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jueves, 22 de septiembre de 2011

VOCÊ E EU, por Eva Marabotto, de Buenos Aires, Argentina



Se llamaba Vinicius, según pude entender de su conversación en portuñol a través de su celular con alguna agencia de viajes. Creo que quiso explicar también que su nombre era un tributo de su madre al duende de la bossa nova, aquel que suspiraba por la chica de Ipanema. Pero la empleada de la agencia estaba apurada y le cortó la parrafada. Él pareció divertido con la situación y confirmó, de muy buen ánimo, un pasaje para salir hacia Río de Janeiro dos días más tarde.

            Casualidad o atracción mutua, de pronto nos vimos uno frente al otro. Pude ver su pelo enrulado, negro como la noche. También vi sus ojos brillantes y una sonrisa amplia y contagiosa. Tenía la piel morena y un tatuaje con símbolos chinos que comenzaba en su cuerpo y se perdía por su espalada debajo de su camisa de colores alegres.

            De pronto pareció tambalearse y lo resolvió con gracia. Apoyó una de sus manos en mi hombro y la otra a la altura de mi cadera. No dijo nada. Pensé que iba a presentarse, que me preguntaría mi nombre o, al menos pediría disculpas. Pero se lo veía muy cómodo con la situación que a mí me perturbaba. De vez en cuando deslizaba sus manos de lado a lado como si buscase un punto de apoyo. El movimiento lograba trasmitirme toda su sensualidad.

             Sentí que mi piel ardía y me quité el abrigo. Sabía de mi blusa transparente y del pantalón de tiro bajo que dejaba ver mi ombligo. No había querido exhibirlo en la oficina, pero  sentí la necesidad de hacerlo frente a él. Acusó recibo inmediatamente y deslizó su mano sobre mi vientre con una sonrisa. Creo que , por un momento, uno de sus dedos se detuvo en mi ombligo, casi sin querer, y luego volvió a su cintura.

            Su boca estaba apenas a un par de centímetros de la mía. No hablaba pero canturreaba un tema que me traía vagas reminiscencias de mis vacaciones en Torres y las noches frente al mar en Río de Janeiro. Casi podía imaginarme junto a él en la arena o disfrutando de las olas.

            Creí que no iba a poder contenerme, que él vería cuanto me atraía. Así que fingí estar absorta en un cartel lejano. Siguiéndolo con la mirada, le di la espalda, pero no pude evitar su contacto. Pasaron unos pocos minutos y su cuerpo se apretaba contra el mío. Podía sentir cada milímetro de su piel. Las telas eran lo de menos. A través de ellas irradiaba tibieza y sensualidad.

            De pronto, lenta pero imprcetiblemente comenzó a acercar su cara hacia la mía. Desée con todas mis ansias un beso, pero entendí que correspondía que me apartase. Cerré los ojos y giré el cuello para evitar el contacto. No podía verlo pero podía sentir que se acercaba cada vez más. Pero evitó mi cuello y puso su boca junto a mi oído. "Agüero? Ista é Agüero?".

            Quise contestarle pero no pude. La marea humana que viaja en el subte a la hora pico nos separó. Alguien le confirmó que era la estación correcta y se quedó en el andén. Por la ventanilla pude ver que lo esperaba una mujer rubia, con un minúsculo vestido blanco. Le echó los brazos al cuello y lo besó. No pude ver más porque el subte volvió a arrancar.


1 comentario:

  1. Así vale la pena andar cuerpo a cuerpo en el subte :) Amo las historias en el transporte público...

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