No creo que haya país de Europa
donde el nivel intelectual del debate vuele más bajo pero con
mayores pretensiones.
Gregorio
Morán, El
cura y los mandarines.
Vaya
por delante, antes de decir nada, que quien esto suscribe no tiene
más idea de economía que la derivada de ir a hacer la compra y no
gastar más de lo debido. A veces eso sólo ya se convierte en un
quebradero de cabeza. Ignoro, por lo tanto, qué es la prima de
riesgo, qué son los puntos básicos y otras palabras de similar
jaez. Evidentemente la vida es demasiado corta; y, por mucho interés
que se ponga, no se puede llegar a comprenderlo todo, ni nada, con un
mínimo de fundamento. Así, pues, cada vez se me hacen más patentes
las viejas palabras de Sócrates de “lo único que sé es que no sé
nada.”
Cuando
se es consciente de la propia ignorancia, como es el caso, se procura
recurrir, cuando se puede, que es muy pocas veces, a aquellos que
saben, o fingen saber. Evidentemente no me voy a matricular en
Empresariales o Económicas para entender todo cuanto está
sucediendo desde que comenzó la socorrida crisis. Tampoco me voy a
matricular donde corresponda para entender, o tratar de comprender,
la importancia del descubrimiento de las montañas de Plutón, y
demás. Como he dicho la vida es demasiado corta. Y carezco, además,
de la base requerida para entender algunas explicaciones
universitarias y de otro jaez.
A veces he creído, ingenuo de mí,
que podría rellenar algunos de estos huecos recurriendo a los
periódicos o a los debates televisivos. Los periódicos se parecen,
cada vez más, a la voz de su amo: no informan, dan opiniones.
Confunden lo que es la noticia en sí, con lo que no deja de ser la
apreciación de un periodista. Todos sabemos que no existe la
objetividad; ahora bien, algunos se esfuerzan por buscarla, en la
medida de lo posible, y otros ni han oído hablar de ella. O
confunden, muy interesadamente, la objetividad con sus propios
pensamientos.
De los debates televisivos se puede
decir lo mismo que del resto de la sociedad: es el triunfo de la
vulgaridad, del viejo patio de vecinos donde volaban las palabras
gruesas y alguna que otra maceta. Cierto es que no hay tiestos en los
platós de las televisiones, y que los moderadores no dejan que los
contertulios se insulten. No por eso la vulgaridad desaparece, ni la
falta de respeto ni de educación: me encanta cuando se ponen a
hablar todos al mismo tiempo, no se entiende nada, y todos elevan la
voz para hacerse oír y tener razón.
Inútilmente, en unos y otros
medios, he buscado una explicación razonable a todo cuanto está
pasando con Grecia y en Grecia. Parafraseando a don Miguel de
Unamuno, a mí me duele Grecia. Nunca, sin embargo, he estado allí.
Y sólo durante dos o tres años, estudié griego clásico.
Traducidas conozco bastantes obras de filosofía, de teatro, de
aventuras, de historia, de mitología... y nunca me canso de ver
fotografías de la Acrópolis. Siempre he pensado que Grecia y Roma
son el fundamento de nuestra civilización. Quizás por eso tenía,
tengo, tanto interés en comprender qué es lo que está sucediendo
en la vieja patria de Platón.
Me han dado explicaciones de todo
tipo, pero tan vacías y banales que no han servido sino para gastar
saliva: “los griegos creen que todavía están en el siglo V a.C.;
los griegos no han pegado un palo al agua desde Aristóteles, etc,
etc.” Ignoro qué noción tenían de si mismos los griegos del
siglo V a.C., y no sé cuántas horas trabajaban en la época de
Aristóteles, ni cuántas ahora. Pero, haciendo una leve comparación,
es como si nos hubieran acusado a nosotros, los españoles, cuando se
recurrió a aquello tan manido de que “hemos vivido por encima de
nuestras posibilidades” para explicar el desmantelamiento del
estado de bienestar, de que nos creíamos todavía en la época de
Carlos V, cuando el oro y la plata fluía de América, aunque dudo
que llegara a manos de Lázaro de Tormes o de cualquier gañán. En
fin, fuegos artificiales que iluminan la noche durante unos segundos,
pero que no sirven para leer. Eso sí, queda patente que sabemos
quién fue Aristóteles, y qué pensaban de sí mismos los griegos
del siglo V a.C. Ahí es nada.
Le oí decir al director de una
tesis doctoral a su doctorando, que la lectura de una tesis es como
una obra de teatro: todos fingen saber mucho, cuando el único que
realmente sabe es el doctorando. Pero, es el tribunal quien tiene el
poder, así que le recomendó prudencia en sus respuestas y humildad
en su tono de voz: caso contrario se arriesgaba a que le tumbaran los
años de estudio e investigación. Y hay que andarse con sumo cuidado
con eso de herir vanidades o dejar a alguien en evidencia.
Unas elecciones ni de lejos se
parecen a la defensa de una tesis doctoral. Se ha visto, ya hasta la
saciedad, que el político de marras puede hacer y decir lo que
quiera, incluso robar y mentir; y la gente, no sé muy bien por qué,
sigue votando al mismo. Incluso ha habido político que ha insultado
a sus votantes, y estos lo han vuelto a votar. ¿Para qué, pues, van
a explicar ellos lo acaecido en España ni en Grecia? Los políticos
aprovechan todo cuanto sucede o deja de suceder para arrimar el ascua
a su sardina. Y Grecia se ha utilizado como aquello, nefasto, que
debe evitarse a toda costa. ¿De qué forma? No votando a los otros,
que nos conducirán a ese callejón sin salida, sino votándolos a
ellos, que nos llevarán a otro.
Es
posible. Pero surgen infinidad de preguntas. Está claro que estamos
viviendo una época convulsa: un día y otro día nos llegan
emigrantes de África. Gente que huye del hambre, de la miseria, de
las guerras y de las atrocidades. Esa gente se ha convertido en un
problema para algunos países que pertenecen a la Unión Europea. Y
han tratado de que sea esta, cuando no se recurres a vallas,
cuchillas y brutalidad, quien de una solución al problema. Y la
solución, genial, ha sido la propuesta de bombardear los barcos que
utilizan los emigrantes para llegar a Europa. No se han atrevido,
desde luego. Pero si eso y las vallas, o el ofrecimiento de un
innombrable ministro, de enviarnos a cada uno de nosotros un
inmigrante o dos, son las soluciones de Europa, valdría más que
esta se fuera disolviendo. Y si la solución para salir de la miseria
es venderse como esclavos, como ya se hacía en época clásica, no
se puede decir que hayamos avanzado mucho. ¿Cómo han llegado los
griegos a ese punto? Según otra explicación, no menos genial,
porque le votaban a partidos corruptos. Sin palabras. Quien quiera
saber de corrupción que se lea los Episodios
nacionales, de
don Benito Pérez Galdós, sobre todo los dedicados a la nefasta
época de Isabel II, y que se lea todas las noticias referentes a la
fallera Comunidad Valenciana de unos años para acá. Ahora bien,
seguramente a nosotros no nos ha pasado lo mismo que a los helenos
porque sabemos, muy bien sabido, que no estamos en la época de
Cervantes; y que cristianos nuevos y viejos pagamos a Hacienda por
igual. Otra cosa distinta es quién tributa más y quién menos.
Ahora no se tiene en cuenta la sangre ni la fe sino otros baremos. El
cuento de nunca acabar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario