyentes y televidentes, mas o espectacular o sensacionalista. Era conciente de que estaba en el lugar indicado en el momento indicado.
Durante casi una semana no paré de visitar, hablar, preguntar, descubrir y difundir. Curiosamente todo el mundo era «inocente», una total incultura de los derechos y deberes en el país de acogida y la sensación de que, devorados por la inquietud, muchos se refugiaban, a diversos grados de convicción y rareza, en la retórica del terror aprendida del «otro».
Del 11 hasta el 14 de marzo del 2004 aun fresca la sacudida de la revelación de una pista « islamista», con un ritmo de trabajo de, a menudo de 15 a 18 horas, de intensa actividad y una agenda de citas que superaban siempre las 20 diarias, no había indicio alguno de la certeza de un papel directo o indirecto de una presunta implicación «islamista».
En algunos momentos me dejé convencer de una conspiración contra el Islam y sus valores sagrados. «la historia viene desde muy atrás- trataba de influenciar el curso de mi labor Immad Madani, un profesor universitario con aspecto de un francotirador- Entre las prioridades del presidente Bush ha figurado siempre frenar lo que cree un inexorable avance del Islam. La estrategia de lucha contra el Islam y los musulmanes fue de las primeras a las que se consagraron sus equipos de la Casa Blanca y del Consejo de Seguridad Nacional. Con ello contó con la inestimable ayuda e incondicional apoyo de todos los detractores de la religión musulmana, particularmente las asociaciones, organizaciones y organismos de obediencia sionista».
«Frente a esta encarnizada guerra, la OCI y todos los Estados musulmanes, unos más que otros... todos continuaron a disfrutar de su calidad de «países de interés estratégico» de EE.UU. unos, poco proclives a su interés nacional, aspirante a las benevolencias geopolítica o financiera estadounidenses, otros… todos en una frenética carrera contra-reloj hacia el liderazgo en la poco democrática guerra contra el misterioso terrorismo islamista o islamizado».
Se quedó mudo un instante, tratando de leer el impacto de sus ideas en mi rostro y remató con la sonrisa de quien conoce un secreto y no quiere divulgarlo.
«Una repentina erección moral e ideológica sin orgasmo recompensable hasta ahora a pesar de una atroz injusticia cometida a ultranzas».
«La autoría, tanto del 11-S como del 11-M – concluyó su sermón- se debe buscar fuera del Islam y los musulmanes».
Buscaba la verdad y no encontraba más que incertidumbre.
«La realidad no se puede cambiar con balas, sino con palabras», profetizaba Abdelkader poco seguro de su evidencia.
Sabía por qué lo dijo:
«Que nos devuelvan nuestra propia historia».
¿Pero, quién os la arrebató?
Algo o alguien impedían a estos jóvenes vencer su timidez y hacer prosperar su singularidad saludable.
A todas luces, lo que deseaban era excesivo, pero no exagerado.
También era evidencia inaudita que algunos y no todos rascaban donde creían poder hacer daño.
La indulgencia atravesada por palabras, a menudo mal aprendidas y peor expresadas.
Iniciativas intempestivas. Ninguno de ellos era conciente de que siempre es peligroso decir «tengo razón».
¿Siempre?
Esta vez fue infinitamente más que peligroso y por ello yo estaba allí.
Vi cosas. Mi providencial guía me enseñó otras. Al final, como un elogio supremo o simplemente como un método de compromiso, le prometí «ocuparme» decentemente del asunto «porque en un reportaje de un minuto o dos sería imposible describir fielmente este océano de cálculos imbéciles».
Prometí hacerlo después de una investigación personal y una minuciosa verificación y desglose de la impresionante cantidad de imágenes y sonidos gravados en mi mente y en mis aparatos.
— ¿Por qué no escribes un libro?
— Buena idea. A mi regreso a Rabat lo pensaré… porque si lo hago, prefiero ser prudente y tenaz, exigente e imparcial. Tú sabes Abdelkader que aquí se mezclan los míos y los que no me son extranjeros…
— Te refieres a Marruecos y España
— De cierta manera
Con Abdelkader, en Lavapiés o en otros puntos cálidos de Madrid descubrí problemas planteados de manera urgente y cuya solución fue mil veces postergada...
Por razones de Estado o de contextos y coyunturas geopolíticas, todo el mundo estaba convencido de que nunca es oportuno hablar de derechos de los extranjeros.
Los errores de análisis conducen ineluctablemente a graves incoherencias. Para ellos Lavapiés era una especie de “verfügbar” [3] en el que escucharon mil veces que contaminaban la raza por lo que decidieron refugiarse en una concha de indomables visiones con, a veces, gestos extremos y un cinismo social a toda prueba.
Humor macabro. Pero lo suyo era, a todas luces, una negrura infinita...un combate contra la propia conciencia.
¡Alucinante! Ni querían irse ni querían quedarse.
Y uno de los resultados era, como me decía Abdelkader, que «esta gente aprendió a rezar cínicamente cada oración, como si fuera, a la vez, la primera y la última».
Era, como lo calificaba atinadamente uno de los hijastros del barrio, su manera de concebir la contracultura.
¡Espantoso!
Gente sincera (el terrorista suele ser ingenuamente sincero) que por abnegación a la realidad o porque nadie hizo nada para buscarles pretextos que les sirvieran a desligarse de su juramento, se pasa el día tratando de plegar a su falsa visión del mundo… a menudo con cinturones explosivos o argumentos todavía más inverosímiles en torno a la indiferencia ante la muerte.
Sin embargo en su Tánger, Tetuán, Larache o cualquier otra ciudad natal, se permitían el lujo de soñar en español. Algunos de ellos elogian ahora una barbarie mediocre.
Para Marruecos se trataba de una irónica función clorofílica: respiraba divisas y desprendía parados y ahora desprende a ambiciosos y absorbe presuntos terroristas.
Desde entonces comencé a acariciar la posibilidad de poner manos a la obra y a…contribuir a canalizar tanta rabia para transformarla en energía creadora.
Volví a Madrid, en otras tareas profesionales en la televisión marroquí o en el marco de mis ocupaciones literarias como conferenciante o para presentar mis novelas. Pero nunca volví a ver a Abdelkader aunque sí me encontré con muchos otros Abdelkaderes.
En Marruecos nadie podía prever aún la globalización de la fe…perversa.
Tuve que esperar y esperando acaricié, mas de una vez la extraña duda de que alguien me había manipulado para escribir este libro. ¿Por qué no escribes un libro? Me lo preguntó Abdelkader. Nunca volvió a contactarme para averiguar el estado de su «sugerencia». En cambio yo, una vez terminado el 11-M: Madrid 1425 si, me pregunté más de una vez quién era realmente Abdelkader por qué me «sugirió» escribir este libro y finalmente, por qué acepté.
No importa. La curiosidad puede matar al gato pero nunca a un escritor.
Hoy tengo tiempo, ganas y sobre todo, voluntad de contar, a mi manera, lo que creo que fue-es una mezcla de futurismo, situacionismo y terrorismo...hasta ahora, afortunadamente en ciernes aunque ya ha causado y puede causar muchos estragos.
EL AUTOR
1) Fue Ministro del Interior del Gobierno del PP con J. M. Aznar
2) Término que dan los marroquíes metafóricamente a los fundamentalistas.
3) Disponible en Alemán, adjetivo que designaba durante la época nazi a los deportados que estaban afectados a un trabajo no preciso.
2) Término que dan los marroquíes metafóricamente a los fundamentalistas.
3) Disponible en Alemán, adjetivo que designaba durante la época nazi a los deportados que estaban afectados a un trabajo no preciso.
Excelente trabajo Señor Jedidi, estoy deseando leer mas.
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