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lunes, 28 de marzo de 2011

OTRA, por María Agustina Nahas, de Buenos Aires, Argentina


Yo me desempeñaba siendo yo, como todos los días. Desde hace un tiempo, desde que dejé de mimetizarme con los demás, desde que dejé de fingir ser alguien para agradarle a los demás y que se piensen que soy alguien que NO soy, me identifico con una frase de Walt Whitman: "Existo tal cual soy, eso me basta, si nadie lo sabe eso tampoco amarga mi satisfacción. Y si lo saben todos, igual es mi satisfacción." Creo que yo soy yo. A quien le guste, bien, y a quien no que pena. No voy a estar cambiando mi manera de ser para agradarle a la gente, porque si tengo que cambiar para agradarle a alguien, eso quiere decir que a esa persona no le gusto como soy de verdad. Y si no le gusto como soy de verdad, no vale la pena que finja ser alguien más.
Mucho gusto, yo soy yo. Me identifico por muchas cosas. Para empezar, me gusta escribir y leer, siempre me gustó escribir, desde que era una pulga que escribía con los pies hasta ahora, que sigo siendo una pulga, pero que ya leyó Huxley, Asimov, Verne, Kafka, Shakespeare, Whitman, Christie, Connan Doyle y un par de cosas más... lo cual le da derecho a decir que es una pulga un poquitito más vieja y que leyó más pero ni más inteligente ni más sabia. Otra característica mía es mi fascinación por las matemáticas y las ciencias exactas. Esto surgió en segundo año con las funciones cuadráticas, cuando simplemente dije "Me enamoré". Desde antes de eso ya contaba con la colección al día de los libros de Adrián Paenza, la cual sigo teniendo y hojeando asiduamente. Y mi tercer gran fascinación es por la informática. Ya sean interconexiones, hardware, software, programación, estructura interna, o cualquier tipo de área relacionada con la informática va a ser sumamente bienvenida en mi cerebrito hambriento de unos, ceros y una que otra pantalla azul.
Aquellas tres grandes áreas abarcaban todas y cada una de las razones por las cuales la vida es bella para mí, o más bien, porqué es bello estudiar. Algunos me van a putear, pero a mí no me importaría pasarme la vida entera estudiando estas tres cosas, sólo eso.
Eso era yo. Una pulga que escribe, programa y respira funciones cuadráticas. Podía también destacarme en otras cosas, como ser la estudiosa entre mis amigas, como ser un poco la aguafiestas y un poco la organizadora de muchas cosas, podía ser la consejera o también podía ser la esquizofrénica bipolar persona que siempre se enojaba por cualquier cosa, o no. Al fin y al cabo, todo eso era yo, y no podía resumirme en nada. Era YO.
Un día de un calor insoportable una presencia se notó desencajando en nuestra casi armónica rutina del primer día de clase. Aquella presencia que no llamaba la atención ni trataba de entrar a la fuerza a nuestra conversación somnolienta sobre nuestras vacaciones: se limitaba a escuchar inerte a los profesores presentándose. Nuestro grupo de gente anormal la miró de reojo. Todos intercambiamos sonrisas y, como siempre, le dimos una oportunidad.
Sí, tenemos que admitir que somos aquel grupo apartado del resto del mundo al cual le gusta estar así. Tal vez soy la intermediaria entre otras 4 personas con el mundo exterior, me gusta ser así. Siempre me gustó estar en el medio, no estar en ninguna de las dos puntas. Estoy bien donde estoy. Con mi mejor amigo nos miramos y le hicimos un comentario gracioso. Aquella nueva inquilina en nuestro ecosistema de adolescentes comportándose como simios, sonrió al comentario, contenta de que alguien le hablase. Seguimos hablándole y preguntándole cosas sobre ella para hacer que se muestre, para conocerla y porque de por sí, nosotros, los habitantes de la burbuja de nuestro universo paralelo, siempre somos propensos a querer conocer nueva gente. Como dice nuestro gran maestro y líder, "Los Amigos de la Oscuridad buscan anexar más gente". Tal vez sea así, tal vez no, sólo sé que como es una mierda estar solo/a en un ambiente nuevo, prefiero acercarme a esos nuevos compatriotas de vivencias, con los cuales queramos o no vamos a tener que compartir las mañanas y las tardes mientras los profesores nos inyectan conocimiento, queramos o no.
Sí, ella también se llamaba como yo. La verdad, nunca antes había tenido que convivir con alguien con mi mismo nombre. Al segundo comprendí lo catastrófico que podía llegar a ser aquello. Aunque no lo comprendí del todo hasta pasados varios días cuando comprendí con qué fenómeno caótico me estaba enfrentando.
Los días pasaron e hicimos sentir a aquella "Otra Yo" como si ya fuese una más de nosotros. La menciono como "Otra Yo" porque con el correr del tiempo entendí que teníamos muchas más cosas en común además de nuestro nombre. Ambas éramos medianamente calladas, medianamente habladoras. A ambas nos gustaban las matemáticas, esto solamente lo comprendí cuando me corrigió por primera vez un ejercicio de operaciones con fracciones de polinomios.
Soy una persona muy orgullosa. Si hay algo que detesto, es que me corrijan. Odio bastante perder, odio bastante equivocarme, pero si hay algo que me encoleriza y hace que quiera saltarle a la yugular a cualquiera que suspire cerca de mí es que alguien me haga notar un error. De por sí, me siento bastante mediocre cuando cometo un error, ahora, cuando alguien ve mi error, es peor que si me vieran en piyama despeinada cantando canciones de Glee. Por eso a mí no me satisface marcarle errores a la gente, porque lo que no me gusta que me hagan a mí, no se lo voy a hacer a los demás. A menos que sea total y completamente necesario, cuando veo que hay un error en el otro, me limito a decir "Yo lo hice diferente", o "A mi me dio distinto", o "Yo lo pensé de otra manera". Punto, sin nada más que decir. Si hay un error, en la brevedad se fijarán, pero yo no soy quien para pontificar acerca de las faltas y los fallos de los demás.
Aquella vez que me mostró mi primer error sentí una vergüenza infinita. Aquella intrusa en los confines de nuestra escuela se presentaba ante mí para decirme que lo que había hecho... estaba mal. Mi orgullo, antes que adjudicarme la culpa de haberme equivocado, prefería rugir, despacito pero con un dejo algo psicótico, "Venganza...".
Ignoré aquel suceso en el cual había quedado tan idiota, y me limité a sonreír y hacerlo bien. Corregí el error, miré mi resultado, lo comparé con el de el pizarrón y al fin me di por satisfecha, porque por más errores que tuviese lo había hecho bien después de todo.
La semana pasó de soleada y calurosa a fría y lluviosa. Ella no estaba acostumbrada a nuestro ambiente húmedo y frío, ya que venía de un confín cálido y bastante tropical. Dado que venía de otro colegio, La Otra no sabía nada de nuestra orientación en informática. Yo sonreí para mis adentros. Cuando mis dos mejores amigas y mi mejor amigo le insistieron en que yo era la mejor maestra de programación que podía conseguir, me hinché de orgullo y me sentí bien conmigo misma, cosa que no pasaba desde que había conocido a la Otra Yo. Fuimos a la biblioteca, y cuando el bibliotecario confirmó lo que mis amigos habían dicho me sentí genial. Le expliqué los conceptos básicos de programación y ella simuló entender, o tal vez entendió de verdad, quien sabe.
Luego de varias clases de Matemática, con errores, con cuentas auxiliares mal hechas por los nervios y la bronca, me dí cuenta de que se me había presentado una digna rival en aquella área. Un cosquilleo de frustración me sorprendió cuando me di cuenta de que era mejor que yo. Se lo comuniqué a mi mejor amigo, y con una carcajada, él trató de sacarme esa idea de la cabeza. "Por Dios, no podés decir que élla es mejor que vos!" me dijo, sin lugar a dudas con la mayor sinceridad del mundo. No me convenció, como suele ocurrir, porque aquella idea de que había sido vencida en mi más grande fascinación se había estado alimentando con los pequeños sucesos que iban pasando a lo largo de aquellas primeras dos semanas. Y cuando una idea iba tomando forma en mi cabeza era muy difícil sacarla de ahí.
De repente, noté un extraño acercamiento de mis amigas para con esta inquilina. Esta Otra Yo iba ganándoles la confianza a mis dos mejores amigas. De a poco, vi cómo ella las fascinaba con lo que ellas querían escuchar: que había hecho un robot en la escuela, que le gustaba le electrónica y cosas que mis amigas buscaban en una persona. Si bien a mí me atrajo la electrónica y la robótica en una parte de mi vida, me siento identificada con la canción del Cuarteto de Nos que dice "Huyo de la multitud, y no me electrocuto en la corriente. No, no quiero imitar, y por ser como todos no ser nadie." Yo soy una persona bastante jodida, no me gusta seguir la moda. No me gusta hacer lo que todos hacen. Sí, soy una jodida de mierda, pero, ¿qué se le va a hacer? Yo soy yo, yo arranco algo y si me siguen bien, si no, solamente yo soy yo, y eso está perfecto. Por eso, si bien la electrónica y esas cosas me llaman la atención, yo desde hace dos años que tengo bien pero bien fijo que voy a hacer algo relacionado con la informática. Por eso, la idea de aquel curso de electrónica no me llamó la atención. Definitivamente, prefiero quedarme en mi hogar escribiendo cuentos como éstos que, mal que mal, terminan dejándome satisfecha, que haciendo aquel curso el cual ni siquiera me atrae lo suficiente.
Entonces, luego de observar de cerca varias horas de sus charlas en mi mente fui descubriendo una nueva palabra. "Reemplazada". La primera vez que aquella idea, la cual consideré estúpida, abordó mi mente, me reí. ¿Reemplazada? Imposible, me dije yo, soy una tremendista. Y así, los días pasaron y seguía utilizando esa palabra para mis adentros, siempre usándola como una broma. Pero, de repente, aquella sensación de reemplazo se volvió más fuerte y dejé de bromear con eso. Dejé de pensar que era un chiste. Deseé pensar que era un chiste. Mi novio me trató de convencer de que no era así, que eran sucesos, coincidencias, que no significaban nada.
Mi mejor amigo me trató de convencer de lo contrario. ¡No estaba siendo reemplazada! ¡Claro que no! Me decía a mí misma. Pero aquella clase de Física, cuando aquella Yo comenzó a contestar todo lo que decía el profesor, un hecho me abrió los ojos. Al dar el profesor el orden para que nos juntemos en grupos, cuatro aparentes desconocidos gritaron al unísono a mis espaldas "Yo estoy con ella!". Yo me di vuelta con una sonrisa y me dí cuenta de que todos los ojos apuntaban a aquella intrusa en el ecosistema escolar.
Pensé que iba a encolerizar y la iba a odiar. Pensé que iba a destruirla en ese mismo instante con mis propias manos. Pero no lo hice, no. En vez, caí en una profunda depresión. Sí, una tristeza infinita se apoderó de mí. Y no pude salir de ella hasta días después. La palabra reemplazada me comenzó a sonar familiar y ya no me sorprendí cuando mis amigos empezaron a hablar asiduamente con ella, tanto o más que como lo habían hecho conmigo en su momento.
Todos dejaron de insistir para que me dejase de sentir reemplazada. Los únicos que no desistían eran mi novio y mi mejor amigo, los cuales ya no sabían cómo explicarme que yo seguía siendo yo. Pero a mí no me parecía igual. Ya era un caso perdido, ya no había vuelta atrás. Yo había sido desplazada de mi lugar de enferma por las matemáticas, buena alumna y persona con la cual todos querían trabajar, a ser una más de aquellas buenas alumnas, poco destacadas. Una más.
La expresión "Una más" me hundió en la más profunda de las angustias. Yo había dejado de ser yo. La Otra Yo me había reemplazado, y era la única Yo que todos reconocían a esta altura. Mi nombre simplemente se relacionaba con ella, con nadie más. Yo era la segunda en la línea.
Mis amigos ya no me reconocieron más. Fui una más de aquel mar de gente que no significaba nada para ellos. Pasé a ser la Otra Yo.
Una mañana ya no fui otra más que yo. Una mañana desperté y me llamaba Agustina. Descubrí que además de ser yo, me gustaban las matemáticas, las funciones cuadráticas, programar, el visual basic, la literatura, Walt Whitman, cantar desafinado, ver películas románticas, Los Beatles, los libros de Ciencia que Ladra, Mafalda, tocar la guitarra y poner caras raras. Descubrí que había tanta infinidad de cosas que me hacían yo, Agustina era Agustina por más Agustinas que hubiese en el mundo. Porque no hay otra Agustina a la que le gusta tanto tanto salir con cara de loca en las fotos y que le guste tanto recitar las composiciones de Les Luthiers. Porque no hay otra Agustina a la que le fascine tanto el demente de Dalí y le guste tanto ver películas de amor y llorar cada una de esas veces. No hay Agustina que escriba tanto y le encante tanto su blog. No hay Agustina que junte todas esas cualidades y deje que todas aquellas personalidades tan desiguales convivan en una pulguita de 1.55, que ni de puntitas de pies llega al metro 60, porque la risa hace que se caiga. No hay Agustina que sea tan celosa, esquizofrénica, que ame tanto a su novio, que quiera tanto a la gente aunque no se lo diga todos los días. No hay Agustina como la autora, que es la única narcisista capaz de escribir esto y decir "Soy la única orgullosa que es feliz con lo que es, lo bueno y lo malo, y al que le guste bien y al que no... que pena".
Total, somos muchos y hay pocos nombres. Pero cada uno es único e irreemplazable, aunque parezca lo contrario, ¿o no?

2 comentarios:

  1. Brillante!!!!!!! Tiene una estructura perfecta que resignifica el comienzo!!

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  2. Agustina!!! Por supuesto que SOS VOS y ojalá que nunca cambies! Sos tan única como encantadora. Y acá demostraste otra condición que te destaca: sabés autoanalizarte. Vas armada hasta los dientes para enfrentar el futuro, y llegarás al éxito casi sin darte cuenta. Digna miembro de una familia especial. Entré a este blog, empecé con un cuento al azar, me gustó, y se me antojó conocer a la familia de los editores... Bendito sea nuestro pueblo por crear personajes como ustedes!!! A todos los Nahas-Marabotto, felicitaciones!!! Jory

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