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miércoles, 14 de septiembre de 2011

HOMENAJE A WALLADA, LA PRINCESA OMEYA, por María Teresa Bravo Bañón, de Alicante, España

La historia de Wallada la Omeya no es un cuento salido de las mil y una  noches, sino una  historia real, en un Al-Andalus lleno de esplendor. Nació en Córdoba el año 994, hija del califa al-Mustakfi que accedió al trono después de provocar una revuelta popular contra el monarca legítimo, el también Omeya Abderramán V. Diecisiete meses después, al-Mustakfi tuvo que abandonar el palacio califal, disfrazado de mujer y fue envenenado por uno de sus oficiales en un lugar fronterizo. Su posición social le permitió adquirir una vasta formación literaria que desarrolló con brillantez a lo largo de toda su vida. Tras el asesinato de su padre, vendió sus  derechos sucesorios, dejó el palacio y se independizó de toda tutela masculina, optando por un modo de vida inusual, de absoluta despreocupación por los convencionalismos sociales, abriendo un salón literario al que concurrían los poetas, juristas, literatos, viajeros de élite y la alta sociedad  de su tiempo. Tenía tan sólo 17 años. Wallada se sabe admirada y sabia y así lo hace constar bordada, en el hombro derecho en sus vestiduras, una leyenda mostrando su orgullo por su alto rango social. "Juro por Dios que soy digna de alteza y nobleza voy encaminada jactando, muy altiva mi cabeza". Y sobre el izquierdo, como si se tratase de una divisa que proclamaba su independencia y sentido de libertad, llevaba estos versos "Permito a mis amantes que toquen mi mejilla hecha liza y acepto los besos de quien desee probar mi belleza". Una noche apareció el poeta Ibn Zaydún, noble con gran influencia política y sin duda el intelectual más elegante y atractivo del momento. Se estableció una especie de rivalidad de improvisatoria de poemas entre ambos, según la costumbre de la época. Dicen las crónicas que fue apoteósica esa suma de dos genios de la palabra y la pugna siguió hasta el amanecer. Naturalmente se enamoraron pero lo mantuvieron en secreto dada la vinculación del poeta con los Banu Yahwar, el clan rival político de los Omeyas y parece ser que tuvieron una hija. En este poema podemos apreciar la sensualidad y la pasión de Walllada por Inb Zaydun:

"Cuando caiga la tarde, espera mi visita,
pues veo que la noche es
quien mejor encubre los secretos;
siento un amor por ti,
que si los astros lo sintiesen
no brillaría el sol,
ni la luna saldría y las estrellas
no emprenderían su viaje nocturno"
Pero una tarde que Wallada - al regresar del hamán, o baños- descubrió a su amado siéndole infiel con una esclava negra y lo echó a la calle, negándose a volver a verlo nunca más.
"Si hubieses sido justo en el amor que hay entre nosotros,
no amarías, ni hubieses preferido, a una esclava mía.
Has dejado la rama que fructifica en belleza
y has escogido rama que no da frutos.
Sabes que soy la luna de los cielos,
pero has elegido, para mi desgracia, sombrío planeta.
La felonía con una amante negra es un tópico de la poesía islámica. La tradición no la niega  pero ¿con quién le fue infiel a Walalda Ben Zaydun? Es posible que fuera con Munya, a la que la princesa fascinada por su belleza, compró a su padre, un vendedor de higos y que educó, pero que se convirtió en poetisa desvergonzada, mordaz contra ella y que finalmente la abandonó. También puede ser lo más probable que Wallada sorprendiera a Ben Zaydun con un amante masculino, porque eso le reprocha luego ferozmente en sus sátiras:
"Si (Ben Zaydun) hubiera visto falo en las palmeras/ sería pájaro carpintero".
En fin, lo cierto es que Wallada no la perdonó nunca, hasta se hizo amante del visir Ben Abdús, rival político y enemigo personal de Ben Zaydun para que le privara de sus bienes y lo acabara  metiendo en la cárcel.
A partir de entonces le escribe sátiras mordaces como ésta:
"Tu apodo es el hexágono,
un epíteto que no se apartará de ti
ni siquiera después de que te deje la vida:
pederasta, puto, adúltero, cabrón, cornudo y ladrón".
Podemos ver como la poetisa se muestra dura y contundente. Descarga toda la rabia que la envuelve contra el poeta. Usa un lenguaje, en ese momento, más propio para los hombres de su época que para una mujer, donde escupe todo el rencor que lleva dentro, aun así se trata de uno de sus  poemas más conocidos.
Ben Zaydun, tras recobrar la libertad, recorría de noche los palacios arruinados de Medina al-Zahara, símbolos de una pasión destruida. Toda Córdoba lo vio errante y ojeroso, enfermo de amor y supo de sus poemas sumisos, implorando el perdón que nunca le fue  concedido.
Wallada recorrió la España de los reinos de taifas exhibiendo su talento y enseñando poesía a las hijas de los nobles; pero siempre volvió con el Visir Ben Abdús, su eterno enamorado, en cuyo palacio siguió viviendo con él libremente, rechazándolo en matrimonio, siempre altiva y hermosa, hasta cumplidos los 80 años.
Hoy en  Córdoba hay un monumento que nos recuerda la historia el amor truncado entre los dos poetas  con estos poemas:
¡Ay, qué cerca estuvimos y hoy qué lejos!
Nos separó la suerte  y no hay rocío
que humedezca, resecas de deseo,
mis ardientes entrañas; pero en cambio,
de llanto mis pupilas se saturan.
Ibn ZaydunTengo celos de mis ojos, de mí toda,
de ti mismo, de tu tiempo y tu lugar.
Aún grabado tú en mis pupilas,
Mis celos nunca cesarán…
Wallada

Y aquí  va mi  homenaje a Wallada, la Omeya, la princesa  que tanto admiro y cuya historia me inspiraron estos versos.

A LA GUISA DE LAS POETISAS DE AL-ANDALUS

Una mujer de mi rango no puede llorar
un amor de felonía .
Mis plañideras a sueldo
te llorarán por mí en el ocaso.
No me delatará mi garganta ya muerta,
ni podrá pronunciar nunca más tu nombre.
Las cantoras desmayarán las casidas
que bajo falso nombre te he escrito.
Enmohecidos rabeles se pudrirán de abandono
tras las celosía de los patios .
El ruiseñor de nuestras encuentros
será atravesado por sagita de mi ballesta.
Sólo la almohada de azahares
conocerá el amortiguado llanto
y la expiación de mi orgullo.

Quien te cantó entre los granados
es hoy mujer de zarza y ortiga,
por sus pezones rezuma
leche cuajada de adormidera.
¡Ay, qué muerte tan cuitada me diste!
¿Qué será de mí en las auroras
sin la brasa de tu piel
en el sepulcro frío mi lecho?

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