Hay personas que convierten en
mojiganga todo aquello en que ponen la mano.
Benito
Pérez Galdós, Cádiz.
Decir
a estas alturas que la Unión Europea no está sabiendo resolver sus
problemas es una obviedad: en el caso de Grecia, los griegos poco
menos que se han tenido que vender como esclavos para que Europa les
tienda una débil mano e intentar, así, salir de la endemoniada
situación en la que se encuentran. El otro gran problema, que ya
lleva tiempo coleando, y que no saben cómo solucionar, es el
terrible de la emigración. Creo que nadie emigra por vocación o por
conocer otras gentes y otras tierras. Y menos todavía si se tiene
que jugar la vida en una travesía por alta mar metido en una
barquita similar a las que usan los niños en las piscinas
municipales.
Es
verdad que los tiempos, las tecnologías, avanzan que es una
barbaridad. Pues de pasar esto en la Edad Media, el fenómeno de la
emigración, estaríamos ahora hablando de una nueva invasión.
Quizás se hubiera alzado ya algún profeta, o varios, por aquí y
por allá; y con la ilusión de llevar su fe allende los mares,
hubiera lanzado a los excedentes de población a buscarse la vida en
otros ámbitos. Tal cual, las cruzadas, el descubrimiento de América,
César y las Galias, los árabes y Castilla, y lo que se quiera y
desee. Pero estos tiempos no son aquellos. Y los que tienen la
suerte, ahora, de desembarcar en Europa no tienen dinero ni para
comprarse una navaja de Albacete, menos una espada toledana. Y ahora,
por otra parte, no son las tropas de don Julián o don Rodrigo
quienes los están esperando en el Gaudalete, sino policías y
guardias armados hasta los dientes. Los emigrantes que llegan, llegan
desnudos y sin líderes. Y sin más fe ni bandera que la de
sobrevivir, que no es poco. Ni la honra de la Cava van a limpiar.
Hace
ya algún tiempo que el Ministro del ramo, tan católico como
lenguaraz, ante las quejas de varias asociaciones por el trato dado a
los emigrantes que trataban de saltar las vallas con concertinas,
propuso que esas buenas personas le dieran sus direcciones, y él les
mandaba dos o tres emigrantes a casa, cuantos que quisieran.
Seguramente el buen hombre estaba recordando aquella vieja campaña
de la postguerra de ponga
un pobre en su mesa. Sólo
le faltó recomendarles a esas personas que vieran, antes, la
magnífica película de Luis Buñuel, Viridiana,
pues
así sabrían que todo iba a terminar como el rosario de la aurora,
incluida la foto con la cámara de Lola Gaos.
Pese
a no hacer estas recomendaciones, el señor Ministro del ramo no
debió recibir muchas peticiones, pues los emigrantes, en condiciones
deplorables, han seguido y siguen llegando. Y la Unión Europea, que
tan de acuerdo está en machacar a un país que no paga porque no
puede, no sabe qué hacer con quienes tienen los bolsillos tan vacíos
como las esperanzas. Pero, y no sé porqué, los políticos tienen
que hablar de todo, y explicarlo todo y dar a entender que tienen
soluciones para todo. Se parecen a aquellos viejos profesores, dicen
que de la Edad Media, quienes tenían un miedo horrible al vacío, al
no saber qué responder o decir ante cualquier pregunta. Y así
llegamos al absurdo de que en la punta de una aguja caben 6.666
ángeles, dado que no son materia del todo, pero tampoco espíritu
del todo. No cabe más sabiduría.
No
hace mucho se propuso, ante el fenómeno de la emigración,
bombardear los barcos que utilizan las mafias o los particulares para
cruzar el estrecho o llegar a la isla de Lampedusa. No hace falta
enviar barcos: creo que una escopeta de caza pueden hundir toda la
flota. No debió gustarles la idea a algunos europeos, tal vez por
guardar las formas: no vamos a bombardear a gente indefensa. Ahora
bien, si a algunos no les ha gustado, a otros, por el contrario,
parece que les atrae. Y así el señor Ministro del ramo de España
ha recogido una comparación del parvus
Nicholaus, quien
dijo, pensamiento de altura formulado sin intentar elevar su
pequeñez, que la emigración es como las goteras: se puede poner un
pozal aquí, un cubo allá, una palangana acullá, pero el agua sigue
penetrando en la vivienda. Lo que hay que hacer, así lo recomienda
el sentido común, es tapar las goteras. Pero Grullo en acción. No
hay más que hablar.
Ahora
bien, dejando de lado, metáforas, comparaciones y símiles, qué
quiere decir con eso monsieur Sarkozy, ¿que vayamos a los lugares de
origen a taponar las salidas del agua? ¿Y cómo lo hacemos,
invadiendo Argelia otra vez, resucitando al rey Leopoldo de Bélgica?
¿Bombardeando todas las playas africanas? ¿Dedicándonos a la trata
de negros diciendo, de paso, que estos no tienen alma y jugando con
ellos al tiro al blanco en tanto saltan vallas y concertinas? Le
petit president no
lo explicó. Sonrió, eso sí, y ahí dejó la perla de sus
pensamientos, sin duda para que nos percatáramos de la profundidad
de sus versos, que es mucha.
Llama
la atención que el señor Ministro del ramo, tan español y tan
católico él, llegó a afirmar que la caída del muro de Berlín se
debía a la virgen de Fátima, ¿o fue a la de Lourdes?, utilice
también esta gracia del parvus
Nicholaus. Un
hombre que ha sido capaz de condecorar a la Virgen, no le faltan
méritos a esta, desde luego, debe considerar que los hijos de Dios,
o del Espíritu Santo, y de la susodicha, no son sino los europeos, o
los chinos, es decir aquellos que no saltan vallas ni van por los
mares ahogándose y dando la vara. Por lo tanto hay que tapar las
goteras. Cómo lo va a hacer esta pareja de cómicos, estos nuevos
Pepe Goteras y Otilio, es un secreto muy bien guardado, que se pondrá
en ejecución cuando lo consideren oportuno. Con un poco de suerte,
con una de estas chapuzas a domicilio, se les cae el edificio y nos
mudamos de casa. Y allí no tendremos porteros corruptos, ni
ministros incompetentes, ni políticos necios y absurdos, ni
sobresueldos, ni caja B, ni acémilas con corbata y sin ella... hasta
reaparecerán los reyes magos, y seremos felices. Todo es cuestión
de fe. Volerán
las oscuras golondrinas...
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