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viernes, 6 de julio de 2012

CHOCOLATE, por Hada Infinita*, de Buenos Aires, Argentina

Sin conocerla hubieras dicho que era una mujer común, sin señas particulares, sin rasgos especiales ni historias ocultas. Una típica oficinista con años de carrera en el llenado de planillas y formularios. Pero no. Alicia no era esa. Alicia era una mujer exitosa en la cima de su carrera empresaria. Dirigía una compañía mediana que creció rápidamente con ella en la cúpula. No solía arreglarse demasiado ni maquillarse en exceso. Todo para Alicia era “lo justo”. La tintura justa, la manicura dos veces por mes, el maquillaje sutil, el trajecito Jackie, los colores tierra, negro y algún que otro violáceo.

Su voz era dulce y su personalidad muy cálida. Era una mujer apreciada por sus compañeros de trabajo y sus empleados. Sin embargo, todo esto era una máscara. Alicia tenía una sola cosa en mente, y esto le ocupaba casi todo su día: el CHOCOLATE.
¿Chocolate? Si, torres de chocolate, helado de chocolate, barras, ramas, bombones, alfajores, coberturas, masas, galletitas….lo que pudieras nombrar.
Su más alta preocupación era terminar cualquier reunión, junta o conversación para correr a su oficina, decir que estaba muy ocupada y comer. Guardaba con cuidado los papeles de envoltorio en una bolsa en la cartera para no elevar sospechas.
Podrías imaginarte que se trata de una mujer obesa ¿verdad? Pues no, Alicia tenía un físico privilegiado. Simplemente no engordaba. Este detalle le permitía continuar adelante con su obsesión. De otra forma deberíamos haberla internado hace tiempo.
¿Qué por qué sé todo esto, dices? Pues, porque la descubrí sin querer. La descubrí una tarde en el baño de oficiales llorando en un cubículo. Comenzamos a conversar, yo siempre intentando saber qué la afligía y así fue que lo supe. Sin poder contener las lágrimas dejó fluir un torrente de excusas y explicaciones. Y terminó por confesar que simplemente no podía contenerse. Necesitaba del sabroso alimento calórico para continuar el día.
Me contó que tenía chocolates escondidos en todas las habitaciones de su departamento y hasta en el baño. En la oficina había cacao en la azucarera para que nadie lo notara y que si bien no debía rendirle cuentas a nadie se avergonzaba de sí misma por no poder controlar su adicción. Fue entonces cuando me comprometí a ayudarla en lo que fuera posible.
Por meses la acompañé a sesiones de adictos a la comida y a psicólogos. Pero nada funcionaba. Hasta que un día Alicia tomó una decisión rotunda: si era capaz de comer su propia estatura en chocolate, sería la última vez que lo probaría.
Con esta idea en mente salimos en busca de reposterías y almacenes a comprar chocolate cobertura. Kilos y kilos de chocolate, pero Alicia no probó bocado.
Derretimos la materia prima en cacerolas y permitimos que enfriase levemente. Alicia s recostó en el piso y yo comencé a cubrirla con la pasta. – Nunca vi una cara de satisfacción mayor, era un rostro de gozo y deleite interminables.
Una vez solidificado me encargué de voltearla boca arriba y acondicioné sus ojos y nariz para que pudiera respirar sin dificultad. Esparcí el resto del producto y esperé dándole conversación.
Cuando esta mitad tomó el espesor adecuado preparé mi espátula y le dije: “Alicia, llegó el momento”. Pero Alicia no me respondió. Estaba sumida en un éxtasis indescriptible. Le di unos segundos y le hablé nuevamente mientras me inclinaba a separar las mitades y liberarla.
“No te molestes Julia. Déjalo así, solo ayúdame a incorporarme por favor.” Y después de estas palabras vi como extendía su mano en busca de la mía.
El chocolate que la recubría, lentamente comenzó a flexionarse. Esa corteza de cacao antes rígida tomaba brillo con cada segundo.
“Julia, tengo un poco de frío. ¿Me alcanzas por favor esa bata?” dijo mientras se incorporaba. “Me siento muy bien hoy. Querría comer algo de carne, o vegetales, ¿qué te parece?”
Y yo ahí, sin poder creer lo que veían mis ojos me acerqué a la cocina y me puse a cocinar al tiempo que Alicia recorría la casa recuperando trocitos de chocolate y colocándolos en un balde. “Creo que no necesitaré más esto. ¿Por qué no se los llevas a tus hijos Julia? Es evidente que no podré comer mi estatura en cacao, pero ya no lo deseo tampoco. No voy a comerme a mí misma, ¿verdad?”
Mi estupor superaba lo imaginable al ver que lentamente el chocolate era reabsorbido por su piel sin dejar rastros.
“Sí, me siento de maravillas hoy. Además tengo ganas de ir a trabajar, así que cuando terminemos con este almuerzo, si no tienes problema, vamos para la oficina. Tengo algunas cosas que ordenar en mi escritorio”. Asentí con la cabeza y almorzamos en silencio.
¿No puedes creer lo que te cuento, verdad? Lo sé, es difícil de asimilar. Pero es absolutamente cierto.  Así como te lo cuento sucedió. Alicia continuó siendo la misma mujer de siempre. Un poco más feliz que antes. Se dedicó a hacer crecer aún más la compañía, abrió filiales y sucursales. También hizo trabajos comunitarios en centros de rehabilitación para personas con adicciones y nunca probó nuevamente el chocolate. No necesitó hacerlo pues por sus venas corre el adorado néctar que le permite sonreír.  Ahora bien, si por alguna razón la ves llorando no te sorprendas al ver lagrimas morenas caer por sus mejillas.
* Paola Finelli

5 comentarios:

  1. Me encantó este cuento.
    Tiene angel.
    Expresa sentimientos y luz.

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  2. Muchas gracias por tu comentario y por seguir nuestras publicaciones. Ello nos anima a seguir difundiendo el buen arte de todo Hispanoamérica!!
    Eva y Carlos
    Editores de Todas las Artes Argentina

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  3. Me encanta el chocolate hadita!

    walter

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  4. me encanta el chocolate hadita!
    walter Roa

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    Respuestas
    1. Gracias amigo Roa por siempre estar ahí leyendo mis cuentos!

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