“La
mejor manera de defenderte es mantener las distancias con ellos”
Marco
Aurelio, Meditaciones.
Decía Azorín, no recuerdo dónde, y más o menos,
pues cito de memoria, que se puede criticar todo y a todos sin ofender a nadie.
Escribir como escribía Azorín, y hacer críticas imitándolo, es tarea harto
difícil y complicada: requiere de una excelente preparación literaria, de buen
gusto, y de simpatía: pensar que quien sufre la crítica es una persona con sus
ansias y sus sentimientos, sus esperanzas y sus fracasos. Quizás sean estos
demasiados requisitos para una buena parte de la sociedad que prefiere dejarse
de sutilezas y llamar a las cosas por su nombre: al pan, pan, y al vino, vino.
La famosa llaneza castellana, y de aledaños, que tanto le gustaba a don Mariano
José de Larra. Y que, sabido es, esconde una total falta de educación y de
respeto, suponiendo que ambas cosas no sean lo mismo.
Sea porque la gente no sabía leer ni escribir, o
porque, más hacia delante, no había medios donde hacerlo, eran pocos quienes
escribían y leían. Ahora con todos esos artilugios llamados las redes sociales,
Internet, poder comentar las noticias de los periódicos, etc, etc, al parecer
todo el mundo escribe y casi nadie lee: no hay más que fijarse en la enorme
cantidad de faltas de ortografía y en la pobreza de vocabulario en comentarios
y opiniones vertidos por aquí y por allá. Y lo más gracioso de todo: los
lectores que comentan cualquier noticia o evento gozan acusándose unos a otros
de analfabetos, término que confunden con el de disidente. Pero ya lo decía
Baltasar Gracián: quien se burla tal vez se confiesa. Insultos y
descalificaciones no faltan, desde luego.
Las críticas, y las ofensas, como no podía dejar
de suceder, se acrecientan en épocas de elecciones. Y continúan en los días
siguientes si el resultado no ha sido satisfactorio para quien o quienes
controlan el poder y los medios de comunicación. A nadie se le esconde, a estas
alturas, que el país, o si se quiere, los políticos, muchos, y las
instituciones, muchas, están suficientemente corrompidas como para exigir una
regeneración de todo o de casi todo. El sistema se ha pervertido hasta límites
insufribles: el poder, como la ambición, no conoce límites; extiende sus brazos
para abarcarlo todo, no respetando ni siquiera la ley. Sucede algo similar a lo
que podría ser la situación ideal, para un señor feudal, en la Edad Media: el primogénito
se hace cargo del castillo, las villas y la tierra; y el segundón es ordenado
sacerdote, se le compra el obispado de la ciudad, y entre los dos hermanos, o
la familia, lo controlan absolutamente todo. Es lo que han venido haciendo los
partidos políticos desde que han llegado al poder.
Una de las cosas que más desazón me causó, de
joven, fue la lectura de algunos diálogos de Platón. Lo hice llevando en la
mente la idealizada figura de un Sócrates virtuoso y valiente hasta más allá de
lo imaginable, la muerte en aquel momento de mi vida. Fue por eso por lo que no
entendía que Sócrates juzgara que la democracia es una tiranía a la que
anteponía el férreo sistema político de Esparta. Cuando leí dichos diálogos
estaba vigente en España la dictadura de Franco. Me había impresionado mucho la
figura del filósofo griego, y no podía, así de la noche a la mañana,
desterrarla de mi mente, aunque a mí no me gustaba Esparta ni el sistema bajo
el que vivía. Tardaría unos años en percatarme de lo que había querido decir
Sócrates. De alguna forma estaría de acuerdo con él, añadiendo que, al menos,
en su época no había ni televisiones ni periódicos. Pues, efectivamente, la
democracia, y habría que analizar, en profundidad, qué significa esta palabra,
se puede convertir, se convierte, en una tiranía: son muchos los partidos
políticos que concurren a unas elecciones. Los partidos políticos no tienen más
razón de ser que alcanzar el poder. Y para hacerlo utilizarán todos los medios
a su alcance, algunos de ellos hasta ilícitos o fuera de la ley. Por eso es
importante, para cuando haya algún problema, tener unos largos tentáculos: con
conmilitones colocados en los puestos claves se pueden ir tapando tantos
agujeros como se vayan abriendo; situación conocida con la expresión latina do
ut des. O, en una inmejorable traducción castiza: do vayas de los tuyos
hayas. Así se pervierte todo un sistema. Y así se ha pervertido el nuestro.
Aunque siempre, por supuesto, y en todos los órdenes de la vida, hay gente
honesta, virtuosa en el sentido etimológico de la palabra. Pero ¡ay de estos
como les toque juzgar a uno de los otros!
Triste y patético resulta que un partido
político, con tal de llegar al poder, o de mantenerse en él, mienta, tome al
personal por estúpido, y trate de hacerle creer al común de los mortales que en
sus filas, por ejemplo, no hay corruptos ni intereses espurios. Es un bulo,
dicen, utilizado por el partido en la oposición para obtener en los juzgados lo
perdido en las urnas. La cantinela la han repetido una y otra vez, hasta la
saciedad. Tal vez por aquello de que una cosa dicha a toda hora, sin tregua ni
descanso, llega a convertirse en verdadera. Es posible. Pero eso es analizar
dicha cosa desde un punto de vista nada más: también se puede convertir, se
convierte, en una muletilla que le resta todo valor y credibilidad a la
comparecencia del político, pues es sabido lo que va a decir: cualquier cosa
menor reconocer que se ha equivocado. Cáscaras vacías de frutos secos. Entonces
se cierra el periódico o se le quita la voz a la televisión.
Las palabras se desgastan y dejan de ser
efectivas. Cada época, a veces incluso cada generación, tiene sus vocablos
específicos, su forma de expresarse que, por supuesto, tiene conexiones con la
anterior, pero también marca distancias con ella. No por nada sino por la
propia evolución de la vida. Algunas personas, sin embargo, siguen aferradas a
ese pasado al que defienden con uñas y dientes. Todavía hay profesores de latín
que se empeñan en la traducción literal del ablativo absoluto: habiendo
cruzado el puente. Como si las personas de hoy en día dijéramos, habiendo
salido del metro, vi a tu hermano. Toda traducción tiene su fecha de
caducidad, así como todo insulto o improperio.
Decía Pasolini, y nunca me canso de citarlo, que
con los medios de comunicación en sus manos, con las televisiones públicas y
privadas, no le hacía falta ningún ejército para dominar a un país. Es posible
que fuera así. Es posible que Pasolini fuese un hombre de una imaginación
ilimitada, y no tuviera que recurrir a los tópicos y frases hechas; es posible
que, en sus manos, las palabras no se gastaran como las buenas monedas; pero
también hay que pensar en el oyente o espectador. ¿Qué entiende este de lo que
se le está diciendo? ¿Hasta qué punto es efectivo el mensaje?
Cuando la gente comenzó a estar harta de la
corrupción, de la impunidad de los políticos, de sus gastos y suntuosidades
cuando estaban predicando todo lo contrario, y estaban acabando con eso llamado
el estado del bienestar, comenzó a organizarse y a lanzar consignas y soflamas.
Al principio esto se tomó por una rabieta juvenil a la que no se le hizo mucho
caso. Luego los políticos de toda la vida, los que viven de la política, ¡lo
que hay que hacer para evitar ciertas palabras!, comenzaron a asustarse. Y con
ellos algunos de sus, digamos, compañeros de viaje. Que estaban caducos unos y
otros se vio enseguida por los calificativos escogidos: trataron de culparlos
de lo que sólo ellos eran culpables, y así una beca universitaria es comparada
a unas tarjetas negras con las que se saqueó a toda una institución, una caja
de ahorros, con fines sociales. Lo mismo es, he aquí la perversión, gastarse
miles de euros en cacerías y con chicas de la casa llana que participando en
mítines. Máxime cuando, al parecer, todo fue un error administrativo, y por una
cantidad ridícula. Y sí, de acuerdo, por poco se empieza. Pero no seamos tan
exigentes con los demás y tan complacientes con nosotros mismos. Ya lo dijo
Esopo: Zeus nos puso dos alforjas llenas de defectos: los propios los llevamos
en las espaldas, y los ajenos delante. La honestidad y la ética se le olvidó al
barbudo dios. ¿Qué culpa tenemos los humanos de semejante olvido?
Cuando el hartazgo de la gente, joven sobre todo,
comenzó a tomar forma, empezaron los ataques y las descalificaciones. Quizás el
más utilizado ha sido el de “izquierda radical”, término que, francamente,
visto lo visto, no sé muy bien qué es lo que quiere decir. ¿Es algo equivalente
a la extrema derecha? Al calificativo de “izquierda radical” cuando estos
jóvenes se unieron con otros para concurrir a las elecciones, se le añadió el
de “frente popular”. Creo que fueron expresiones totalmente desafortunadas,
pues ambas estaban gastadas y enterradas. Muchos jóvenes, merced a ese sistema
educativo tan majo que tenemos, ignoran quién fue Franco, qué fue la República,
y qué pasó con el Frente Popular. Creo que ni el periodista que utilizó dicha
expresión lo sabe. Quizás estas personas, estos jóvenes, han triunfado, y han
llegado a alcanzar muchas alcaldías tanto porque la gente ha visto cosas
nuevas, y honestas, en ellos, como porque los ataques contra ellos estaban tan
desfasados como los propios periodistas que los lanzaban. Las palabras se
corrompen y desgastan[1]. Tempus
fugit; y la guerra civil, gracias a los dioses, parece que cayó en el
olvido pese al empeño de algunos en recordarla una y otra vez, y no para evitar
posibles nuevas confrontaciones, sino para que no cambie nada, para asustar al
personal. O para que cambie sólo aquello que no supone un menoscabo en sus
intereses y en sus vidas.
Los insultos se van afinando. El insultador,
aunque sea por instinto, sabe que sus exabruptos han sido ineficaces, y recurre
a otros nuevos. No son risibles, y no lo son porque muestran la ruindad de
ciertas personas: como no se pueden atacar los programas políticos, se
desentierran vidas pasadas, necedades que se hicieron cuando se era joven, y se
magnifica hasta convertir un chiste en algo monstruoso, digno de la silla
eléctrica o poco menos. Y así es perversión entrar en una capilla universitaria
gritando y enseñando ciertas partes del cuerpo, pero no robar millones y
millones cuando la gente lo está pasando mal, algunos no tienen ni para comer,
o financiarse de forma ilegal, o impedir que la justicia funcione con
normalidad e independencia. Eso está asumido, la corrupción, dicen los
inmovilistas, es inherente al ser humano; pero quitarse una camiseta y dejar
ciertas cosas al aire, por Dios... ¿A quién en su sano juicio se le ocurre?
No me parecen correctos los chistes sobre Mahoma;
pero menos correcto me parece que eso sea motivo de atentados y matanzas. Lo
que está haciendo el Estado islámico hace siglos lo hizo otra religión. Y ahora
nos sale un obispo, cristiano, lamentándose porque los nuevos alcaldes se
olviden de Dios y no asisten a una procesión. Ya lo dijo aquel: se empieza
matando a la propia madre y se termina por no ir a misa. No se preocupe,
monseñor: no todos nos olvidamos, aunque no seamos ni alcaldes ni alcadables.
Díganos, por cierto, qué hacen esas dos monjas, como diría Lazarillo, gastando
más zapatos por calles y televisiones que todo el convento junto. ¿No decía
Dios que su reino no es de este mundo? ¿Y que lo que hace la mano derecha no lo
debe saber la izquierda? ¿Por qué no denunciaron la corrupción radical a la que
nos han abocado muchos de esos que van a misa y asisten a procesiones? ¿Quién
se ha olvidado de Dios? ¿Y qué importancia tiene en ir detrás de usted y de una
cruz si uno se esfuerza por luchar por los desfavorecidos y quitar privilegios
a quienes nunca los debieron tener? ¿Tenemos que ser todos creyentes?
Aunque es un error de traducción, y de
transmisión, creo que fue el jefe quien dijo aquello de Es más difícil que
un rico entre en el reino de los cielos que un camello pase por el ojo de una
aguja.¿Ha levantado la iglesia la voz contra los que tienen camellos en
Suiza? Por cierto la bandera de este país es el viejo pendón de los templarios.
Una inocente curiosidad.
Hoy en día, además, es muy peligroso hacer un
chiste: siempre alguien se sentirá ofendido y menoscabado. Y siempre se
utilizará para lograr lo que interesa. Por supuesto que hay chistes con muy
mala pata y carentes de gracia. Pero no es menos verdad que también hay gente
que se ha sentido ofendida por un libro como El muchacho del pijama a rayas.
Es raro que los prisioneros, judíos por cierto, no se escaparan del campo
de concentración cuando tan fácil le resultaba a un niño burlar la vigilancia
de los nazis. ¿Eran zafios todos los prisioneros? Sí, hoy en día es muy
peligroso hacer chistes. Somos incapaces ya de reírnos de nosotros mismos. Y
todos tenemos derechos a juzgar a todos, menos a nosotros mismos. Y, repito,
cualquier desliz se magnifica si se le puede sacar cualquier tipo de rédito
político o del que sea. Por una tontería se puede acabar hoy en día en la
guillotina.
Nada va a cambiar. Seguirán los insultos y las
descalificaciones. Y no cejarán hasta que, quienes los utilizan, se hagan con
el poder, y no para imitar a los gobernantes de la república de Platón sino
para gobernar a sus anchas y a las de sus amigos. Sólo así se tranquilizarán y
dejarán de mirar con lupa al contrario, aunque volveremos al principio.
Terminemos por hoy, no obstante, con una nota optimista, una cita del bueno de
Cicerón a la que nadie hará caso. Dice este en su libro Los oficios: “Los
que gobiernan un estado no tienen medio mejor para ganarse el consenso de la
gente que la moderación y el desinterés.” Pero, ojo, el consenso sólo lo
quieren para que se les siga votando. Y la moderación es para los otros.
Mantengamos las distancias.
[1]La corrupción del lenguaje público, del discurso institucional,
falsifica todo el lenguaje. Sólo la palabra poética, que por el hecho de ser
creadora lleva en su raíz la denuncia, restituye al lenguaje su verdad. He aquí
uno de los ejes centrales de la función social (tan debatida y tan poco
entendida entre nosotros) del arte: la restauración del lenguaje comunitario
deteriorado o corrupto, es decir, la posibilidad histórica de “dar un sentido
más puro a las palabras de la tribu”. José Ángel
Valente, Las palabras de la tribu. Tusquets editores, Barcelona, 1994,
p.57
No hay comentarios:
Publicar un comentario