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viernes, 31 de julio de 2015

POBRE GRECIA, TAN LEJOS DE ZEUS, por Vicente Adelantado Soriano, de Valencia, España.


No creo que haya país de Europa donde el nivel intelectual del debate vuele más bajo pero con mayores pretensiones.
Gregorio Morán, El cura y los mandarines.

Vaya por delante, antes de decir nada, que quien esto suscribe no tiene más idea de economía que la derivada de ir a hacer la compra y no gastar más de lo debido. A veces eso sólo ya se convierte en un quebradero de cabeza. Ignoro, por lo tanto, qué es la prima de riesgo, qué son los puntos básicos y otras palabras de similar jaez. Evidentemente la vida es demasiado corta; y, por mucho interés que se ponga, no se puede llegar a comprenderlo todo, ni nada, con un mínimo de fundamento. Así, pues, cada vez se me hacen más patentes las viejas palabras de Sócrates de “lo único que sé es que no sé nada.”
Cuando se es consciente de la propia ignorancia, como es el caso, se procura recurrir, cuando se puede, que es muy pocas veces, a aquellos que saben, o fingen saber. Evidentemente no me voy a matricular en Empresariales o Económicas para entender todo cuanto está sucediendo desde que comenzó la socorrida crisis. Tampoco me voy a matricular donde corresponda para entender, o tratar de comprender, la importancia del descubrimiento de las montañas de Plutón, y demás. Como he dicho la vida es demasiado corta. Y carezco, además, de la base requerida para entender algunas explicaciones universitarias y de otro jaez.
A veces he creído, ingenuo de mí, que podría rellenar algunos de estos huecos recurriendo a los periódicos o a los debates televisivos. Los periódicos se parecen, cada vez más, a la voz de su amo: no informan, dan opiniones. Confunden lo que es la noticia en sí, con lo que no deja de ser la apreciación de un periodista. Todos sabemos que no existe la objetividad; ahora bien, algunos se esfuerzan por buscarla, en la medida de lo posible, y otros ni han oído hablar de ella. O confunden, muy interesadamente, la objetividad con sus propios pensamientos.
De los debates televisivos se puede decir lo mismo que del resto de la sociedad: es el triunfo de la vulgaridad, del viejo patio de vecinos donde volaban las palabras gruesas y alguna que otra maceta. Cierto es que no hay tiestos en los platós de las televisiones, y que los moderadores no dejan que los contertulios se insulten. No por eso la vulgaridad desaparece, ni la falta de respeto ni de educación: me encanta cuando se ponen a hablar todos al mismo tiempo, no se entiende nada, y todos elevan la voz para hacerse oír y tener razón.
Inútilmente, en unos y otros medios, he buscado una explicación razonable a todo cuanto está pasando con Grecia y en Grecia. Parafraseando a don Miguel de Unamuno, a mí me duele Grecia. Nunca, sin embargo, he estado allí. Y sólo durante dos o tres años, estudié griego clásico. Traducidas conozco bastantes obras de filosofía, de teatro, de aventuras, de historia, de mitología... y nunca me canso de ver fotografías de la Acrópolis. Siempre he pensado que Grecia y Roma son el fundamento de nuestra civilización. Quizás por eso tenía, tengo, tanto interés en comprender qué es lo que está sucediendo en la vieja patria de Platón.
Me han dado explicaciones de todo tipo, pero tan vacías y banales que no han servido sino para gastar saliva: “los griegos creen que todavía están en el siglo V a.C.; los griegos no han pegado un palo al agua desde Aristóteles, etc, etc.” Ignoro qué noción tenían de si mismos los griegos del siglo V a.C., y no sé cuántas horas trabajaban en la época de Aristóteles, ni cuántas ahora. Pero, haciendo una leve comparación, es como si nos hubieran acusado a nosotros, los españoles, cuando se recurrió a aquello tan manido de que “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades” para explicar el desmantelamiento del estado de bienestar, de que nos creíamos todavía en la época de Carlos V, cuando el oro y la plata fluía de América, aunque dudo que llegara a manos de Lázaro de Tormes o de cualquier gañán. En fin, fuegos artificiales que iluminan la noche durante unos segundos, pero que no sirven para leer. Eso sí, queda patente que sabemos quién fue Aristóteles, y qué pensaban de sí mismos los griegos del siglo V a.C. Ahí es nada.
Le oí decir al director de una tesis doctoral a su doctorando, que la lectura de una tesis es como una obra de teatro: todos fingen saber mucho, cuando el único que realmente sabe es el doctorando. Pero, es el tribunal quien tiene el poder, así que le recomendó prudencia en sus respuestas y humildad en su tono de voz: caso contrario se arriesgaba a que le tumbaran los años de estudio e investigación. Y hay que andarse con sumo cuidado con eso de herir vanidades o dejar a alguien en evidencia.
Unas elecciones ni de lejos se parecen a la defensa de una tesis doctoral. Se ha visto, ya hasta la saciedad, que el político de marras puede hacer y decir lo que quiera, incluso robar y mentir; y la gente, no sé muy bien por qué, sigue votando al mismo. Incluso ha habido político que ha insultado a sus votantes, y estos lo han vuelto a votar. ¿Para qué, pues, van a explicar ellos lo acaecido en España ni en Grecia? Los políticos aprovechan todo cuanto sucede o deja de suceder para arrimar el ascua a su sardina. Y Grecia se ha utilizado como aquello, nefasto, que debe evitarse a toda costa. ¿De qué forma? No votando a los otros, que nos conducirán a ese callejón sin salida, sino votándolos a ellos, que nos llevarán a otro.
Es posible. Pero surgen infinidad de preguntas. Está claro que estamos viviendo una época convulsa: un día y otro día nos llegan emigrantes de África. Gente que huye del hambre, de la miseria, de las guerras y de las atrocidades. Esa gente se ha convertido en un problema para algunos países que pertenecen a la Unión Europea. Y han tratado de que sea esta, cuando no se recurres a vallas, cuchillas y brutalidad, quien de una solución al problema. Y la solución, genial, ha sido la propuesta de bombardear los barcos que utilizan los emigrantes para llegar a Europa. No se han atrevido, desde luego. Pero si eso y las vallas, o el ofrecimiento de un innombrable ministro, de enviarnos a cada uno de nosotros un inmigrante o dos, son las soluciones de Europa, valdría más que esta se fuera disolviendo. Y si la solución para salir de la miseria es venderse como esclavos, como ya se hacía en época clásica, no se puede decir que hayamos avanzado mucho. ¿Cómo han llegado los griegos a ese punto? Según otra explicación, no menos genial, porque le votaban a partidos corruptos. Sin palabras. Quien quiera saber de corrupción que se lea los Episodios nacionales, de don Benito Pérez Galdós, sobre todo los dedicados a la nefasta época de Isabel II, y que se lea todas las noticias referentes a la fallera Comunidad Valenciana de unos años para acá. Ahora bien, seguramente a nosotros no nos ha pasado lo mismo que a los helenos porque sabemos, muy bien sabido, que no estamos en la época de Cervantes; y que cristianos nuevos y viejos pagamos a Hacienda por igual. Otra cosa distinta es quién tributa más y quién menos. Ahora no se tiene en cuenta la sangre ni la fe sino otros baremos. El cuento de nunca acabar.


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