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miércoles, 9 de noviembre de 2011

TRES REINAS, por Jorge Judah Cameron, de Mendoza, Argentina

El siguiente relato está basado en un hecho real ocurrido en territorio argentino. Los nombres y lugares han sido cambiados para proteger la identidad de los involucrados. La relación con el protagonista, que es hoy el único sobreviviente de aquel macabro suceso, me permitió escribir esta historia y saber que otros, al igual que él, fueron víctimas y muertos, o salvaron su vida, gracias a Dios.

J. J. Cameron.

Es posible que decidiera estar muerto después de aquel irracional suceso que desvió mi interpretación del mundo. Descubrir que aquello que no vemos, de ninguna manera está lejos de ser una verdad entre lo visible y lo invisible, lo trascendente a los sentidos básicos y especialmente a ese tercer ojo, que nos muestra las imágenes que no podríamos ver de otra manera. Lo que parece imposible o está dentro de la imaginación de cualquier ser humano, puede aparecer con uñas y dientes ante nosotros. No hablo de lo que ciertas personas pueden manifestar para comprender lo incomprensible, como si se tratase de algo cotidiano. Hablo de lo que cualquier mortal en su tránsito por la vida puede padecer y no lograr asimilar jamás.
Mi identidad fue protegida por un juez que caratuló el caso “Homicidio con premeditación y alevosía, con ingesta de drogas peligrosas”, lo que mi abogado defensor astutamente cambió a “Tentativa de homicidio con amnesia permanente y consumo de drogas”. Evitó que fuera a prisión, pero me declaró maniático irreparable. Mi declaración fue otra, salvo que no la creyeron en absoluto. Estaban absolutamente errados. Caminaban desorientados, desgarrándose las vestiduras para lograr el Premio Nobel. Buscaron fama con mi agonía. Sordos, imbéciles, escarbaban en sus libros lo que no querían escuchar de mi boca. Yo tenía las respuestas y no encajaban en sus conceptos de medicina. Un médico forense desaguó su cerebro en un informe de cuatro hojas que resumí con cierta dificultad: “Alteración psíquica y demencia temporal provocada por shock violento. Posible abuso sexual. Reposo absoluto y control permanente. Medicación diaria. Diagnóstico reservado”. Esto último desalentó mi recuperación. No tenían la menor idea del incidente, porque era evidente que no podían explicar un fenómeno paranormal a través de la ciencia conocida.
Un acreditado profesor en psicología escribió un libro, pues consideró mi caso sin precedente. ¡Un libro! ¡Necios, ciegos! La verdad cabía en un grano de soja: ¡BRUJERÍA! Energías del bajo mundo, capaces de penetrar y envenenar el aura. Yo fui la victima y no el criminal (1). Era inocente y bien cuerdo. Paradoja del destino o desatino de la justicia: sano era culpable; inocente un pobre loco.
Por falta de recursos privados fui a comer al neuropsiquiátrico del estado, custodiado policialmente como un criminal las veinticuatro horas, internado un mes en paupérrimas condiciones. Un loquero, un maldito loquero con perdón de los enfermos. “Paciente peligroso, no  se acerque, tome distancia”.
Me abarrotaron de estudios para ver si era consumidor de cocaína, LSD (2) o cualquier otra droga. No merecí trato tan injusto. Dije la verdad; no soy un  estúpido que inventa cosas ni presume de haberlas visto. Pasaron muchos años hasta que pude superar aquella espantosa prueba. Debí sumergirme en el silencio para no pasar por un trastornado. Caí en depresión por tormentos que turbaban mi mente y flagelaban mis emociones. Intenté suicidarme cortándome las venas. Pretendí llamar la atención flirteando con la muerte.
Hombres y mujeres, lo mío fue repulsivo. Que nadie procure pues imitar semejante miseria ¡Nada! Absolutamente nada justifica arrebatarnos la existencia que Dios nos dio. Logré vencer aquella flagrante enfermedad y busqué respuestas. La única forma de vencer los miedos era enfrentarlos.
Me echaron de mi trabajo aduciendo recorte presupuestario. En realidad un sicótico – dijeron – no puede ser administrativo ni operar un ordenador. Pero nada resulta casual; después de vagabundear durante meses logré un mediodía en la biblioteca pública como personal de limpieza, lo que me daba oportunidad de llevar un libro diariamente, e hizo prosperar el apodo de “licenciado” entre mis compañeros. Leí todo cuanto podía sobre magia blanca, negra, roja, hechizos, alquimia, ángeles y otras hierbas. Las ciencias ocultas no siempre son oscuras. Me obsesioné con esa lectura, deseaba ser un experto para arrancar de raíz la enajenación que mostraba sus tentáculos.
El conocimiento no borra las heridas; las ayuda a sanar.
La interpretación de los sueños suele ser consulta de nuestras inquietudes nocturnas, obsesiones, circunstancias no queridas o contrariamente bien anheladas. Todo permanecerá en el universo mental, y esto, lo trasladaré a mis hijos y a los hijos de mis hijos, sin siquiera mover los labios (3).
Me aferré a Dios más que a nada en la Tierra y al final comprendí que la salvación estaba en la fe, en el Hijo del Hombre y el Príncipe de las Huestes Celestiales. Todavía recuerdo aquellos cánticos infernales de inmundos hechiceros. Sé lo que viví; no alucinaba ni lo soñé.
Todo comenzó una calurosa siesta de verano en la localidad de Villa Hipódromo, cuando recibí una llamada telefónica que me hizo salir del letargo. Era Gaspar Brunner, mi ex compañero de colegio secundario y amigo incondicional, con el cual habíamos compartido en varios cumpleaños y bailables de la zona. Cómo decir, éramos compañeros de ruta en el conocimiento y la noche; en los sentimientos y defectos que sólo los verdaderos amigos conocen; de esas personas que uno no está comprometido a verlas periódicamente, pero, si transcurriesen uno, dos o más años, es como si ayer las hubiésemos visto. Confiaba en él plenamente. El motivo era invitarme a celebrar una década como egresados del ilustre colegio secundario, algo que pareció una bonita oportunidad para reencontrarme con viejos afectos. Era la primera vez que se organizaba algo así, además, no tenía conocimiento del tiempo transcurrido. Me vestí deportivamente esa tarde y partí al lugar indicado. Según señaló, era una reunión informal en casa de Marcia, donde contaríamos nuestras andanzas con pizzas y tragos para propulsar las palabras. Hice que el taxi se detuviera antes de llegar. No necesitaban saber que no tenía vehículo y las cosas no habían salido como soñé de pequeño. No pude estudiar una carrera, o peor, comencé y debí abandonar por razones de trabajo. Quizá por mi naturaleza rebelde fui alternando de un lugar a otro. No aceptaba que manipularan mis labores a su antojo. Pretendía decidir por mi mismo, cuando no pensaba igual que otros, y no ser un chip que funciona hasta colapsar.
Era una fastuosa casa, en la elegante avenida Boulogne Sur Mer de Mendoza, frente al parque General San Martín, el pulmón de la ciudad, a pocos metros de los colosales portones del ingreso principal. Como buen ignorante buscaba un timbre para llamar. Pasaron varios minutos para darme cuenta de que un par de lustrosos herrajes de bronce sobresalían para golpearlos. Solamente el portal con dos columnas de mármol, y una ostentosa puerta de dos hojas esmaltada en blanco, valían más que mi casa paterna. De inmediato apareció Brenda y me alegré gratamente, ya que el curso era mixto, lo que daba el equilibrio que los orientales llaman el yin yang; en occidente diríamos: Los profesores enseñan. Los alumnos aprenden… de todo.
Adentro me esperaban Marcia y Luisa, que me saludaron efusivamente y retribuí con el mismo interés. La conversación inicial fue una suerte de fuego cruzado entre sexos opuestos, lo que en idioma menos sutil se puede traducir:
–¿Se te cayó bastante el pelo? (risas).
–¿Y vos te quedaste petisa? (más risas).
El clima era festivo. Las bromas y piropos de mi parte eran dardos, por algunos atributos femeninos que sobresalían sobre los gamuzados sillones de la exquisita mansión. De inmediato comenzaron a ofrecerme cerveza. Pensé que era temprano para beber, pero no quise desentonar con el ambiente llamativo. Había pasado un buen rato y mi pregunta fue directa:
–¿Y los demás? ¡Éramos como treinta!
Se hizo un silencio y Marcia con cierto sarcasmo vociferó:
–¡Gaspar viene más tarde! Los demás no sabemos, pues él se encargo de avisarles.
No pude más que pensar que esto no tenía carácter de una reunión de ex colegiales, ni siquiera una conversación sobre viejos o nuevos asuntos. Si Gaspar pensó divertirse planificando una orgía, no era mala idea, pero debió habérmelo anunciado, era lógico, debía tomar ciertos recaudos. Luisa era la más tímida, o por lo menos la que menos hablaba. Al mirarla se cubría con un vaso de whisky en la mano, ya que difícilmente le hubiese echado hielo al té. Transitaba inquieta. Sonreía con una mueca mentirosa. Reía…, volvía a sonreír. La falsedad escurría por sus venas como sudor en el desierto. Brenda caminaba despreocupada meneando sus cabellos rubios. Siento que ella fue manipulada por sus amigas. Aun así se dejó llevar. Fue cómplice de la barbarie. Decidida, tomó parte de un trabajo en equipo, calculador, diabólico, asfixiante.
Marcia, como dueña de casa, llevaba la voz parlante:
–Vamos a hacer una experiencia mientras llegan los demás –me dijo –, puedes participar si quieres.
Preferí observar para no hacer el ridículo. Me senté en el sofá y se quedaron paradas en el medio de la sala. No podía disimular la risa. Al parecer las tres estaban dispuestas a brindarme un show o juego teatral. Se hallaban serias, lo que hacía más hilarante la situación. De pronto, se arrodillaron con las manos en las piernas. Recién entonces percaté de que al menos una prenda negra tenía cada una. Lo que no debió haberme llamado la atención en lo más mínimo, ya que es un color muy usado por las damas para verse más delgadas. Marcia se levantó de prisa y tomó una tiza haciendo un círculo alrededor. Luego Brenda dibujó una estrella de cinco puntas, muy usada en rituales mágicos (4). Solía verlo en películas de terror, lo que a veces me causaba gracia. Con el tiempo aprendí a respetar las fantasías de niño.
La estrella usada para el bien se coloca con la cúspide hacia arriba, es decir señalando el norte; pero para el mal se invierte y las dos que hacen de base, al quedar hacia arriba, representan el rostro del macho cabrío, o del maldito con sus cuernos en punta. En los tres vértices de abajo se dispusieron las mujeres y comenzaron a susurrar frases incongruentes. Estaba azorado mirando la escena cuando alguien golpeó la puerta. Me apresuré a abrir. Era Gaspar, que sin muchas explicaciones al respecto, entró súbitamente y un ¿cómo andas? fue lo único que masculló. Estaba agitado, con ojos desorbitados, como si su presencia fuera la máxima autoridad, pues lanzó un gesto de repugnancia al ver que el rito había comenzado. En un momento estaba de rodillas, observando el símbolo con la cabeza gacha y balbuceando. A pocos minutos detuvo la perorata y se dirigió molesto al bargueño para traer una botella de ginebra, que hacía beber en ronda y sin parar. La bebida blanca lograba que los mensajes se oyeran cada vez más altos, por la embriaguez que se estaba produciendo. Me pidió que ocupara la punta que se encontraba libre. Mi curiosidad pudo más que mi vergüenza y me recliné junto a ellos. Un mutismo se esparció ligeramente. Estiraron las brazos con las palmas hacia abajo, unas sobre otras, como una ronda infantil. Así estuvimos varios minutos que parecieron horas. De repente, pude escuchar lo que decían: invocaban a Satanás y sus legiones, repitiendo una y otra vez un texto que he tratado de olvidar y que nunca dejaría impreso. Conozco bien el poder de la palabra escrita y no seré yo quien ponga en labios de otros, textos profanos para el execrable anticristo, rebelde querubín de alas calcinadas (5). Ahora si sentía miedo.
Un escalofrío recorrió mi espalda mientras leía lo que parecían nombres infieles dentro de la estrella. Mi confusión se acrecentaba. Brenda encendió cinco velones negros en el centro, con inscripciones a lo largo. Eran nombres y fechas de nacimientos de cada uno grabados en cera.
Estaban absortos en sus palabras y no encajaban en parámetros normales.
¡Autómatas, paranoicos! Sus conciencias alteradas no respondían a nada. Al levantar la vista en señal de socorro, observé lo que algún perturbado colgó con hilos debajo de una luminaria, como en cuna de bebé. No eran juguetes para dormir, sino cinco cruces que pendían de cabeza. ¡Infames! ¡Dementes! Negaron a
Cristo como la tormenta al sol. ¡Cerdos impíos! ¡Aduladores de la muerte!
Mi sorpresa fue mayúscula cuando advertí que ellas comenzaron a sacarse la vestimenta para quedar completamente desnudas. Algo que no me excitó en absoluto. La idea de goce se había desvanecido por completo. En una pesadilla el cuerpo lucha por despertar. Pero esto era real. Gaspar sacó de su mochila un filoso cuchillo, de esos utilizados para despostar reses, y ante mi estupefacta mirada sajó su palma izquierda, derramando sobre una bandeja sangre a borbotones. De inmediato pasó la daga a Luisa que hizo lo mismo. Recuerdo no poder moverme; una fuerza extraña me jalaba hacia abajo. Estaba inmóvil viendo la escena más aterradora. Luego Brenda y Marcia se cortaron sin titubear y la superficie se transformó en un baño sangriento. Brenda me arrojó el puñal ensangrentado para que cerrase el círculo. El recorrido hacia la izquierda, contrariamente a las agujas del reloj, representaba la etapa final para abrir las puertas del infierno. Asqueado, lo dejé caer. Me traspasaron con la mirada como aguijones en los ojos.
A un costado se hallaban tres papeles que después seguramente quemarían, con las siguientes letras: D S D. Al darlos vuelta leí: DIABLO SOBRE DIOS. En ese momento no pude más. En un acto reflejo cambié súbitamente la posición: DIOS SOBRE DIABLO. Gaspar se encolerizó; tomó el cuchillo y me dio un puntazo por debajo de las costillas. Mi muerte sería lenta hasta secarme por dentro. Creo que Jesucristo mismo me arrancó del lugar y corrí desesperado hacia la puerta que encontré cerrada. Busqué una ventana para escapar, mientras pronunciaban al unísono mi nombre. Hallé un gran ventanal en la cocina que daba al jardín y no pude abrir la puerta corrediza. Ellos vendrían por mí. Mi instinto hizo que golpeara con un pie el vidrio que apenas se trizó. De dónde saqué fuerzas no sé, el caso es que arremetí nuevamente y traspasé, produciendo una explosión de vidrios que saltaron por todas partes. Golpeé y golpeé hasta que pude salir haciendo un hueco…, escapé por el pasto hasta el muro y de un salto alcancé el borde. Mis entrañas estallaron cuando noté que algo me agarraba la camisa. Implorando a Dios, logré saltar y corrí como un condenado. Estaba al borde del desmayo. En la impotencia, al atravesar por esa fatídica mampara me desgarré los brazos, hombros y cabeza. El plasma brotaba profusamente. Crucé la calle como un desquiciado, y juro que no pude ver al ciclista que paseaba por la mano contraria de la transitada arteria. Lo arrollé impunemente. Quedó tirado de espaldas al suelo. Me desplomé sobre la bicicleta y el puño del manubrio se incrustó en mi estómago, causándome un intenso dolor. El horror hizo que olvidara el sufrimiento. Lo lamento – murmuré –, y seguí la marcha vertiginosamente.
La idea fue fulminante, atravesar el bosque en forma diagonal hasta el puente San Vicente, donde encontraría el comienzo del barrio. Los prados eran extremadamente extensos. No estaba seguro de lograrlo, pero no tenía muchas opciones. Mi respiración acelerada me hizo detener por un segundo. Disminuí la retirada. Todo mi cuerpo se tiñó de rojo. De pronto, comenzaron a moverse las ramas altas de los enormes carolinos, sin embargo, no soplaba una gota de viento.
Decenas de pájaros se elevaban espantados. Las maldecidas me seguían de cerca volando entre las sombras. ¡Juro que volaban! Las ramas se sacudían y sentía sus risas burlonas acosándome. Una brisa fétida me hizo vomitar. En la estatua de la Virgen me detuve. El pánico había invadido mi cerebro. Me recliné para pedir misericordia y al levantar los ojos, Brenda abrazaba la escultura tocándola lujuriosamente en un repulsivo acto de herejía. A un costado, Marcia reptaba sobre el pavimento. Detrás, con los pelos tapándole el rostro, la imagen de Luisa detenía mi aliento. Mi única esperanza era rezar. Si existían fuerzas maléficas, otras las anularían. ¡Prostitutas del averno, poseídas, esposas del innombrable! Buscaron capturar mi espíritu y entregarme a las sombras.
Atravesé un pequeño bosque tan cerrado, que las espinas laceraron aun más mi dañado cuerpo. No podía ver, sólo correr y traspasarlo. Parecían las carcajadas de Marcia que bajaban de las ramas. Las voces en mis oídos eran insufribles como agujas en los pies:
–¡Hijo de puta! ¡Mal nacido! ¡Somos tus hembras! ¡Somos tus hembras! No hay salvación… ¡Fracasado de mierda!
En un momento la visión se hizo borrosa. Tropecé en una acequia de riego. Mi pie se dobló como flor marchita y caí preso de una tristeza inenarrable. Creí desfallecer. Pedí a Dios fuerzas para continuar. Lloraba desconsoladamente. Fui atacado por energías satánicas mientras me retorcía de dolor en el pasto. Sentía manos y dedos sobre mi cuerpo, que me acariciaban, penetraban y golpeaban al mismo tiempo. Mis brazos se agitaban con desesperación. Nadie había alrededor mío, pero estaba siendo ultrajado. Hoy pienso que deseaban que mi corazón se detuviera. Vapores nauseabundos me ahogaban entre gritos y recibí un puñetazo en la frente. Debió ser un anillo; se incrustó hasta el hueso y mi cara quedó bañada en sangre, al tiempo que oía sin ver:
–Cógeme, cógeme… ¡Vas a quemarte en el infierno!
Mi mente entró en un campo de oscuridad. Un paroxismo dónde la comprensión se enajena dando paso al suplicio. Fue entonces cuando mis ojos se abrieron al escuchar un estruendo ensordecedor y una potentísima luz me cegó. De ahí en más no recuerdo qué sucedió, pero me encontraba en el precario destacamento San Francisco de Asís, muy cerca de mi hogar.
–¿Qué pasó? –pregunté al policía que se hallaba frente a mí.
–Estás fuera de peligro –me dijo–. Estuviste a  punto de fallecer.
Miraba a ese hombre y en sus ojos había una paz que nunca olvidaré.
–¿Cuál es su nombre? –alcancé a balbucear.
–Miguel… Miguel Santos.
Volví a caer en un sopor y al despertar varios agentes me rodeaban. Días después en el Hospital Central relaté lo sucedido, pero nadie conocía al bienaventurado que me socorrió. Ninguna noticia de aquel hombre. Ni siquiera el guardia de la puerta supo cómo logré entrar sin ser visto.
Literalmente era imposible. ¿Podrían ustedes suponer que alguien aterrado, grave, desangrándose entre lágrimas y suplicando clemencia, entrara arrastrándose como un fantasma sin llamar la atención? Transcurrieron varios días y mis hermanos me comentaron que encontraron en la residencia el cadáver de Gaspar Brunner, con los genitales arrancados de cuajo. Buscaron un culpable. De inmediato, sacrificaron un perro rottwailler. No recuerdo haberlo visto aquel día terrible. No son animales que pasen inadvertidos. Siempre desconfié de esa raza de mastines; aun así tenía otra versión del asunto, descabellada, pero no imposible.
Las tres mujeres, al no poder entregarme a Satán, regresaron por mi amigo y lo asesinaron, colocando al perro de carnada.
A Marcia y Brenda jamás las encontraron. Quizás estén en otra provincia probando suerte. Luisa falleció dos años después, víctima de un cáncer fulminante. Dicen que sufría esquizofrenia. Veía cosas y conversaba con ellas. Gaspar fue engañado y pagó con su vida.
La propiedad permanece deshabitada y el caso duerme en un juzgado. Nadie pudo resolver el crimen, como aquellos que quedaron en las historia de los mendocinos, indescifrables y misteriosos. Maldigo una y mil veces aquel teléfono que timbró, dando inicio al daño más grande que puedan imaginarse. Heridas que supuran todavía. Secuelas que por karma fueron (6).
Fue un milagro que yo sobreviviera. Pero qué imposibilidad puede haber si se trata de Dios Todopoderoso. Un misionero filipino me dijo que fue San Miguel Arcángel quien pulverizó al maligno, y exorcizó mi cuerpo en aquel minuto fatal. Hoy llevo su santa figura en una estampita y en momentos difíciles exclamo: QUIS UT DEUS, QUIS UT DEUS, QUIS UT DEUS (7).
Fue una experiencia religiosa. Un renacimiento al misticismo. No me siento mesiánico, ni elegido. Bendigo al Hacedor y su Arcángel protector. Pero también a otros que nos iluminan diariamente y vibran a nuestro lado. Antes de aquel suceso mi alma conoció la tibieza de la duda, entre cenizas de frustración y rencor. Pertenecía al grupo de los indefinidos, lo reconozco. Los que aparentan creer, pero no creen ni lo que ven. Son hipócritas y andan juntos, se agrupan, rezan, se golpean el pecho, pero tienen menos fe que agua en el desierto. No son ser sino parecer. La falta de fe los vuelve frágiles, vulnerables a la maldad.
El infame de las tinieblas, humillado y aplastado por las legiones del Señor, diseminó por el universo sus inmundas alimañas como señal de desprecio al Creador, y así continuó eternamente su odiosa guerra sucia desde las sombras, desde los confines del infinito hasta la planta de nuestros pies, la magia negra, los despreciables insectos como la mosca, mensajeros del mal y concentración de las más bajas energías pulverizadas por las armas de la luz. Demonios sombríos, asesinos descarnados, soberbios, falsos dioses alimentado la esperanza de los hombres, vampiros, cínicos, coléricos, lujuriosos, ponzoñosos, pútridos, sucios, marginados, lobos con piel de cordero…
Al menor tropiezo nuestra alma conocerá el abismo. No podemos caminar por dos senderos al mismo tiempo. El que sirve al caído, no camina con el ungido. Creí que Dios habitaba en la cruz. Hoy sé que vive en el corazón de mis hermanos y en cada sustancia del Universo. Es la luz llameante de amor infinito. Es todo cuanto existió y existirá siempre. Descendí a los infiernos y el Hijo del Hombre me rescató diciendo: “Yo soy la luz del mundo, quien venga a mí no andará en tinieblas, mas tendrá la lumbre de la vida eterna” (8).
Perdón, está sonando el teléfono. He terminado el relato…, por suerte.
- ¡Hola! ¿Sí…, quién es? ¿Quién? ¿Miguel…, qué Miguel?

(1) Criminología: Ciencia empírica e interdisciplinaria que se ocupa del crimen, del delincuente, de la víctima del control social del comportamiento desviado. Victimología: Respuesta social a la víctima. Antonio García - Pablos de Molina.
(2) LSD (acrónimo del término alemán para la dietilamida del ácido lisérgico) es la droga que se identifica más comúnmente con el término "alucinógeno" y la más ampliamente usada en este tipo de drogas.
(3) Carl Gustav Jung (1875-1961) Médico psiquiatra y psicólogo suizo, desarrolló la teoría del inconciente colectivo, que establece que existe un lenguaje común a los seres humanos de todos los tiempos y lugares del mundo, constituido por símbolos primitivos con los que se expresa un contenido de la psiquis que está más allá de la razón. Es el depósito de datos más grande de la mente y los conocimientos se trasladan de generación en generación.
(4) Estrella flamígera de cinco puntas que es utilizada ancestralmente para la protección contra energías negativas. En el medio se coloca una cruz simbolizando a Jesucristo.
5) Lucifer o Luzbel que significa “El portador de Luz”, "El que da Luz", "Estrella de la Mañana", "La más brillante del cielo". En algunos escritos se le identificaba con la estrella de Venus, que es el astro de la mañana. Fue el primer ángel que creó Dios, el más bello y perfecto de todos. Fue la chispa que iluminó el Universo. Tenía la potestad de querubín, pero su ansia de poder le hicieron rebelarse contra su Creador. Llegado el momento de ascender al Cielo para invadirlo, Lucifer se enfrenta con el Arcángel Miguel y tras una colosal batalla, terminaría con la derrota del ángel rebelde y el tercio de los ángeles sublevados. Vencido, fue precipitado a los Infiernos junto con sus seguidores, que se convirtieron en demonios. Su pena fue la descalificación jerárquica, la pérdida de cualquier otra oportunidad de redención, la perversión de su mente y un cataclismo de proporciones mundiales que destruiría todo lo creado sobre la faz de la Tierra. Se convirtió en Diablo, que significa "Calumniador o Difamador", y en Satanás que significa "Opositor". Otra opinión acerca del origen de los demonios se refiere a la rebelión de Lucifer a causa del hombre: Por celos a éste, creado a imagen y semejanza de Dios, profirió su grito de “Non serviam”. El ángel caído se negó a la sumisión. No serviría al hombre, que consideraba un ser absolutamente insignificante y primitivo.
(6) Hay sucesos dentro de nuestra vida que son inexplicables para nosotros, buenos o malos, acontecimientos que se repiten una y otra vez a lo largo de nuestra existencia ¿Casualidad? El karma es el resultado de nuestras acciones pasadas, y no solo del pasado de nuestra vida, sino también de otras vidas. Es una ley de enseñanza, no es ni premio ni castigo, es una señal de que algo no hemos aprendido. En el momento en que comprendamos la causa de cada uno de los sucesos de nuestra vida, en ese momento tendremos la capacidad de transmutar (cambiar) nuestro karma y por consecuencia, cambiar nuestro destino. Es la ley del crecimiento psicoespiritual que involucra una reacción igual y en sentido contrario para cada acción. El Karma es un proceso que asegura la evolución de la conciencia.
(7) San Miguel Arcángel (en latín: QUIS UT DEUS) Príncipe de los ángeles fieles al Señor. Su nombre significa: ¿Quién como Dios? En la Sagrada Escritura, aparece en el Libro de Daniel, en la Epístola del Apóstol Judas y en el Apocalipsis. San Miguel es uno de los siete arcángeles y está entre los tres cuyos nombres aparecen en la Biblia. Los otros dos son Gabriel y Rafael. La Santa Iglesia da a San Miguel el más alto lugar entre los arcángeles y le llama "Príncipe de los espíritus celestiales", "Jefe o cabeza de la milicia celestial". Se le llama arcángel en un sentido puramente genérico (más que simple ángel), pero son, los tres, altísimos Serafines. Ya desde el Antiguo Testamento aparece como el gran defensor del pueblo de Dios contra el demonio y su poderosa defensa continúa en el Nuevo Testamento. Muy apropiadamente, es representado en el arte como el ángel guerrero, el conquistador de Lucifer, poniendo su talón sobre la cabeza del enemigo infernal, amenazándole con su espada, traspasándolo con su lanza, o presto para encadenarlo para siempre en el abismo del infierno. La cristiandad desde la iglesia primitiva venera a San Miguel como el ángel que derrotó a Satanás y sus seguidores y los echó del cielo con su espada de fuego, y sus dos tercios del ejército angélico fieles a Dios. Es tradicionalmente reconocido como el guardián de los ejércitos cristianos contra los enemigos de la Iglesia y contra los poderes diabólicos, especialmente a la hora de la muerte.
(8) Evangelio de Juan –Capítulo 8 –Versículo 12.

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