Es posible encontrar un país, como se cuenta de
Creta, sin animales salvajes, pero un Estado que no produzca envidia, celo o
rivalidad, pasiones que son las más capaces de engendrar la enemistad, hasta
ahora no ha existido.
Plutarco.
Cómo sacar provecho de los enemigos
Una de las cosas malas, terribles, de hacerse
mayor, de envejecer, es que se pierden muchas facultades físicas, o estas, tras
un día de duro trabajo, precisan de mucho más tiempo que antes para recuperarse.
A cierta edad resulta casi imposible seguir leyendo por la noche, después de
cenar, tras haber estado todo el santo día con la vista fija en los libros o en
el ordenador. Esta imposibilidad me ha hecho recordar a un maestro ocasional
que tuve en mi adolescencia. Decía el tal maestro que el hombre debería nacer
teniendo ochenta o noventa años, y morir al llegar a la fecha en la que tenía
que haber nacido, de bebé. Él lo decía porque, de esta forma, el hombre,
posiblemente, no haría tantas tonterías ni estupideces como hace cuando es un
joven sin experiencia. Para eso el hombre, aparte de nacer teniendo noventa
años, supongamos, también debería hacerlo con toda la experiencia del anciano.
Es para pensarlo; aunque lo que a mí me gustaría es tener, dejando la posible
sabiduría de lado, la buena vista que tenía a los 18 ó 20 años. Es eso lo que
le pediría a Mefistófeles, caso de que este se me presentara en mi habitación,
que no el amor de una posible Margarita que, la verdad, no me importa poco ni
mucho. Además, el ser mayor no es sinónimo, como hemos visto, de cordura y
sensatez.
Como quiera que Mefistófeles no se ocupa de
personas de cuarta o quinta fila, y como quiera que ya no soy joven, y no
camino hacia la infancia, la vista se me cansa muchísimo. Tanto que me resulta
imposible leer por la noche. Entonces, y para castigar mi salud mental, suelo
leer los periódicos en el ordenador: hacerlo en este medio me permite elegir el
tamaño de la letra, descomunal en mi caso. También puede situarme frente a un
televisor un tanto gigantesco que me compré no ha mucho. Ambas cosas me han
servido para percatarme de las muchas estupideces que ciertas personas son
capaces de decir y escribir para llegar o mantenerse en el poder. Leer los
periódicos, en épocas de elecciones, o ver la televisión, requiere de un
esfuerzo más ímprobo que leer con luz artificial siendo medio ciego. No sé
hasta qué punto los medios de información son culpables de la situación; pero
parece que estos siempre van detrás de quien más tonterías o estupideces dice
en busca del voto. Lo tienen muy fácil, desde luego, pues parece que la
profesión de político, en este país, sólo la cogen los tontos de la clase, sin
ánimo de ofender a nadie. Ya se ofenden bastante entre ellos, y nos ofenden a
nosotros, pobres lectores o espectadores, a los que siempre juzgan tan
ignorantes como ellos, diciendo y haciendo sandeces varias y en gran número.
Incapaz, pues, de leer libros, por las noches o
leía los periódicos o veía mi gigantesca televisión. Sin embargo no tardaba ni
cinco minutos en apagarlo todo, colocarme los auriculares del otro aparato, y
relajarme con la música de Mozart, Biber, Haydn o quien tocara. Así, en la
oscuridad, se me apaciguaba el corazón y descansas la atribulada alma.
No recuerdo quién dijo que este es un país de
bestias y maleducados. Cuando lo oí me pareció un poco exagerado; pero la
verdad es que viendo los debates en la televisión, todos chillando, hablando al
mismo tiempo, increpándose, gritando, me parece que quien hizo semejante
afirmación todavía se quedó un poco corto. Me hizo gracia recordar que el amigo
de cierto dramaturgo inglés escribiera su autobiografía y la titulara Setenta
años entre bestias. A veces me dan ganas de imitarlo. Pero todavía me
faltan unos años. Todo se andará.
Estaba esperando, pues, que pasaran las
elecciones para ver alguna película en la televisión o leer algún artículo
interesante en algún periódico que no hablara de los políticos más
impresentables del país o de la impagable corrupción. Pero terminadas las elecciones,
llegó la resaca. Y vuelta a las necedades y a la persecución del político más
necio del planeta, con el cual se llenaban todos las televisiones y todos los
periódicos. Y vuelta, cómo no, a las necedades. Aunque esta vez supusieron,
para mí, una cierta intriga. Y más recuerdos: aquel maestro que decía que
deberíamos nacer teniendo noventa años, también nos dijo que al hombre se lo
conoce en la mesa y en el juego. Vino a esto a cuento de que, un día, tres o
cuatro compañeros, jugando en el patio a los chinos, se enzarzaron entre ellos
acusándose de hacer trampas. Y de las acusaciones llegaron a las manos.
Sentenció el buen maestro que una persona educada debe saber encajar la
derrota. Y la victoria quien ha ganado.
Nos dijo que, muchas veces, no estaban los
tiempos para ser más explícito, el perdedor, o quien ha ganado porque tiene la
fuerza pero no la razón, como le había sucedido a nuestro compañero, tira mano
del insulto o del miedo para asegurar lo que tiene o denigrar a quien,
presumiblemente, se lo ha arrebatado. Y cierto es, tras las elecciones, los que
han perdido, aunque según ellos han ganado, no han hecho sino descalificar a
los que han perdido pero que les han arrebatado el poder. Han sido unas
descalificaciones tan burdas y absurdas que, a menudo, me he preguntado si la
gente las entendía. Alguien, perdedor, ha dicho que los ganadores iban a formar
soviets en las capitales gobernadas por las nuevas fuerzas emergentes. Y yo le
pregunté a un amigo profesor si la gente joven sabe qué es un soviet. Se rió.
“Por no saber,” me dijo, “no saben ni quién fue Franco. Mucho menos Lenin o
Stalin, o Pío Baroja si me apuras”, añadió.
“Es todo una enorme mentira” -siguió-. “Hace
tiempo, lo recordarás, estuvimos hablando de la importancia que iba a tener la
reválida en los estudios de los alumnos. Yo me opuse a ella, y tuve serias
discusiones con gente que en su vida ha entrado en una aula. Dije, y lo repito,
que no tiene sentido una reválida hecha en el mismo colegio, y por los mismos
profesores con los que estudia el alumno. Y dicho y hecho: el otro día se hace
la reválida en primaria. Y llega el mensaje, al colegio, de que los colegios
que no obtengan una cierta puntuación, perderán el concierto. Como te
imaginarás las notas han sido excelentes, aun sabiendo que todo era mentira: si
les quitan los conciertos a los colegios, el estado se vería obligado a hacer
institutos; y teniendo en cuenta que se han gastado todo el dinero en mordidas,
chantajes, sobornos, parques temáticos, fórmulas 1, juergas y demás, es imposible
que compren ladrillos ni para hacer una pared. Como decía Heráclito, el hombre
necio suele asustarse por cualquier palabra. Pero aun así, han hecho bien los
colegios en falsificar e hinchar las notas. La reválida ha servido para dar más
faena a los castigados profesores”.
Así, pues, unos falsifican las notas, y otros
tratan de asustarnos con la llegado del demonio o los soviets. En el primer
caso, ya lo sabemos, supone la pérdida de un concierto para un colegio. En el
segundo, cuando hablan ciertas personas, la pérdida de contratos millonarios
tal vez para hacerse campos de golf con dinero público. A todos estos no parece
importarles ni poco ni mucho la extendidísima corrupción política. “Es
inevitable” nos dicen. Eso sí, se pueden evitar a los comunistas y a los
soviets, pero no a los corruptos. Me reí. Me reí mucho, pues estos
personajillos me trajeron a la memoria el juicio del Sancho cuando es nombrado
gobernador de la Ínsula Barataria: hace que el porquero, con perdón, le de un
bolsillo con dinero a la mujer que sostiene que ha sido forzada por él en medio
del campo. Luego, cuando ella ha salido de la sala del juicio, Sancho manda al
porquero, con perdón, que le quite el dinero a la taimada fémina. Pero esta
lleva al porquero, con perdón, ante Sancho. Por supuesto que este no ha
conseguido arrebatarle el dinero, le contesta a Sancho. A lo cual replica este
algo que se podían aplicar muchos de los que van por ahí asustando al personal,
ya que no hicieron nada ni ante el saqueo sistemático de las arcas, ni en otras
situaciones mucho peores:
“-Hermana mía, si el mismo aliento y valor que
habéis mostrado para defender esta bolsa le mostráredes, y aun la mitad menos,
para defender vuestro cuerpo, las fuerzas de Hércules no os hicieran falta.
Andad con Dios, y mucho de enhoramala, y no paréis en toda esta ínsula ni en
seis leguas a la redonda, so pena de doscientos azotes. ¡Andad luego, digo
churrillera, desvergonzada y embaidora!”[1]
Es la consecuencia de tomar al contrincante por
más necio de lo que, tal vez, es. Y es que no hay nada como leer a los
clásicos. No hay nada peor, por lo tanto, que ser ciego antes los libros. O
citarlos por ojos de terceros. Pero vendrá un nuevo día, saldrá el sol y
medraremos todos. O, al menos, algunos podremos seguir leyendo. Es una de las
grandes alegrías de esta puñetera vida. Mientras, todavía resuenan las voces de
la churrillera insultando a Sancho. Aunque, cosas de la época, a esta ni se le
ocurrió entonces acusar al bueno del gobernador de estar amparando a
violadores, ni de tener la mira puesta en la creación de una secta dedicada a
violar a zagalas y monjas en horario escolar para disfrute de los niños. Hoy
Sancho no se hubiera librado de tal acusación. Seguro.
No poder leer libros es una maldición que sufrió Borges.
ResponderEliminarMuy interesantes planteos, como lo de que ser mayor no implica necesariamente ser más sensato.