(Publicado en la
Revista Literaria “Letralia” el 15 de octubre de 2012. Para ver original ir a http://www.letralia.com/272/articulo04.htm)
Las cosas ocurrieron así...
Con el título (impuesto por el diario) de “¿Cómo hablaban
los unitarios?”, y ligeramente abreviado (debido al habitual tijereteo que, en
las notas literarias, suelen ejercer los periódicos argentinos), publiqué
cierto artículo en La Nación(Buenos Aires) del domingo 30 de
diciembre de 2001. Un poco más tarde pude publicar mi texto original y completo
en la madrileña revista digital Espéculo (Nº
20, marzo-junio de 2002).
Ese artículo empieza con el sustantivo “Verosimilitud”,
concluye con el adjetivo “artística” y es el que discurre a continuación.
Verosimilitud literaria o
academicismo gramatical
En 1871 Juan María Gutiérrez publicó en la Revista del Río de la Plata el relato “El
matadero”, de Esteban Echeverría, que había hallado entre los papeles no
publicados del autor, fallecido en 1851. Aunque no se conoce la fecha exacta de
redacción, suele datársela entre 1838 y 1840.
Don Rafael Alberto Arrieta (Historia de la literatura argentina, Buenos Aires, Peuser, 1958, tomo II,
pág. 91) opinó sobre “El matadero”:
Ninguna [otra obra] del autor la supera en nada. Las figuras
inconfundibles y la acción animadísima; las viñetas ricas en detalles y de
incisión precisa; los diálogos y el vocabulario de insustituible eficacia; la
distribución y la gradación de los elementos, acumulados por una observación
minuciosa y extensa, que desemboca en el desenlace involuntario de una farsa
trágica entre sanguinarios habituales; todo, por cierto, revela una realización
meditada y retocada a la que el propósito político debió de conferir alcance de
ejemplaridad.
Sí, con certeza, y tal como afirma, don Rafael, “El
matadero” es lo mejor que ha escrito Echeverría, y —agrego yo— supera con
holgura los intentos narrativos de sus contemporáneos, sin excluir la Amalia de Mármol.
No obstante, siempre me ha llamado la atención que
Echeverría, después de trazar con tanto realismo y vigor el cuadro sórdido del
matadero del Alto, sucumbiera al academicismo de enmendar el habla de sus
personajes.
Admitamos —con cierto esfuerzo— que el joven héroe unitario,
en virtud de la educación que Echeverría le atribuye, emplee el tú y su plural vosotros:
Sin embargo, la primera vez que habla utiliza ustedes como plural de tú:
—¡Infames sayones!, ¿qué intentan hacer de mí?
Un poco más avanzado el relato, vemos que, sin duda, utiliza
el tú:
—Tengo de sobra voluntad y coraje para ti, infame.
Y casi en seguida recurre al pronombre plural de la
conjugación de España:
—La librea es para vosotros, esclavos, no para los hombres
libres.
Veamos ahora el lenguaje que gastan los “infames sayones”,
los “carniceros degolladores del matadero”:
—¿No le ven la patilla en forma de U? [utilizan ustedes como pronombre de segunda persona
del plural].
—¿A que no te le animas, Matasiete? [en apariencia, emplea
el tú y digo en apariencia, porque en aquella época no
había mayor puntillosidad en aplicar o no aplicar las tildes que, en este caso (animas / animás), es lo único que nos
permite saber con precisión si el personaje está hablando de tú o de
vos, lo mismo ocurre con
un pasaje anterior, cuando, ante el inglés caído en el barro, exclaman: “Se
amoló el gringo; levántate (¿o levantate?),
gringo”].
Pero la incertidumbre se disipa pronto. En efecto, el sayón,
carnicero y degollador habla con esta meritoria pulcritud:
—Degüéllalo, Matasiete; quiso sacar las pistolas. Degüéllalo
como al toro.
Lo cual no impide que al singular tú de los españoles los carniceros lo
mezclen con el plural ustedes de
los argentinos:
—No, no lo degüellen [...].
—Preparen la mazorca y las tijeras [...].
Sin embargo, los sayones vuelven en seguida a sus maneras
escolares:
—A ti te toca la resbalosa [¿no diría refalosa, como se ve en Ascasubi y como,
desde siempre, dicen los muchachos del barrio?].
—[...] No hay que encolerizarse [¿no diría, más bien, enojarse?].
—¿Tiemblas?
—¿Por qué no traes divisa?
—¿No sabes que lo manda el Restaurador?
—¿No temes que el tigre te despedace?
Etcétera, etcétera.
En resumen: 1) el unitario (“de gallarda y bien apuesta
persona”, “hombre decente y de corazón bien puesto”, “hombre ilustrado, amigo
de las luces y de la libertad”) emplea sistemáticamente el tú cuando se dirige a un interlocutor en
singular y vacila entre el vosotros y
el ustedes cuando se dirige a
un interlocutor en plural; 2) los carniceros (“dogos de matadero”) emplean
sistemáticamente el tú cuando
se dirigen a un interlocutor en singular y emplean sistemáticamente el ustedes cuando se dirigen a un
interlocutor en plural.
De aquí podemos arribar a la lícita conclusión de que, en
realidad, los “incultos” federales hablaban con más coherencia gramatical que
el “culto” unitario. Esto, desde luego, es lo que se infiere del texto de
Echeverría, a quien, sin duda, le hubiera encantado probar lo contrario.
Estos desajustes del habla —que no son menores—, unidos al
exceso de énfasis propio del romanticismo (“horror”, “atónitos semblantes”,
“infernal”, “bufido aterrador”, “impresión subitánea”, “voz preñada de
indignación”, “pálido y amoratado rostro”, “labio trémulo”, “movimiento
convulsivo”, “ojos de fuego”, “latido violento”, “respiración anhelante”,
etcétera), contaminan de inverosimilitud los tramos finales del relato.
Es probable que lo mejor de él esté en las páginas
iniciales, en las que participan la narración realista y la descripción
costumbrista.
Por otra parte, es curioso que Echeverría, llevado de una
suerte de prejuicio normativo, no se haya dado cuenta de que, de intentar
imitar el habla de los matarifes y de no haber tenido miedo de utilizar el vos, habría ganado en expresividad, en
fuerza, en calidad literaria.
Comparemos, si no, las insulsas expresiones anteriores con
el apóstrofe —el vos pletórico
de reciedumbre, el violentamente arcaico matastes
— con que, unas tres décadas más tarde (I, ix, 1872), saluda a
Martín Fierro un soldado “cualquiera” de la partida:
“Vos sos un gaucho matrero”, dijo uno, haciéndose el güeno. “Vos
matastes un moreno y otro en una pulpería, y aquí está la policía que viene a
ajustar tus cuentas; te va a alzar por las cuarenta si te resistís hoy día”.
A lo que Martín Fierro, tal como corresponde al sentido
común y a la eficacia literaria, contesta empleando el ustedes:
“No me vengan”, contesté, “con relación de dijuntos; esos
son otros asuntos; vean si me pueden llevar, que yo no me he de entregar, aunque
vengan todos juntos”.
No es la única razón para explicar por qué un narrador es
superior a otro. Pero es una razón significativa, que forma parte de razones
más generales, a menudo emparentadas con el buen tino y con la intuición
artística.
Junio de 2012
Muy bien. Quod scripsi,
scripsi No creo haber cometido error alguno, pero sí una omisión
importante, que, advertida diez años más tarde, modifica por completo la
dirección y el núcleo del artículo del año 2002.
En estos meses que corren me hallo preparando —para la
Editorial Losada, de Buenos Aires— una antología de cuentos argentinos de
autores más bien arcaicos, hasta el punto de que algunos de ellos están casi
olvidados. Como básica y filantrópica tarea, me propuse actualizar y normalizar
las grafías y volver razonables las a menudo anárquicas o disparatadas
puntuaciones de los textos originales.
Por razones de ineludible justicia cronológica, el relato
que encabeza el volumen es, como de costumbre, “El matadero”, de Esteban
Echeverría. Tengo en casa unas diez —o tal vez más— ediciones del cuento en
cuestión, y me ha bastado una superficial mirada para darme cuenta de que ellas
mantienen entre sí diversas discrepancias textuales y —oh, caramba— adolecen de
errores varios.
En vista de tales contratiempos, obtuve una copia del texto
original de la Revista del Río de la Plata,
dirigida por Andrés Lamas, Vicente Fidel López y el mismo
Gutiérrez, quien fue, como se dijo, el encargado de editar y cuidar el texto
del amigo fallecido veinte años atrás. “El matadero” corre entre las páginas
563 y 585 del Nº 4, tomo I (1871), de la Revista.
Sin presumir de zahorí, pronto noté, en el texto de 1871,
algunos pasajes que merecían ser enmendados.
Por ejemplo, este, de carácter sintáctico. Donde se lee
(pág. 577) esclamaron, y cruzando el pantano amasando
con barro bajo las patas de sus caballos, su miserable cuerpo propongo
leer exclamaron y, cruzando el pantano, amasaron
con barro, bajo las patas de sus caballos, su miserable cuerpo.
Y este otro resbalón, de índole semántica. Donde dice (pág.
580) Una tremenda carcajada y un nuevo “¡Viva!”estertorio volvió a victorearlo el contexto pide Una
tremenda carcajada y un nuevo “¡Viva!” estentóreo volvió a vitorearlo.
Pues bien vemos que los “sayones” se hallan lejos de los
agónicos estertores y asaz a gusto en un ambiente de hilaridad y chacota que
los lleva a expresarse en voz muy alta.
***
Sin embargo —y aquí voy a mi objetivo esencial—, mucho antes
de que se produjera la pulcra polémica verbal entre el delicado y joven
unitario, por una parte, y los infames sayones, por la otra, aparece un pasaje
donde se halla bien reproducida el habla que —desde que mi patria existe— nos
aqueja a todos los argentinos: el excluyente, aunque no exclusivo, voseo:
—Che, negra bruja, salí de aquí antes que te pegue un tajo
—exclamaba el carnicero.
Por supuesto, así hablaba el carnicero. Absurdo sería poner
en sus labios (y en los míos, y en los de cualquier compatriota de la educación
que fuere) una expresión tan increíble como, por ejemplo:
—Tú, negra bruja, sal de aquí...
Ignoro si existe el manuscrito original de Echeverría y me
inclino a pensar que no hay tal cosa, de manera que no podemos verificar si, en
lo que afirmaré a continuación, estoy, o no, en lo cierto.
Tengo la idea de que el editor decidió, por su cuenta y
riesgo, “corregir” y “adecentar” el texto de Echeverría, y que, entregado a su
tarea —siendo Juan María Gutiérrez un caballero, acaso, menos perspicaz que
laborioso*—, no advirtió el imperativo salí
dirigido a la “negra bruja” y sí, en cambio, concentró sus energías
en “mejorar” el habla de los sayones en los diálogos que anteceden a la muerte
del unitario.
Siguiendo el camino inverso, propongo “empeorar” el habla
carniceril, para conducirla al modo habitual en que nos expresamos los
habitantes de la orilla derecha del Río de la Plata y, mucho me temo, también
el joven unitario del cuento. Van cuatro botones de muestra:
Don Juan María (mejorando):
—Degüéllalo, Matasiete: quiso sacar las pistolas. Degüéllalo
como al toro.
—A ti te toca la resbalosa —gritó uno.
—Encomienda tu alma al diablo.
—¿Tiemblas? —le dijo el juez.
Yo (empeorando):
—Degollalo, Matasiete: quiso sacar las pistolas. Degollalo
como al toro.
—A vos te toca la refalosa —gritó uno.
—Encomendá tu alma al diablo.
—¿Temblás? —le dijo el juez.
Esto, en lo que respecta a cuestiones de conjugación verbal.
Pero ¿qué diremos de las denominadas “palabras malsonantes”, que aparecen, en
el texto de la Revista del Río de la Plata,
con inicial y puntos suspensivos?
A mí me parece que, en su manuscrito, Echeverría habrá
escrito letra por letra, y sin olvidar ninguna, las palabrotas en cuestión:
—Son para esa bruja: a la m...
—Son para esa bruja: a la mierda.
—Hi de p... en el toro.
—Hi de puta en el toro.
—Como toro le ha de quedar. ¡Muéstreme los c... si le
parece, c...o!
—Como toro le ha de quedar. ¡Muéstreme los cojones si le
parece, carajo!
—Para el tuerto los h...
—Para el tuerto los huevos.
—Sí, para el tuerto, que es hombre de c... para pelear con
los unitarios.
—Sí, para el tuerto, que es hombre de cojones para pelear
con los unitarios.
En el caso de “—Para el tuerto los h...” se refuerza mi
hipótesis de un don Juan María distraído, pues en este pasaje colocó los
púdicos puntos suspensivos, pero, en otro, los testículos se burlaron de su
celo:
—¡Aquí están los huevos!
Y, sacando de la barriga del animal y mostrándolos a los
espectadores, exhibió dos enormes testículos, signo inequívoco de su dignidad
de toro.
En resumen: me inclino a pensar que Juan María Gutiérrez, al
editar el cuento de su amigo muerto, se excedió en sus funciones. Quiso
“mejorar” “El matadero” y sólo logró crear una serie de disonancias e
incoherencias que, sin duda, estropearon un texto cuya forma manuscrita era
superior a la versión publicada en letras de molde**.
* En ocasión anterior me he referido —en estas mismas
acogedoras páginas de Letralia— a
otro aspecto de la producción de Juan María Gutiérrez: “Endecha
por la ‘Endecha del gaucho’ ”.
** El texto de “El matadero” se halla precedido de una
“Advertencia” de don Juan María. En la página 557 dice: “Estas páginas no
fueron escritas para darse a la prensa tal cual salieron de la pluma que las
trazó, como lo prueban la precipitación y el desnudo realismo con que están
redactadas”. Si este aserto es verdadero, resulta difícil imaginar a Echeverría
en la tarea de colocar los pudorosos puntos suspensivos en lugar de las feas
palabras que nadie leería. Y, en la página 561, creo advertir que Gutiérrez
niega lo que, precisamente, acaba de hacer: modificar el manuscrito original:
“Este precioso boceto aparecería descolorido si, llevados de un respeto
exagerado por la delicadeza del lector, suprimiéramos frases y palabras
verdaderamente soeces proferidas por los autores en esta tragedia. Estas
expresiones no son de aquellas cuyo ejemplo pudiera tentar a la imitación; por
el contrario, hermanadas, por arte del autor, con el carácter de quienes las
emplean, quedan más que nunca desterradas del comercio culto y honesto, y
anatemizadas para siempre”.
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