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miércoles, 5 de febrero de 2014

FACEBOOK, LA SERPIENTE DEL PARAISO CONTEMPORÁNEO, por Malena Lorenzo, de General Villegas, Argentina

Por las noches revientan las redes, es todo tan superficial. ¿Cómo hacer para escapar? no hay respiro en este lugar”. Algo Personal – Cadena Perpetua.

Cinco años atrás, decidí abrir por primera vez una cuenta en Facebook, una de las redes sociales más usadas del mundo. Estaba de novia, él lo había descubierto y me propuso entrar para dejarnos mensajitos amorosos (“sticky notes” – ya no existen-), y otro tipo de pavadas en el muro.
Con el tiempo se fue agregando gente y Facebook fue cambiando. Pasó de ser una forma de comunicarse a una especie de catálogo en el que clasificas para buscar novio o affairs de una noche (para ser sutil) y amistades construidas de aire. El chusmerío del pueblo se trasladó a su página de inicio y hasta fueron apareciendo grupos en los que te postulaban como la más linda (con suerte), la más fea, y si salías con alguien corrías dos riesgos: aparecer en un grupo de parejas populares del pueblo o en uno en que las que codiciaban a tu novio te publiquen como la más atorranta (por pura envidia, obvio). Gente con quién no tenía relación me mandaba solicitudes de amistad. No nos saludamos en la calle, ¿por qué tendría que dejarte ser mi amigo en Facebook? ¿Para chusmear mis publicaciones? No, gracias. 

Sin embargo, no todos se daban cuenta de esto. O sí, y lo disfrutaban (mm... suena masoquista). Empecé a ver que mucha gente se enamoraba de esta nueva forma de estar al tanto de todo. Pasaban horas y horas enterándose de la vida de los demás, riéndose de algún pobre cornudo, poniéndole “te amo” en el muro a gente que jamás soportaron y hasta cargar a profesores terminando con el respeto que alguna vez le tuvieron.
Mi vida cotidiana empezó a ser etiquetada en sus páginas. En charlas cara a cara me han llegado a contestar “me gusta” o “hazte fan” como sinónimo de aceptación de lo que estaba diciendo. ¡Una locura!
A lo mejor, podríamos pensar acerca de lo que éste presenta cada día como un claro reflejo de nuestra realidad: pérdida de valores, deformación de nuestra conciencia, el agrado de pasar horas haciendo nada en lugar de estudiar u otra actividad que resulte productiva para nosotros y para la sociedad, entre otras cosas. Ojo, no estoy diciendo que no haya que usar estas tecnologías y pasemos a ser una especie de comunidad menonita.
Colapsé cuando mi papá se abrió una cuenta. Mamá también tenía, pero no se llevaba muy bien con ella. En cambio, papá pasaba todo el día chusmeando y comentando publicaciones ajenas. Él decía que lo usaba para hacer política con los jóvenes (siempre estuvo metido en eso), pero se le iba la mano. Empezó a enterarse dónde, cómo y cuando me juntaba con mis amigas, si tomaba o no alcohol, si fumaba o no, entre otras cosas. Ahí me cansé y me fui. Era como si la gente intentara salir diez puntos en las fotos y mostrarse de una manera distinta, obviamente mejorada, a lo que realmente era. Todo parecía color de rosa, y ver que en la realidad era sólo para caer bien, me deprimía. Iba en busca de la intimidad que había perdido.
Intenté volver después de un tiempo. De hecho lo volví a abrir varias veces. Estaba en mi último año de secundaria y quería participar de las publicaciones en que mis compañeros comentaban las fotos del curso y confesaban cuánto nos íbamos a extrañar al año siguiente. Las charlas se basaban en eso, y estar afuera hacía aún más engorroso mi tiempo en el colegio. Sí, volví, fui en contra de mis principios. Comenté varias cosas, me festejaron haber reaparecido, y me cansé otra vez. A lo mejor soy yo, pero Facebook me lastima. Me invade. Me enrosca. Siento como si alguien me estuviera mintiendo y manipulando constantemente. ¿Cómo hacen ellos para sobrevivir y disfrutar?
Lo más triste es que, leyendo artículos en diarios y revistas, descubrí que ésta y otras redes habían causado problemas en parejas de adultos, matrimonios, convirtiendo a éstos en una especie de adolescentes que juegan a ser infieles. Puedo entender (pero no aceptar) que haya atrapado a los adolescentes por atravesar ese frágil proceso en que buscamos formar nuestra identidad y corremos tras la novedad. Pero esperaba otra cosa de los adultos, gente que debería ser madura, responsable, seria, confiable, entre tantas otras cosas para darnos el ejemplo.
Esto es parte de la costumbre que tenemos de aceptar todo como nos lo plantean. No hay necesidad de contradecir, pero de una postura A y una B, puede surgir C. Podríamos poner las neuronas en funcionamiento, ¿no?  Es más, yo tengo e intento buscarle el lado positivo y no engancharme en lo negativo. Por ejemplo, chateo y recibo fotos de mis hermanitas ahora que estoy lejos. Es como todo: hay formas y formas de usarlas.

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