Le hubiese gustado nacer guacho.
No llevar apellido o cargar con uno inventado por las monjitas del orfanato de
alguna de las ciudades cercanas. Más le hubiese valido ser el fruto de una
cruza entre anormales y cargar con sus taras y su propensión al babeo. Pero no
fue así. Le tocó la puta suerte de ser el hijo de ese hombre y llevar el
apellido que repugnaba a todo el pueblo. Ese que algunos usaban como insulto y
otros como un sinónimo de lo ruin, lo vil, lo horroroso.
Le había
costado sobrellevarlo. Llegó a hacerse
llamar por el nombre de su madre., Durante sus años de pibe fue “el hijo de
Nora”, después a fuerza de empujones y trompadas había impuesto el sobrenombre
de “Toro”. Pero no tardó en descubrir que ya fuera que lo llamasen de una u
otra manera siempre había un tono de voz, una mirada que le recordaban su
relación con aquél hombre.
Claro que
había intentado irse, dejar el terruño y armar una vida lejos de la cenizas de
su madre. Arrancar de nuevo en un
caserío más o menos lejano. Pero hasta ahí lo había perseguido la fama de su
padre y fue llegar y comenzar a notar las miradas de inquietud, los cuchicheos
cuando entraba al almacén o se acercaba al mostrador de estaño del bar a pedir
una ginebra. Así que había vuelto con su infamia a cuestas, con la seguridad de que en cada casa del pueblo conocían su estirpe
Y eso que
hacía varias décadas que nadie sabía que se había hecho de su padre. Algunos
decían que se había ahorcado para purgar su traición, pero ni el comisario ni
una patrulla que mandaron desde la Capital habían sido capaces de encontrar el
cuerpo. Hubo quién pensó que se había ido lejos y vivía sin culpas en alguna
lugar remoto donde su fama no había llegado. Pero él sabía que eso no era posible.
Llevaba su misma sangre y conocía el modo aquel en que la culpa propia o heredada les quemaba la
piel y les corroía las entrañas hasta salírseles por la boca como una bilis
amarga que los ahogaba.
Alguna vez
pensó que el pecado no había sido de su padre sino del destino. El maestro
Pedro les había hablado en sus primeros años de escuela de aquel libro en el
que estaba escrita la vida de cada uno, y de la fuerza descomunal que había que
tener para torcer esas líneas. Claro que eso fue antes de que la adivina del
circo aquel quisiese leer la palma de la mano de su padre. Nomás mirarla ella
se puso blanca como un papel y soltó aquel brazo como si se tratase de una
serpiente ponzoñosa.
La mujer esa
no quiso contar lo que vio en los surcos de la mano de su padre. Sólo explicó
que no era bueno, que era claro que él no venía de Dios, sino de las filas de Mandinga y que su presencia
iba a traerle tristeza y dolor al pueblo .
No en vano uno de los de su calaña había entregado a Jesús de Nazareth.
Decía la mujer que la sangre de Judas Iscariote corría por las venas de su
padre.
Según
recordaba su padre se había reído fuerte
con la predicción. Todos en el pueblo conocían a su familia, sabían de dónde
venía, que tenía un tío cura párroco en un pueblo vecino y una hermana beata
encargada de vestir a los santos para las grandes fiestas. Pero aquél augurio
quedó flotando en el aire y por algún motivo que jamás llegó a entender su
padre no volvió a ser el mismo. Quiso revolver los archivos sobre su bautismo y
recorrió varios pueblos a la redonda para reunir rastros de la historia de sus ancestros. Habían sido gente
de bien. Buena madera gráfico un parroquiano del bar donde, dicen, solía parar
su abuelo. Pero no había más allá. Solo una madre inmigrante q lo crió sola y
apenas hablaba castellano.
No quiso
creerle a la adivina. Se le antojaba una fábula que su casta llegar hasta aquel
árbol en que se colgó el traidor. Que la primer fortuna de los suyos hubiese
sido un puñado de monedas de plata.
Pero en los
últimos años aquella idea se le había vuelto una obsesión igual que a su padre
el último tiempo que vivió en el pueblo. No comía y apenas pegaba un ojo. Se limitaba a revolver las páginas de libros antiguos que apenas podía deletrear y
certificados de defunción llenos de polvo para encontrar un prueba de que su
sangre estaba limpia.
Pero no halló
un dato que le trajese tranquilidad y se acostumbró a vivir desconfiando hasta
de su sombra. Sintiéndose un paria.
Hasta que sucedió la revuelta aquella en la única fábrica que tenía el pueblo. Y hubo piquetes y
protestas porque el patrón se negaba a pagar las horas extra y los salarios no
alcanzaban para llevarle el pan a la familia. También hubo un hombre joven que
comandó la revuelta que llegó en la noche y muchas preguntas de los milicos
sobre la identidad del precoz comandante. Y ahí surgió la estirpe de alimaña de
su padre que se apersonó en el destacamento y no sólo identificó a aquel
muchacho sino q se apersonó a la casa en la que vivía con su novia y un bebé de
meses. Nada más se supo del comandante joven. Sin líder los obreros volvieron
al trabajo sin alcanzar ninguna de sus conquistas. El padre se hizo de unos
pocos pesos q gastó en ginebra . estaba borracho cuando le recordado la
profecía. No quiso aceptarlo y se fue del pueblo,.algunos dijeron que para
ahorcarse en un árbol del camino. Otros que a seguir cumpliendo su destino de
traidor. Ese que a êl le tocaría algún día.
¿Será el destino algo invencible? ¿O sólo algo que requiera una notable fuerza de voluntad vencer?
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