Por las noches
revientan las redes, es todo tan superficial. ¿Cómo hacer para escapar? no hay
respiro en este lugar”. Algo Personal – Cadena Perpetua.
Cinco años atrás, decidí abrir por primera vez una cuenta
en Facebook, una de las redes sociales más usadas del mundo. Estaba de novia,
él lo había descubierto y me propuso entrar para dejarnos mensajitos amorosos
(“sticky notes” – ya no existen-), y otro tipo de pavadas en el muro.
Con el tiempo se fue
agregando gente y Facebook fue cambiando. Pasó de ser una forma de comunicarse
a una especie de catálogo en el que clasificas para buscar novio o affairs de una noche (para ser sutil) y
amistades construidas de aire. El
chusmerío del pueblo se trasladó a su página de inicio y hasta fueron
apareciendo grupos en los que te postulaban como la más linda (con suerte), la
más fea, y si salías con alguien corrías dos riesgos: aparecer en un grupo de
parejas populares del pueblo o en uno en que las que codiciaban a tu novio te
publiquen como la más atorranta (por pura envidia, obvio). Gente con quién no
tenía relación me mandaba solicitudes de amistad. No nos saludamos en la calle,
¿por qué tendría que dejarte ser mi amigo en Facebook? ¿Para chusmear mis
publicaciones? No, gracias.
Sin embargo, no todos
se daban cuenta de esto. O sí, y lo disfrutaban (mm... suena masoquista).
Empecé a ver que mucha gente se enamoraba de esta nueva forma de estar al tanto
de todo. Pasaban horas y horas enterándose de la vida de los demás, riéndose de
algún pobre cornudo, poniéndole “te amo” en el muro a gente que jamás
soportaron y hasta cargar a profesores terminando con el respeto que alguna vez
le tuvieron.
Mi vida cotidiana
empezó a ser etiquetada en sus páginas. En charlas cara a cara me han llegado a
contestar “me gusta” o “hazte fan” como sinónimo de aceptación de lo que estaba
diciendo. ¡Una locura!
A lo mejor, podríamos
pensar acerca de lo que éste presenta cada día como un claro reflejo de nuestra
realidad: pérdida de valores, deformación de nuestra conciencia, el agrado de
pasar horas haciendo nada en lugar de estudiar u otra actividad que resulte
productiva para nosotros y para la sociedad, entre otras cosas. Ojo, no estoy
diciendo que no haya que usar estas tecnologías y pasemos a ser una especie de
comunidad menonita.
Colapsé cuando mi
papá se abrió una cuenta. Mamá también tenía, pero no se llevaba muy bien con
ella. En cambio, papá pasaba todo el día chusmeando y comentando publicaciones
ajenas. Él decía que lo usaba para hacer política con los jóvenes (siempre
estuvo metido en eso), pero se le iba la mano. Empezó a enterarse dónde, cómo y
cuando me juntaba con mis amigas, si tomaba o no alcohol, si fumaba o no, entre
otras cosas. Ahí me cansé y me fui. Era como si la gente intentara salir diez
puntos en las fotos y mostrarse de una manera distinta, obviamente mejorada, a
lo que realmente era. Todo parecía color de rosa, y ver que en la realidad era
sólo para caer bien, me deprimía. Iba en busca de la intimidad que había
perdido.
Intenté volver
después de un tiempo. De hecho lo volví a abrir varias veces. Estaba en mi
último año de secundaria y quería participar de las publicaciones en que mis
compañeros comentaban las fotos del curso y confesaban cuánto nos íbamos a
extrañar al año siguiente. Las charlas se basaban en eso, y estar afuera hacía
aún más engorroso mi tiempo en el colegio. Sí, volví, fui en contra de mis
principios. Comenté varias cosas, me festejaron haber reaparecido, y me cansé
otra vez. A lo mejor soy yo, pero Facebook me lastima. Me invade. Me enrosca.
Siento como si alguien me estuviera mintiendo y manipulando constantemente.
¿Cómo hacen ellos para sobrevivir y disfrutar?
Lo más triste es que,
leyendo artículos en diarios y revistas, descubrí que ésta y otras redes habían
causado problemas en parejas de adultos, matrimonios, convirtiendo a éstos en
una especie de adolescentes que juegan a ser infieles. Puedo entender (pero no
aceptar) que haya atrapado a los adolescentes por atravesar ese frágil proceso
en que buscamos formar nuestra identidad y corremos tras la novedad. Pero
esperaba otra cosa de los adultos, gente que debería ser madura, responsable,
seria, confiable, entre tantas otras cosas para darnos el ejemplo.
Esto es parte de la
costumbre que tenemos de aceptar todo como nos lo plantean. No hay necesidad de
contradecir, pero de una postura A y una B, puede surgir C. Podríamos poner las
neuronas en funcionamiento, ¿no? Es más, yo tengo e intento buscarle el
lado positivo y no engancharme en lo negativo.
Por ejemplo, chateo y recibo fotos de mis hermanitas ahora que estoy lejos. Es
como todo: hay formas y formas de usarlas.
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