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viernes, 5 de junio de 2015

RESACA, por Vicente Adelantado Soriano, de Valencia, España

Es posible encontrar un país, como se cuenta de Creta, sin animales salvajes, pero un Estado que no produzca envidia, celo o rivalidad, pasiones que son las más capaces de engendrar la enemistad, hasta ahora no ha existido.
Plutarco. Cómo sacar provecho de los enemigos

Una de las cosas malas, terribles, de hacerse mayor, de envejecer, es que se pierden muchas facultades físicas, o estas, tras un día de duro trabajo, precisan de mucho más tiempo que antes para recuperarse. A cierta edad resulta casi imposible seguir leyendo por la noche, después de cenar, tras haber estado todo el santo día con la vista fija en los libros o en el ordenador. Esta imposibilidad me ha hecho recordar a un maestro ocasional que tuve en mi adolescencia. Decía el tal maestro que el hombre debería nacer teniendo ochenta o noventa años, y morir al llegar a la fecha en la que tenía que haber nacido, de bebé. Él lo decía porque, de esta forma, el hombre, posiblemente, no haría tantas tonterías ni estupideces como hace cuando es un joven sin experiencia. Para eso el hombre, aparte de nacer teniendo noventa años, supongamos, también debería hacerlo con toda la experiencia del anciano. Es para pensarlo; aunque lo que a mí me gustaría es tener, dejando la posible sabiduría de lado, la buena vista que tenía a los 18 ó 20 años. Es eso lo que le pediría a Mefistófeles, caso de que este se me presentara en mi habitación, que no el amor de una posible Margarita que, la verdad, no me importa poco ni mucho. Además, el ser mayor no es sinónimo, como hemos visto, de cordura y sensatez.

Como quiera que Mefistófeles no se ocupa de personas de cuarta o quinta fila, y como quiera que ya no soy joven, y no camino hacia la infancia, la vista se me cansa muchísimo. Tanto que me resulta imposible leer por la noche. Entonces, y para castigar mi salud mental, suelo leer los periódicos en el ordenador: hacerlo en este medio me permite elegir el tamaño de la letra, descomunal en mi caso. También puede situarme frente a un televisor un tanto gigantesco que me compré no ha mucho. Ambas cosas me han servido para percatarme de las muchas estupideces que ciertas personas son capaces de decir y escribir para llegar o mantenerse en el poder. Leer los periódicos, en épocas de elecciones, o ver la televisión, requiere de un esfuerzo más ímprobo que leer con luz artificial siendo medio ciego. No sé hasta qué punto los medios de información son culpables de la situación; pero parece que estos siempre van detrás de quien más tonterías o estupideces dice en busca del voto. Lo tienen muy fácil, desde luego, pues parece que la profesión de político, en este país, sólo la cogen los tontos de la clase, sin ánimo de ofender a nadie. Ya se ofenden bastante entre ellos, y nos ofenden a nosotros, pobres lectores o espectadores, a los que siempre juzgan tan ignorantes como ellos, diciendo y haciendo sandeces varias y en gran número.
Incapaz, pues, de leer libros, por las noches o leía los periódicos o veía mi gigantesca televisión. Sin embargo no tardaba ni cinco minutos en apagarlo todo, colocarme los auriculares del otro aparato, y relajarme con la música de Mozart, Biber, Haydn o quien tocara. Así, en la oscuridad, se me apaciguaba el corazón y descansas la atribulada alma.
No recuerdo quién dijo que este es un país de bestias y maleducados. Cuando lo oí me pareció un poco exagerado; pero la verdad es que viendo los debates en la televisión, todos chillando, hablando al mismo tiempo, increpándose, gritando, me parece que quien hizo semejante afirmación todavía se quedó un poco corto. Me hizo gracia recordar que el amigo de cierto dramaturgo inglés escribiera su autobiografía y la titulara Setenta años entre bestias. A veces me dan ganas de imitarlo. Pero todavía me faltan unos años. Todo se andará.
Estaba esperando, pues, que pasaran las elecciones para ver alguna película en la televisión o leer algún artículo interesante en algún periódico que no hablara de los políticos más impresentables del país o de la impagable corrupción. Pero terminadas las elecciones, llegó la resaca. Y vuelta a las necedades y a la persecución del político más necio del planeta, con el cual se llenaban todos las televisiones y todos los periódicos. Y vuelta, cómo no, a las necedades. Aunque esta vez supusieron, para mí, una cierta intriga. Y más recuerdos: aquel maestro que decía que deberíamos nacer teniendo noventa años, también nos dijo que al hombre se lo conoce en la mesa y en el juego. Vino a esto a cuento de que, un día, tres o cuatro compañeros, jugando en el patio a los chinos, se enzarzaron entre ellos acusándose de hacer trampas. Y de las acusaciones llegaron a las manos. Sentenció el buen maestro que una persona educada debe saber encajar la derrota. Y la victoria quien ha ganado.
Nos dijo que, muchas veces, no estaban los tiempos para ser más explícito, el perdedor, o quien ha ganado porque tiene la fuerza pero no la razón, como le había sucedido a nuestro compañero, tira mano del insulto o del miedo para asegurar lo que tiene o denigrar a quien, presumiblemente, se lo ha arrebatado. Y cierto es, tras las elecciones, los que han perdido, aunque según ellos han ganado, no han hecho sino descalificar a los que han perdido pero que les han arrebatado el poder. Han sido unas descalificaciones tan burdas y absurdas que, a menudo, me he preguntado si la gente las entendía. Alguien, perdedor, ha dicho que los ganadores iban a formar soviets en las capitales gobernadas por las nuevas fuerzas emergentes. Y yo le pregunté a un amigo profesor si la gente joven sabe qué es un soviet. Se rió. “Por no saber,” me dijo, “no saben ni quién fue Franco. Mucho menos Lenin o Stalin, o Pío Baroja si me apuras”, añadió.
“Es todo una enorme mentira” -siguió-. “Hace tiempo, lo recordarás, estuvimos hablando de la importancia que iba a tener la reválida en los estudios de los alumnos. Yo me opuse a ella, y tuve serias discusiones con gente que en su vida ha entrado en una aula. Dije, y lo repito, que no tiene sentido una reválida hecha en el mismo colegio, y por los mismos profesores con los que estudia el alumno. Y dicho y hecho: el otro día se hace la reválida en primaria. Y llega el mensaje, al colegio, de que los colegios que no obtengan una cierta puntuación, perderán el concierto. Como te imaginarás las notas han sido excelentes, aun sabiendo que todo era mentira: si les quitan los conciertos a los colegios, el estado se vería obligado a hacer institutos; y teniendo en cuenta que se han gastado todo el dinero en mordidas, chantajes, sobornos, parques temáticos, fórmulas 1, juergas y demás, es imposible que compren ladrillos ni para hacer una pared. Como decía Heráclito, el hombre necio suele asustarse por cualquier palabra. Pero aun así, han hecho bien los colegios en falsificar e hinchar las notas. La reválida ha servido para dar más faena a los castigados profesores”.
Así, pues, unos falsifican las notas, y otros tratan de asustarnos con la llegado del demonio o los soviets. En el primer caso, ya lo sabemos, supone la pérdida de un concierto para un colegio. En el segundo, cuando hablan ciertas personas, la pérdida de contratos millonarios tal vez para hacerse campos de golf con dinero público. A todos estos no parece importarles ni poco ni mucho la extendidísima corrupción política. “Es inevitable” nos dicen. Eso sí, se pueden evitar a los comunistas y a los soviets, pero no a los corruptos. Me reí. Me reí mucho, pues estos personajillos me trajeron a la memoria el juicio del Sancho cuando es nombrado gobernador de la Ínsula Barataria: hace que el porquero, con perdón, le de un bolsillo con dinero a la mujer que sostiene que ha sido forzada por él en medio del campo. Luego, cuando ella ha salido de la sala del juicio, Sancho manda al porquero, con perdón, que le quite el dinero a la taimada fémina. Pero esta lleva al porquero, con perdón, ante Sancho. Por supuesto que este no ha conseguido arrebatarle el dinero, le contesta a Sancho. A lo cual replica este algo que se podían aplicar muchos de los que van por ahí asustando al personal, ya que no hicieron nada ni ante el saqueo sistemático de las arcas, ni en otras situaciones mucho peores:
“-Hermana mía, si el mismo aliento y valor que habéis mostrado para defender esta bolsa le mostráredes, y aun la mitad menos, para defender vuestro cuerpo, las fuerzas de Hércules no os hicieran falta. Andad con Dios, y mucho de enhoramala, y no paréis en toda esta ínsula ni en seis leguas a la redonda, so pena de doscientos azotes. ¡Andad luego, digo churrillera, desvergonzada y embaidora!”[1]
Es la consecuencia de tomar al contrincante por más necio de lo que, tal vez, es. Y es que no hay nada como leer a los clásicos. No hay nada peor, por lo tanto, que ser ciego antes los libros. O citarlos por ojos de terceros. Pero vendrá un nuevo día, saldrá el sol y medraremos todos. O, al menos, algunos podremos seguir leyendo. Es una de las grandes alegrías de esta puñetera vida. Mientras, todavía resuenan las voces de la churrillera insultando a Sancho. Aunque, cosas de la época, a esta ni se le ocurrió entonces acusar al bueno del gobernador de estar amparando a violadores, ni de tener la mira puesta en la creación de una secta dedicada a violar a zagalas y monjas en horario escolar para disfrute de los niños. Hoy Sancho no se hubiera librado de tal acusación. Seguro.


[1]        Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, II parte, capi. XLV

1 comentario:

  1. No poder leer libros es una maldición que sufrió Borges.
    Muy interesantes planteos, como lo de que ser mayor no implica necesariamente ser más sensato.

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