Una vez más, ahora en el mes de mayo y de las flores, estamos instalados en nuevas y democráticas elecciones. La democracia consiste en votar a alguien, elegido con anterioridad no se sabe muy bien por quién ni cómo, cada cuatro años. Ahora para que las elecciones sean más democráticas, hasta se puede elegir entre un candidato corrupto y otro con posibilidades de serlo. Y para que el ciudadano se forme una idea de quién es cada cual, los diversos aspirantes ya llevan un tiempo zurrándose la badana in absentia e in presentia. Nada nuevo bajo el sol.
Ha sido nueva, y esperanzadora, no obstante, la convocatoria, a través de teléfonos móviles e Internet, de manifestaciones en contra de los políticos, de uno y de otro signo, suponiendo que todavía los haya, y el rechazo a la casta que estos forman ya. Que la casta no se ha enterado de nada, o no quiere enterarse, se ha visto bien a las claras enseguida: unos diciendo que se hubieran sumado a las manifestaciones, aunque no han hecho nada por cambiar esta absurda democracia cuando han estado en el poder. Y otros alegrándose de que los manifestantes pidan la abstención, pues así, dicen, tienen más seguro su triunfo. Los manifestantes pedían, entre otras cosas, una democracia real, el fin de los privilegios de los políticos, la supresión de tanto cargo, y un reparto más equitativo tanto del poder como de la riqueza. Eso lo harán cuando lleguen al poder. Seguro. Como dice la canción: Siempre me dices lo mismo...
Para nadie es un secreto que el sistema educativo que tenemos es un verdadero desastre, fiel reflejo de los políticos y la política que nos alumbra en estas oscuridades. Por supuesto que todos los partidos prometen modificar dicho sistema, si llegan al poder; y, por supuesto, que si lo tocan va a ser para acabar de hundirlo, pues se gobierna más fácilmente a los estúpidos que a los inteligentes. Y nuestros políticos andan más bien escasos de una visión que no sea la de sus propios intereses. A tal fin se han servido, a lo largo de la historia, de la censura, de sus planes, de sus premios y castigos, y del olvido o del ostracismo de aquello que no les interesaba. Dicho en otras palabras: hay una cultura oficial y otra que no lo es. Ha habido autores condenados y otros exaltados hasta la saciedad, y nunca por motivos puramente artísticos. Hay libros de los que hablan pocas personas, y otros que ocupan páginas de periódicos y revistas y acaparan todos los premios habidos y por haber.
Uno de estos libros de los que hablan pocas personas tenía que ser de lectura obligatoria. Estoy hablando de Meditacions en el desert (1946-1953), de Agustí Calvet, conocido también con el pseudónimo de Gaziel. En este libro se habla, entre otras cosas, de la casta que ha supuesto, en España, el estamento militar. Es muy interesante, y sugerente, la visión que da de la historia de España: dominada siempre por militares y clérigos, aquellos, cuando desaparecieron los árabes del país, se adentraron en América para seguir haciendo lo único que saben; perdidas las colonias, recurrieron a África del norte hasta el desastre del Annual, y luego, cuando ya no quedaba nada, la emprendieron con sus propios compatriotas. Por supuesto que con la anuencia de una burguesía tan carente de miras como los políticos actuales.
Alegrarse de un movimiento que se va extendiendo por el país porque puede hacer ganar unas elecciones, supone no enterarse de nada, obviar el mensaje que lleva implícito: el hartazgo y el aburrimiento que producen los políticos, la corrupción y su impunidad. Y lo más obvio de todo: poner al descubierto, y bien a las claras, la falta de un programa político real, y los fervientes deseos de llevarlo a la práctica. Todos los mensajes, como se capta en estos movimientos desarrollados a través de Internet y las redes sociales, parecen reducidos a uno, que es el de siempre: deja tú el poder, que ahora me toca a mí y a mis amigos. ¿Para qué? Uno no puede por menos de recordar una famosa copla del Canciller Lope de Ayala cuando hablando del Cisma de Occidente en su Rimado de palacio, allá por el siglo XV, dijo:
Agora el papado es puesto en riqueza;
de lo tomar cualquiera, no le toma pereza;
maguer sean viejos, nunca sienten flaqueza;
ca nunca vieron papa que muriese en pobreza.
Igualmente podemos decir nosotros que nunca hemos visto a un político en la cola del paro, ni trabajando hasta los 67 años para poder jubilarse con la paga completa. ¿Para qué quieren, pues, llegar al poder? Sí, está claro que los políticos forman una casta, y ya sabemos adónde nos conducen estas. Que sigan mientras tanto haciendo oídos sordos, pues no hay peor sordo que no el que no quiere oír, e interpretaciones interesadas. Con semejantes actitudes ya se ve para lo que sirven. Que el Señor nos coja confesados.
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