Luís era de la barra y lo queríamos con su vicio de jugador incluido porque para algo son los amigos. A pesar de ello llegó a casarse y tener hijos.
La esposa de Luís, Gladys, me pareció una buenísima chica encantada con su modesta casita de alquiler en Sarandí, buena cocinera y enamorada de su marido, aún sabiendo que era jugador y con el vicio muy arraigado. Quizás pensaría como toda mujer cegada por el amor, que ese amor lo cambiaría.
No se daba cuenta que los seres humanos nunca cambiamos, a lo sumo y con los años se suavizan los defectos, pero generalmente es al revés.
El trabajaba en una revista de primera línea como simple empleado por una recomendación del hermano de Osvaldo, Italo, que era jefe de distribución, pero como Italo metió la mano en la lata y muy mal, Luís se quedó en la calle. La plata que le dieron como indemnización sirvió para que pusieran una zapatería en Sarandí.
Era inevitable enterarse de la vida de todos ya que nos habíamos criado juntos en el mismo barrio, educados en los mismos colegios, por lo tanto de la misma edad, años más, años menos.
Y estaba “Huevito“
Le llamaban así por la forma de su cabeza: negro, flaco y con una nariz descomunal que convertía su fealdad en algo categórico, era feo con tenacidad, con fervor.
Además y como si fuera poco sucio, malo e ignorante, pero eso no impidió que un chispazo de lucidez lo decidiera a operarse la famosa nariz.
Cuando los médicos lo mandaron a la casa fue con varias indicaciones que debía cumplir, entre ellas no dormir de costado: la nariz apuntando al techo por unos cuantos días, hay que ver que esto fue hace muchos años, ahora debe ser distinto.
Huevito durmió de costado desde el vamos, y por supuesto la nariz se le torció. Cuando le sacaron los vendajes tenía el apéndice nasal casi pegado a la mejilla derecha. Si ya era famoso, después de semejante hazaña quedó para la historia.
Se operó dos veces más con el mismo resultado, seguro que su subconsciente quería la nariz torcida y así le quedó.
Feo, malo, ignorante, sucio, con mucha plata y si algún mérito se le podía atribuir es que no era nada tonto para el dinero, por ende se dedicó a la usura. La bestia estaba completa.
A todo esto Luís vendió la zapatería que ya le estaba dando pérdidas y puso una agencia de Lotería y todos los juegos que trae el paquete, sus hijos y Gladys se ocuparon de atender el negocio junto con Luís, seguro que para vigilar la hacienda, porque después de años de no dar pié con bola el hombre debía refugiarse en el juego, que pensándolo bien no le hubiera hecho daño más que a sí mismo si no fuera casado y con hijos.
No supimos para qué, pero todos nos enteramos que Luís le pidió dinero prestado a Huevito, y quién sabe que garantía le exigió para dárselo, ¿La casa, la agencia, todo lo que tenía?
La cuestión es que Luís se ahorcó, así nomás como lo digo, se ahorcó, el hombre demostró tener vergüenza, o cierto sentido del honor, pero dejó a la bestia en condiciones de seguir haciendo daño al mundo.
Huevito se presentó en el velorio llorando y diciendo que él había tratado de ayudarlo en todo lo posible.
Desde ese día le rehuimos como a un leproso.
Tal vez todo habría quedado así, con nosotros ignorándolo como si no existiera, pero la cosa se complicó.
Mi cuñado se compró la mejor y más lujosa casa del barrio en el Parque Pereyra que era la zona más cara de Barracas en aquella época.
Si bien no tan rotundamente feo como huevito casi lo alcanzaba y para colmo renegado de su religión, un despreciable apóstata. Yo tengo un rechazo visceral por los apóstatas, a pesar de no estar seguro de cual es mi creencia. ¡Esas dudas que lo asaltan a uno, pero jamás renegaría de la Fe que me dieron mis padres, aun cuando no la practique!
Volviendo a mi cuñado, como marido de mi hermana y teniendo en cuenta que durante los años de noviazgo compartió conmigo y mis amigos bailes, despedidas de soltero, partidos de futbol, cumpleaños y algunos velorios que era lo que él más disfrutaba, en el barrio era conocido de todos.
Fue como si siempre hubiera estado, quiero decir que en un principio no llamó la atención, además volvía mi hermana.
Solamente yo sabía que esa casa, mi cuñado la había conseguido escamoteándoles a los hermanos la herencia materna y sobre todo dedicándose a la usura que fue lo que más le redituó. Era un crápula y yo no dije nada, el solo se deschavó.
Huevito y mi cuñado se hicieron socios.
Vigilamos discretamente a las dos urracas, vimos como poco a poco los desesperados al límite caían en sus garras.
Huevito y mi cuñado eran una dupla perfecta, además no había una relación declarada entre ellos, no se visitaban, no salían juntos cosa que mi hermana no hubiera permitido. Ella cultivaba amistades para arriba, nunca descendería a entrar en la casa de Huevito, pero le gustaba el dinero más que a los dos usureros juntos.
Igualmente ya todos lo sabían, porque las víctimas hablaban, se enfermaban o se morían como Luís.
Entonces un día el gordo Armando, Osvaldo el cura, el hijo de don Gregorio el zapatero, Aníbal, Fito y yo los invitamos a compartir un picadito, cosa que siempre hacíamos los viernes a la noche en un campito que llamábamos “El Patacho” al costado del riachuelo. Ellos habían jugado muchas veces con nosotros cuando todavía éramos solteros, les gustaba y además pensaron que aceptábamos integrarlos nuevamente a la vida social del barrio.
El lugar no estaba muy iluminado, y a eso atribuyeron todos, hasta la policía, que cayeran al río corriendo detrás de la pelota. Río que mata con la primera gota de podredumbre que se aspira.
Armamos un escándalo bárbaro, les tiramos sogas, llamamos a la policía y a los bomberos, llorábamos como locos ¡Que desgracia!
A los dos los velaron el mismo día, en la misma casa fúnebre, fue una multitud de gente, la mitad de ellos aliviados en sus complicadas vidas.
Los muchachos del barrio estábamos todos, familiares de ambos fallecidos y curiosos que siempre los hay. Debo reconocer que mi hermana se comportó como una artista consumada, lloró al marido con un desconsuelo total, se desmayó justo en brazos de un amigo de ellos que tenía una pinta bárbara porque, mal que me pese mi hermana es ojo alegre y mi cuñado siempre lució una linda cornamenta. Pero esos mismos ojos le brillaban de una manera rara, le quedaba mucha plata, muchos dólares, muchos plazos fijos.
Esa madrugada cuando la gente empezó a ralear nos reunimos en el bar de la esquina de la casa de velatorios y les rezamos una oración, para que Díos fuera benigno con ellos y porqué negarlo, también con nosotros. El rezo lo dirigió Osvaldo que era el especialista, a cambio de que le prometiéramos ir todos los domingos a misa, en cuanto a él, consideraba que ya había ganado suficientes indulgencias en su laburo como para irse derecho al cielo, cosas de su oficio.
Después nos jugamos fuerte y brindamos con varias botellas de champaña, lástima que Luís se mató al pedo, sin avisarnos.
Igual pusimos una copa en la mesa, a su memoria.
¡Me encantó!
ResponderEliminarQuerida Ro,
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, en nombre de la autora, Irene Avilés, una excelente colaboradora de nuestra revista
Con afecto
Eva y Carlos
Muchas gracias Rocío. yo también te sigo a través de este blog y escribes realmente bien. Irene Aviles
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