“¡Milagro!”, pensé cuando subí al 168 y venía vacío. Me acomodé en un asiento individual junto a la ventanilla. La mujer que esperaba conmigo en la parada prefirió uno doble, para desplegar los bolsos que llevaba colgados. Ni bien se sentó, uno de sus bultos empezó a vibrar y revolvió dentro de él para sacar su celular.
Como apenas íbamos unos diez pasajeros, no nos quedó más remedio que escuchar su conversación: “Hola, tía. Si, estoy yendo para allá. Bueno, tranquilizate, no llores. ¿Qué hablaste con el médico? No. ¡No sabía que era tan grave! ¿Nada más que seis meses? Bueno… Calmate que voy para allá. Ya estoy llegando”.
Cuando cortó quedó flotando en el aire una sensación de angustia que nos invadió a todos, salvo a una adolescente que mandaba mensajes de texto muy entusiasmada. Pero también sonó su celular y tuvo que dejar su pasatiempo. “¡Qué hacés, Negri! ¡Qué querías contarme que no podías por mensaje? ¿Te cortó? ¿En serio? ¿Vos creés que tiene otra? No te puedo creer. Me dejás helada. Estas noche me paso por tu casa y hablamos”.
En el cruce de Alsina y Solís la mujer que subió conmigo se bajó envuelta en llanto, y subió un señor muy bien trajeado que vociferaba y usaba su teléfono como radio. “Sí, Mary. ¿Para qué llamaron del banco? ¿Cómo que estamos en descubierto? ¡Si había un cheque de Casa González que depositamos el viernes! ¿Sin fondos? ¡No puede ser! ¿De dónde sacamos para cubrir eso? Nos quieren tirar abajo del tren”. Sus palabras se perdieron a lo lejos porque decidió bajarse imprevistamente en la parada mientras todos nos compadecíamos de la pobre Mary, incapaz de brindarle una solución a sus problemas de finanzas.
Más de uno quedó tentado de armar una vaquita para ayudar al hombre, pero la atención se desvió hacia una mujer joven que iba en el último asiento y atendió precipitadamente el móvil ni bien empezó a vibrar: “Hola, hijo. Sí. En el colectivo. ¿Cómo te fue? ¡Te bochó! ¡No puede ser! ¡Con lo que habías estudiado! ¿No te sirvieron las explicaciones de balance del Tío Mario? ¡Ocho materias en marzo son demasiado! ¡De ésta sí que no zafás! Mejor que busquemos otro colegio porque ahí no vas a poder repetir”.
A esa altura todos mirábamos nuestros celulares esperando con fascinación y espanto una llamada. El mío empezó a sonar a la altura de Constitución y el identificador señalaba que era un número desconocido. Aproveché la parada para tirarlo por la ventanilla. Creo que rebotó en un vendedor ambulante y se estrelló contra el suelo. Me pareció lo mejor.
jeje, muy bueno!
ResponderEliminarjee, muy bueno!
ResponderEliminarMuchas gracias Ramón Cabrera!!! En realidad es un suceso real que le pasó a mi mujer (Eva) recientemente.
ResponderEliminarUn abrazo grande y gracias tanto por colaborar con nosotros como por ser un seguidor de este espacio.
Eva y Carlos
Editores de "Todas las Artes"