Daba
lo mismo que fuese el último modelo de televisor inteligente o una
afeitadora a pilas. El dedicaba varias horas o incluso días a
desentrañar cada línea del manual de uso. Le gustaba calibrar las
piezas, comprobar sus movimientos y evaluar cada proceso, desde el
procedimiento para subtitular la programación en coreano o thai a la
colocación de un accesorio para cortar las patillas. Todo le
provocaba idéntica fascinación.Podía quedarse prendado de
cualquier prodigio de la electrónica y un microchip era para él un
objeto de características sacras.
Durante
años dedicó buena parte de su sueldo para equipar su casa con las
últimas novedades en tecnología. Electrodomésticos para los usos
más diversos, dispositivos para comunicarse , escuchar música o
entretenerse. No había ninguno que no lo sedujese. Que no le
provocase una madrugada de insomnio, el rostro expuesto a la luz
azulada de su pantalla.
Pero
nunca era suficiente. Siempre había un nuevo dispositivo que
prometía simplificarle la vida, conectarlo con el universo y sumarlo
al primer mundo. Llegó a comprar chucherías cuya utilidad jamás
logró desentrañar, artefactos con cable que su mujer hacía
desaparecer para hacer espacio en la casa y armatostes que terminaron
desplazando al resto de su familia.
Su
mujer se fue después de que mojó un amplificador de señal de wifi,
mientras regaba un helecho. Se asustó de sus gritos de ira y
prefirió dejarlo con sus pasiones eléctricas. lo de los chicos fue
paulatino. La mayor se mudó con el novio. La del medio consiguió
una beca en Nueva York y el más chico se mudó con la madre para
estar más cerca de la Facultad. Después de un tiempo, sus hijos
dejaron de visitarlo hartos de buscar su mirada que se perdía en los
mensajes del celular.
Los
vecinos apenas lo veían salvo el portero de un edificio vecino que
solía llegar a a instalar algún nuevo artefacto. Alguien contó que
compraba comida hecha para comer a la luz de la pantalla pero como no
recibía visitas nadie fue capaz de confirmarlo. Notaron su ausencia
en un verano caluroso, después de un corte que duró varios días y
movilizó a los vecinos indignados de la ciudad. Tuvieron que
insistir para que la familia se acercase porque aseguraban que
estaría entretenido con algún nuevo juguete. Lo encontraron rígido,
sobre el sillón del living, aferrado al control remoto. El médico
dijo que su corazón no había podido resistir.
Es un tanta exagerada una conducta así pero entiendo que alguien tenga gusto por la tecnología. Y lo de mojar un amplificador por regar un helecho, no merece semejante ira, pero es algo digno de un descontento.
ResponderEliminarClaro que hay una cuestión adictiva. Pero los cortes de luces son algo tan frustrantes, para producir iras.
Bien contado el relato.