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martes, 3 de julio de 2012

MILONGUERA, DE MELENA RECORTADA, por Raúl Ramos, de Pilar, Argentina.

Las luces del salón se hacían añicos rebotando contra la transitada pinotea amachimbrada del piso.
            Las parejas, iban y venían buscando en el ritmo compadrón de la música porteña, acomodar a su sensibilidad la angustia placentera o la dolorosa alegría que solo puede encontrar en semejante dicotomía, quien logre penetrar profundamente en las sensaciones sorprendentes e impensadas que se multiplican tumultuosamente a lo largo de un tango bailado con el alma en los pies.
Pocos instantes más y sería ella, solo ella entre los brazos de Tino, la que refulgiría como la única estrella de la noche.
Después de largo tiempo de placentero trabajo, la promesa estaba a punto de cumplirse; ya hacía tiempo que este momento le quitaba el sueño.
-: ¡Voy a organizar una exhibición de primera para presentarte en sociedad como mi pareja oficial y a partir de allí, nena! ¡Que nos paren, si son brujos!
Tino, era el bailarín mas cotizado del momento en los salones, se lo admiraba casi con enfermiza devoción -sobre todo, las mujeres- y ya hacía un largo tiempo que se había dedicado a prepararla para hacerla su “partenaire”.
Desde un principio se había metejoneado con él, le empezó a tomar cariño cuando le contó que estaba cansado de bancarse a la Celina -así se llamaba la mujer de Tino- y claro, no iba a comparar, ella tenía como veinte años menos que la otra, se lo dijo el Tino la primera noche que se encamaron.
- ¡Hacer el amor con vos, es como darse un baño de agua pura, fresca, cristalina, es aspirar todo el perfume de la naturaleza!
¡Qué cosa este Tino! Además de gran bailarín había resultado poeta.
La cama fue la resultante natural de la pasión fogosa que los envolvió. Se enamoraron como dos adolescentes. Hicieron del bulín donde Tino aplicaba su docencia, un nidito de amor maravilloso. De entrada nomás, le daba clases día por medio; ella aportaba, generalmente los bizcochitos para el mate y Tino, enseñanza personalizada. Era tal la exaltación que la dominaba que poco importaba la existencia de Celina en la vida de Tino. Suponía por intuición de mujer que ella era la preferida y no solamente a la hora de la cama.
Día por medio, cuando correspondían las clases, lo esperaba desde muy temprano, en tanto arreglaba “El estudio”, como lo llamaba irónicamente Tino.
Este le había entregado las llaves en muestra de confianza, -era a la primera mujer que se las daba- según se lo había asegurado.
Los ensayos eran rigurosos y agotadores, por eso en medio de la tarea se tomaban un respiro que casi todos los días terminaban en tórridas actividades amorosas que la trasladaban hacia un mundo maravilloso y que no hacían más que consolidar su relación sentimental en detrimento de Celina, que, -según su creencia fogoneada por los comentarios de Tino- hacía rato que había perdido la exclusividad del hombre.    
-: ¡Té falta poco pa estar diez puntos. En cuanto te vea madurita, nos mandamos algunas exhibiciones, juntamos unos mangos y nos rajamos pa el otro lao del mundo a vivir nuestra vida! Los “ponjas” se van a volver locos con la variedad de firuletes que les vamos a revelar. Cuando llegue el momento te voy a hacer lucir como una esmeralda. A los chavones se les van a enroscar los bifocales si pretenden relojear tus contorsiones.
Y allí estaba, esperando la presencia de Tino; por fin había llegado la noche señalada.
Miraba de soslayo a las otras minas de la milonga que ni se imaginaban la sorpresa.
Esta noche la niña mimada sería ella, nadie más que ella, el mejor bailarín del momento la había elegido. A partir de allí su nombre comenzaría a pronunciarse por todos los salones de tango de Buenos Aires.
Estela, su amiga del alma, se regodeaba esperando la sorpresa que se llevarían cuando vieran que “su amiga” era la elegida por el gran bailarín. Pero claro, como podía más el orgullo y la ansiedad que la mesura, al ir al baño comentó como al descuido entre otras minas que esperaban turno. -calculando que la noticia correría como un ventarrón-.
- ¿A que no saben con quién va a hacer la exhibición esta noche, Tino?
- ¡Y, con la Celina, seguro, si hace como veinte años que son pareja, el año pasado los sacaron en el Clarín! comentó la petisa Racedo
-: ¡Están bastante desinformadas!, dijo Estela, poniendo cara de superioridad femenina, al tiempo que dejaba caer el nombre de Inda Robledo, como al descuido.
Cuando la petisa Racedo salió del baño, comenzó a recorrer mesa por mesa con una velocidad inusitada.
Inda percibió que algo raro ocurría. Notaba con cierto nerviosismo que todas las miradas se dirigían hacia ella. Trataba de descifrar si esas sonrisas y gestos -principalmente de las mujeres-, eran de aprobación, envidia o incredulidad.
Cuando vio venir al pequeño cortejo encabezado por la petisa Racedo, en dirección a su mesa, alcanzó a preguntarle a Estela.
-: ¿Dijiste algo?
-: ¡Sí! Fijate si dio resultado. Se deben estar muriendo de envidia.
-: ¡Che, Inda!, -se anticipó la gorda Parodi sacando pecho cual si intentara romper la cinta de llegada en la maratón de los barrios- : ¿Es cierto que vas a bailar con Tino, esta noche?
La petisa Racedo, al ser madrugada por la pregunta de su compañera, sólo atinó a decir.
-: ¡Seguro que es una joda de ésta! Y señaló a Estela, quién poniendo cara de ofendida como legislador acusado de coimero, contestó.
-: ¿Cómo, joda? Y dirigiéndose en dirección a su amiga la obligó a definirse públicamente.
-: ¡Sí, es verdad, ya hace un tiempo que me está preparando!
Los besos, abrazos y muestras de alegría de las mujeres que rodeaban su mesa, no hicieron más que despertar la curiosidad de toda la concurrencia, entonces el locutor de turno, no tuvo mejor idea que invitarla al centro de la pista para que diera ella misma la grata noticia.
Un poco cohibida por la situación en que la había colocado su amiga, no tuvo más remedio que asumir públicamente el protagonismo al cual la había impulsado la decisión de Tino. Tomó con cierto pudor el micrófono y asintió desde una modestia mal disimulada, su participación estelar en la exhibición de esa noche y que seguramente -como se lo hizo saber el locutor- sería el inicio de una carrera brillante por las milongas de Buenos Aires, que tendría -a no dudarlo- continuación por los salones más sofisticados del mundo.
Los aplausos, los gritos y las felicitaciones de los presentes, la condujeron extasiada hacia una situación impensada horas antes, se sentía una verdadera estrella de la noche, le cosquilleaba la disimulada envidia de las mujeres escondida tras un velo de venturosas felicitaciones. La envanecía presentir la mirada de los hombres que resbalaban sobre su cuerpo como una caricia libidinosa. Gozaba con fruición de soberana idolatrada lo inmarcesible de una posición elevada al trono de la noche porteña. 
Por fin, después de mucho tiempo de prácticas y milongas, esta noche habían sido invitados especialmente a realizar su presentación oficial.
Mientras aguardaba la llegada de su pareja, aceptaba la invitación de algunos bailarines, haciendo una selección bastante severa respecto a la calidad de los mismos. “No fuera cosa que bailara con cualquiera, justo hoy que por fin iba a demostrar su categoría”
Dejándose llevar por la cadencia de algún tango, desde una grabación, sonreía al imaginar las caras de las otras milongueras cuando la vieran como protagonista absoluta del salón.
Los cuatro o cinco milongueros de categoría que se acercaron a sacarla, lo hicieron con la certeza absoluta que la halagarían, ningún bailarín mediocre podría permitirse la audacia de invitarla, justo esta noche, donde por fin reinaría sobre el resto para siempre.
Con seguridad que ya en la mente de todos estaría titilando el rubro “Tino Suárez e Inda Robledo” ¡El tango agradecido!
La exhibición se había pautado para la una de la mañana, hora que ya había quedado atrás hacía un rato.
Su nerviosismo crecía al mismo tiempo que la ansiedad de Estela y los comentarios de las otras mujeres.
La envidia había comenzado a recorrer la senda del escarnio.
Cuando ya la situación se hacía insostenible, el murmullo de los presentes adelantó su drama.
Cuando vió aparecer a Tino, una sonrisa de satisfacción le cubrió el rostro y el intento de avanzar a su encuentro se frustró al notar que Celina –vestida con sus mejores galas- se desprendía del brazo del hombre y abriéndose paso entre la gente se plantó frente a ella y sin decir una sola palabra le aplicó un soberano cachetazo que resonó como una bomba en los oídos de los absortos espectadores.
-: ¡Servite, mocosa! ¡Para que aprendas a no comer en plato ajeno!
El ardor de su mejilla mancillada, fue nada ante el dolor lacerante de su corazón. Quizá, no doliera tanto la mentira de Tino -como comenzaba a imaginar- sino la burla a la que seguramente se vería abonada de aquí en más.
Su desaparición de la escena fue mucho más violenta que la velocidad de Estela por contenerla. La madrugada de la ciudad la vio correr enajenada sin rumbo fijo.
Abrió sus ojos, convencida que todo había sido un sueño, una pesadilla de chiquilina atolondrada. Vio a Estela a su lado e intentó incorporarse, entonces un tremendo pinchazo la llamó a la realidad.
-: ¿Dónde estoy? ¿Qué pasó?
-: ¡Todo está bien, no te preocupes!. Te hicieron tres operaciones. Por lo menos salvaste la pierna. ¿No lo viste al camión?
Lo demás, fueron sólo palabras y palabras con las cuales Estela intentaba explicarle lo ocurrido, lo que ya ni le interesaba saber, lo que ya había quedado en el terreno de un sueño mal parido.
Cuando inauguró el par de zapatos ortopédicos, se conformó pensando que Dios, a pesar de todo había sido generoso.
Por lo menos, aunque lentamente... con bastón… ¡Caminaba…!

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