(Este cuento obtuvo el PREMIO NACIONAL “EL QUIJOTE DE PLATA XXXIII” en género cuento, organizado anualmente por la Asociación Arte y Cultura de San Lorenzo y auspiciado por la Municipalidad de San Lorenzo y la Honorable Cámara de Senadores de la Provincia de Santa Fe (Argentina).
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Elena, la joven empleada inmobiliaria, atractiva y curvilínea tan dulce como su sonrisa, -aunque aquellas curvas fueran más sugerentes y sumamente más peligrosas que su sonrisa, indudablemente más turbantes- me recibió cordialmente en el portal, haciendo uso de un verborrágico monólogo finamente estudiado en cada detalle, para indicarme finalmente que le acompañara en el ingreso a la casa.
Era la encargada de mostrarme la bellísima mansión, que se alzaba en pleno Boulevard Carmesí, una magnífica mole de mármoles y finas maderas, caobas, robles; adornos imponentes de cristal, bronce, plata y oro, escaleras con barandales macizos, cuadros y pinturas de exquisitos autores. Y su mejor sonrisa para ocultarme las pocas bondades que los años se atrevieron a robarle a aquel inmueble impresionante.
Pero mi ojo clínico, mi sagaz perspicacia, mi delicada intuición, ya habían dictaminado, apenas cruzado el umbral, apenas traspasado el dintel, que aquella era “la casa”. La residencia donde acabaría mis días. Lo sentenció la fragancia a jazmines proveniente de los jardines, la luz pura que penetraba los ventanales. Adoré la fachada de ladrillos antiguos, la firmeza energizante de sus cimientos, la fuerza rojiza de sus tejas. Desde la amplitud del living y la comodidad extensa de los dormitorios, hasta los marmóreos baños de griferías en oro. Desde el hogar rústico de acogedores leños ardientes hasta la sobria biblioteca repleta de libros nunca leídos. Desde la increíble cocina, hasta le inexistencia de un sótano que detesté desde niño.
Una pena que Elena resultare tan eficiente en su trabajo. No cesaba de hablar y hablar sobre las bondades de la casa.
Una hermosa mujer no debería hablar constantemente, pues abrumando se desmerece. Un buen vendedor debería aprender que en ciertas oportunidades debe aprender a callar. A mirar a los ojos. Como cuando un sommelier se toma unos instantes y cierra sus ojos para dejar descansar el buen vino en su paladar, antes de dar el veredicto. Pero Elena era una máquina posmoderna preparada para avasallar, no dejar pensar. De la terrible escuela sacrílega del “confunde con tus palabras, al extremo que no piensen, utiliza el engaño para que no vean defectos, luego será tarde, cierra el negocio, cobra tu comisión y vé por otro cliente, tiempo y vida convergen finitos. Mañana vivirás”. ¡Vaya si conozco sobre esto!
Respiré hondo, antes de suplicarle, cortésmente y mirándole a los ojos: -“Cállate, por favor”- Ella titubeo, confundida. -“Esta es la casa, entiendes Elena. Es la mejor, y tú eres la mejor. La he escogido entre cientos. Despreocúpate. Tan solo necesito unos minutos a solas, en la terraza del ala Norte, si puede tu enérgica verba otorgármelo, luego estaré a tu plena disposición, dalo por hecho. He escogido esta casa. Aquí viviré hasta el último de mis días. Lo juro. El precio no será obstáculo alguno”-.
La joven sonrió, en una mezcla de ambición, codicia, perversión y satisfacción. Seguramente resultaba la venta más rápida y sencilla que había logrado en su corta carrera. Un antecedente meritorio rumbo a una carrera brillante. “El cliente perfecto”, pensó casi en voz alta. Aunque también eso llegó a molestarle un poco: necesitaba demostrar todas sus habilidades; había resultado demasiado fácil, y no era una mujer que gustara de lo fácil, necesitaba retos que movilizaran la adrenalina de su cuerpo. De todos modos, el resultado era el mismo: dinero y buen concepto, lo cual calmo su ánimo.
Me indicó con una sonrisa casi distraída la dirección del pasillo hacia la terraza, y me explicó que estaría en la biblioteca preparando los documentos pertinentes, para la firma. Le respondí que me parecía correcto, siempre que respetara mi cuarto de hora de intimidad en la terraza del ala Norte. Accedió con un gentil gesto, fingiendo una sobriedad que ahogaba la total euforia del triunfo.
Una vez instalado en la terraza, me dejé caer en un cómodo sillón de esterillas, ubicado allí, no casualmente. Observé los picos nevados de la majestuosa Montaña Clamor, sobre mi diestra. Como contraste, a mi siniestra, las luces insinuantes del atardecer próximo a devorar Ciudad Santa Fe.
Respiré relajado, imaginando a Elena, habitante de un cuerpo tan hermoso, capaz de generar tanta pasión, y sin embargo convertido en un frasco de codicia, completando formularios a ultra velocidad. Encendí un cigarro con la última lumbre que me quedaba. Siempre fui bueno para no desaprovechar últimas oportunidades. –“Esto sí resulta majestuoso, y es todo mío”- pensé. –“Tal como lo imagine”- Exhalé una intensa bocanada, una nube maciza y condensada de nicotina y recuerdos.
Hurgué en el interior de mi abrigo, comenzaba a castigar la brisa. Saqué la pistola. El marco era perfecto, como una pintura a la que solo le falta el pincelazo final.
Lamentaba que Elena tuviera que ser quien pusiera el broche final, hacerse cargo, ella, tan plena de belleza y superficialidad, pero no podía hacerme cargo yo por ella. Debemos optar. Sacrificios. Tantos años me llevó encontrar la casa de mi vida. Donde pasar hasta el último de mis días. La boca de acero me beso la sien. Y la piel se erizo ante el frío del incipiente invierno que la convertía en más frío aún, pero sólo por un instante. La visión era maravillosa, la naturaleza posee tanta belleza que solemos obviar sólo por distraídos. Quizás por ser tan imperfectos como humanos que no recalamos en la perfección que nos rodea, quizás por encerrarnos en nuestras cápsulas de dolor, por dedicarnos a atormentar nuestras almas en lugar de cuidarlas, quizás por aferrarnos, costumbristas, a las penas hasta que la carga se torna insoportable, antes que escoger la libertad.
Luego creí escuchar la voz de Elena reclamándome y decidí apresurarme. Una obra de arte no debe desperdiciarse. Aquél paisaje, aquella terraza, la comodidad del sillón, la musicalidad de la brisa, el pico nevado en el celeste de Montaña Clamor, las amarillentas luces relucientes de Ciudad Santa Fe. La casa perfecta, para el partir adecuado. No sirve ya repensar las causas, demasiado frío afuera y adentro, no comprenderían. No se comprende jamás el dolor ajeno. No por incapacidad, solo por genuino desinterés espontáneo.
Toda la firmeza que no tuvo mi alma hasta entonces, se concentró en mi diestra. La mano responde al cerebro y al corazón, supongo. Porque los ojos se llenan de lágrimas, que pueden ser producto de penas, recuerdos, o del viento frío que azota ya incesante la terraza del ala Norte.
–“Vamos, ya es hora. Es la casa de tu vida, aquí soñaste siempre que fuese el fin”-, me dije en voz alta, para insuflarme esa fuerza que comenzaba a flaquear.
A la distancia, la nieve de las montañas comenzaba a vestirse de un ostentoso manto azul. Las luces de Ciudad Santa Fe ya presumían su expansivo color naranja flúo, casi prepotente. Desde la biblioteca la voz de Elena llegaba lejana pero clara: -“Apúrese, ya anochece, debemos regresar”-. Pero no había regreso, ya no. La detonación fue única y retumbó en cada rincón de la magnífica mansión. La joven dudó unos instantes antes de correr hacia la terraza.
Al llegar al Ala Norte supo que era más tarde de lo tarde que había presumido. Más allá de la terraza todavía el eco del disparo aún escapaba y se escondía entre montañas y luces que fulguraban distraídas. Mi cuerpo estaba tendido en el cómodo sillón de esterillas, ella no atino a acercarse. Tampoco a pronunciar palabras. Su verba parecía haberse agotado inexplicablemente.
Mientras la nieve comenzaba a dislocarse en suaves y ligeros copos, un hilo purpúreo descendía por mi hombro y mi brazo izquierdo, apoyado en el piso de mármol, e iba dando paso a una mancha que se expandía conformando una extraña figura. Figura de contornos extraños, formada por sangre casi tibia. Tibia de apasionados recuerdos, fría de vida y mutiladas esperanzas. Demasiado fría por inmensas desilusiones. Sacrificios.
Anochecía, y el reflejo inexpresivo de la oscuridad trataba de cubrir con un manto de piedad el piso de Mármol de Carrara, de la Terraza en el Ala Norte de la bellísima Mansión ubicada en el Boulevard Carmesí, de Ciudad Santa Fe, cercana a Montaña Clamor.-
© REINA GRIS EN CIUDAD CREPÚSCULO. por Gustavo Marcelo GALLIANO
Reina Gris gobierna,
Ciudad Crepúsculo observa,
la miel, la mies, la piel,
todo ofrendado a ella.
Baila Reina Gris,
baila decadencia,
que hoy tu infiel estirpe
al fin ya no procrea.
Soníe Reina Gris,
sin bufones ni Corte,
la suciedad de tu reino
sentenciando te absorbe.
Ríe Reina Gris,
ríe y alecciona,
que en tu reír bastardo,
la urbe no da loas.
Jadea Reina Gris,
revuélcate en tu odio,
que el carrusel del olvido
no gravará tu historia.
Estalla Reina Gris,
propagadora del mal ,
en tu paso pestilente,
de catadora seminal.
Solloza Reina Gris,
nosotros lo imploramos,
esclavos de tu lujuria,
con hiel amamantados.
Resígnate Reina Gris,
sin súbditos ni huestes,
nosotros, tus burlados,
reiremos de tu suerte.-
© SEDUCCION, LABIOS Y MAR. por Gustavo Marcelo GALLIANO
Localicé el ocaso del día en mí,
creyendo ver tu sonrisa en la bruma,
evolución del silencio en frescura,
cual tesis desleal de mis sentidos.
Perduras, el olvido aún no erosiona,
te sumerges y emerges en las aguas,
cristalinas aguas de voluptuoso oleaje,
donde Poseidón no reina, sólo mi mente.
¿Fue la seducción mi soledad?
no, creerías que profané la necedad,
fueron tus labios con reminiscencia a Mar,
néctar divino que incendió a mi alma.
Lapso, detente impertinencia burda,
monólogo destructivo de mi ser,
agitarás el recuerdo hasta agotar la luz,
al resucitar tus labios estos versos.
Contemplé el respirar de la noche en mí,
creyendo ver tus ojos en la penumbra,
cristalizó el resplandor de la tiniebla,
ofrenda mortal, en la Bahía del Adiós.-
© ALGUIEN OBSERVANDO, por Gustavo Marcelo Galliano
Te he observado espiar tras las cortinas,
con la mirada perdida en algún horizonte,
devorando a otras gentes tan indiferentes
que machacan veredas sólo por costumbre.
He notado la inquietud de tus pupilas,
con manos crispadas por tanta impotencia,
y un suspiro profundo empaño los cristales,
sin poder destruirlos como hubieras deseado.
Te he visto observar desde tu fortaleza,
con frente sudorosa y aspecto cansino,
bebiendo la brisa que obsequia la noche,
sin penas ni glorias, solo por destino.
He descifrado de pronto tus dudas y temores,
náufrago del llanto que abraza la impaciencia,
soñando una isla sin tesoros ni puertos,
y miles de gaviotas de incesante vuelo.
Te he visto observar hacia mi ventana,
papel y lápiz en mano, escribiéndome algo,
y dudé entonces si en verdad existías
o un gigantesco espejo pendía del cielo.-
© LLUEVEN MARES, por Gustavo Marcelo GALLIANO
Llueven mares de crisis
reportan los augures,
empolvando cerebros
con mustias remembranzas.
Soplan vientos de crisis
sentencia del profeta,
muérdago y laureles silentes
disfrazando el albor.
Queman soles de crisis
anticipaba el cacique,
y en tipis de miseria
su extirpe se extinguió.
Mutan eras de crisis
murmuraron las nubes,
y por necios mortales
escogimos ignorar.
Inundan crisis al tiempo
recordaron los patriarcas,
sentados junto a la hoguera
del conveniente olvidar.
Fue la crisis de Crisis,
en capullos desbordantes,
que ensangrentando la seda,
optaron por odiar.
Llueven mares de rencores,
de semillas fermentadas,
de árboles y pájaros agónicos,
de seres obsesivos cegando hermandad.-
© MIGRAR HACIA EL SOL, por Gustavo Marcelo GALLIANO
¡Mundo... detén tu destructiva marcha...!
concédeme llegar más allá de mi sombra,
y migrar distendido hacia aquel Sol,
cobijando ilusiones que no saben de ardores.
La silla a mi lado se aturde tan vacía,
vacía está la sala, tan plena de gentío,
pero ella se ha ido, se marcharon sus pasos,
y aún sin conocerla, mi mente fue su estrella.
¡Mundo... déjame respirar... un verano más!
el letargo ha pactado y se declaró vencido...
permítele al dolor que duerma su demencia,
déjame migrar al Sol... migrar a su refugio.
Las voces se diluyen, se disipan en la brisa,
la multitud desaparece y yo anclado a mi vida,
solo junto a su silla, vacía de marcharse,
de marcharse pronta, para continuar siendo Sol.
¡Mundo... déjame recorrer su geografía!...
Y saborear su recuerdo, sonriendo, dulce miel,
que el marcharse no siempre se nutre de lo eterno,
que lo efímero, por tanto, no deja de ser tierno.
Que esta barca avance sin temor a tifones,
que esta balsa resista los embates de un eco,
que el faro de sus ojos me guíen suavemente,
y la calidez de su esencia nos refugie a los dos.
Que la marea no evoque ocultas remembranzas,
ni corrientes alienten venganzas de ultramar,
que el rumbo de la proa mi surcar no desvíe,
por cantos de sirenas intentando subyugar.
El guardián me avisa: final de la jornada,
nadie queda en la sala, tan solo unas banderas,
y aguardando regreses, suplicaré por refugio,
y que el Mundo me conceda migrar hacia tu Sol.-
© ALEJA LAS FURIAS, por Gustavo M. Galliano
Homenaje a Gustavo Cerati
Hombres alados rasgan el himen de la noche,
con su aletear de interrogantes signos,
voraces, amores descartables, profanadores,
esparcen ritmo y tulipanes negros.
Hombres alados… niños musicales, prófugos de amor…
habitantes de mundos carente de suertes o muertes,
convencidos que serán eternos,
suelen pisotear sus debilidades.
Alguien, sin ser abuelo,
se ofrece como una guindilla ardiente,
que al compás del contínuo y rítmico virus
aparece dando vueltas por mi pecaminoso garaje.
Se trepan al Cadillac del Carpo, destrozando macadam,
pleno de riff, en Larrea, esquina Sarmiento,
la biblia es una batería a su lado,
y la vox dei solo grita sobre nubes y lenguas.
El montañés tiene su cabaña preparada,
Ellos, sin tiempo, pueden esperar aún por mucho,
Federico, Miguel, Norberto, Rubén, tantos otros,
el vino, el pan, la leña, manzanas y guitarras.
Aquí, en la Ciudad de la Furia ,
las bestias oscuras arremeten, insaciables,
hombres alados versus ángeles malvados,
cuando pase el temblor, habrán finalizado.
Rezamos tus letras, cultivamos tu música,
¿hasta cuando el descanso?
despierta, Hombre de Luz, energía y signos,
regresa la alegría, y en tu sonrisa transmigra el dèjá vu.-
La magia y destreza de un escritor exquisito. La sensibilidad y encanto de un poeta extraordinario.¡felicitaciones! Alexia.
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