De El amante perfecto y otros cuentos por inferencia, Salvador Alario Bataller, 2008, lulu.com, Rockville, USA
La joven contemplaba coqueta su cuerpo desnudo en el espejo. Era preciosa. Aunque ya había cumplido los dieciocho, las formas de mujer apenas se le insinuaban. Miró, arrebolada por la excitación, el reflejo que el espejo le devolvía. La magnífica cabellera morena, el óvalo de su cara aniñada, la boca regordeta y sensual, los pequeños senos, frescos como mandarinas, la sombra liviana del pubis sobre dos piernas perfectas y, sobre todo, aquel culito de ensueño, que sabía representaba la parte más codiciada de sus carnes adolescentes. Todos decían que era un bombón.
El hombre yacía desnudo en la cama, un maduro atractivo y vigoroso. La chica se sentía excitadísima. Era su tipo: el pecho amplio y velludo, los miembros fuertes, forjados en duros trabajos antes de su vida universitaria, no producto de esteroides ni gimnasios, la incipiente calvicie, la recortada perilla, los rasgos severos. Tan fuerte, tan viril, con aquel pene grande y duro; y le amaba.
Ella se sentía muy feliz, aunque bastante nerviosa, ante aquella primera experiencia. El le daba confianza, se dejaría hacer tranquilamente, los músculos relajados, la respiración leve. Con él todo era fácil, se dejaba hacer como a ella le gustaba. Amaba su docilidad especial, aquella mansedumbre arrebatada. Un amante perfecto. Olía a hombre, a macho.
Su mujer se había marchado por unos días, estaba lejos, en un congreso en el extranjero. Ahora él era suyo, solamente suyo, y cuando ella regresase, buscaría los encuentros seguros. Sabía que tenía todas las ventajas y que, con el tiempo, él se quedaría a su lado, cuando la otra se fuese.
Fue maravilloso, tan fácil, tan seguro. Hizo a su antojo y él siempre estuvo dispuesto, ninguna protesta, ningún intento de dominación. Todo fue suave y hermoso, cálido y gozoso, porque él, su hombre, era el amante perfecto.
Ella se levantó dos horas antes que él, despuntaba el día, y se fue a la cocina. Metió en el bolso el frasco de hipnóticos que había dejado el día anterior entre las especias, más por el ansia que por descuido. Preparó un magnífico desayuno, sintiéndose feliz en el ambiente sellado de la cocina, viendo la escarcha prendida de los árboles en el algor exterior de la naturaleza que despertaba, experimentando a la vez aquella sublime sensación de seguridad y plenitud, de saberse sola, en su casa y con su hombre. Preparó tostadas y café, zumo de naranja, había también mantequilla y mermelada de distintas variedades, y después fiambre de primera calidad por si después del dulce apetecía un poco de salado. Al él le gustaba ese contraste. Se le aceleró el corazón al oír sus pasos en el baño y al acercarse.
-He dormido de un tirón, hacía años que no dormía así –dijo el hombre sonriendo, apoyado en el vano de la puerta.
Después miró el magnífico desayuno y la sonrisa radiante de la muchacha. Pensó que era una chica muy bonita y muy buena. Se acercó y le dio un beso en la mejilla.
-Te quiero, hija –dijo y se sentó.
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