Amandeline vivía rodeada de silencios y de la biblioteca que su padre le había dejado al morir. Ella buscaba respuestas a la incertidumbre que le provocaban sus fantasías del pasado. Había nacido en Al Mullkallá, Yemen, entre camellos coloniales y los sueños que sus padres cobijaban de volver alguna vez al Somerset de sus infancias. Algunos días leía largas horas, otros hurgaba los folios que había organizado cronológicamente.
Abundaban los manuscritos caóticos sobre temas inexplicables.
Era su madre, Marjorie, quien anotaba todo lo que le llamaba la atención, dándole la misma valoración a la descripción de un clavo oxidado, a recortes de diarios extranjeros, o a la crítica del último libro que había leído. A veces se le hacía dificil leer esa letra apretada, escrita a las corridas. En cambio la escritura de su padre era redonda, clara y carente de interés. El había sido un hombre práctico, tenía el hábito de organizar la vida con innumerables listas. Cuadernos de hombres, cuaderno de las compras de comestibles, cuadernos de viajes...
Hoy, mientras abría un libro, descubrió un recorte de un periódico catalán y en una página suelta, la traducción del mismo. Podía imaginarse a Marjorie caminando debajo de una sombrilla, escondiéndose del sol del Al Mullkallá, bus- cando quien pudiera traducir al inglés el Poema Anónimo, encontrado en el pueblecito de Jafre, del Bajo Ampurdán.*
Oh! Dónde están las hortensias? Dadme las hortensias
Sin ellas moriré de tristeza.
Amandeline lo recitó en voz alta mientras barría el piso de la cocina. Después arregló con violencia los almohadones de las sillas.
Salió para comprar comida, al volver a la casa se dirigió al libro donde había encontrado el poema catalán y comenzó a hojearlo.
Se detuvo a leer las “Instrucciones de cómo cazar una mosca”. Sigues el vuelo de una mosca con la mirada, evitando hacer ningún movimiento para no asustarla. Cuando la mosca se posa sobre una superficie plana, por ejemplo una mesa, extiendes la mano suavemente y la dejas abierta a unos diez centímetros de la misma. Mantienes la mano inerte durante unos diez segundos, (que es el tiempo necesario para que la mosca se confíe) y entonces, lanzas la mano lo más rápido posible hacia la mosca y la cierras cuando sientes las alas golpeando la palma de la mano, así atrapas la mosca.
Ah! conviene no cerrar la mano demasiado fuerte, más bien es necesario dejar un espacio entre los dedos y la palma de la mano, para evitar aplastarla y ensuciarte.
Al pie de la página con tinta color sepia, su madre había escrito “desde entonces antes de ir a la cama cazo una mosca...”
Amandeline no supo qué pensar. Leyó varias veces ‘antes de ir a la cama cazo una mosca’. Una sonrisa de comprensión se fue dibujando lentamente en sus labios.
Llamó por teléfono a uno de sus amantes, cazó una mosca y se metió en la cama a esperarlo con la mosca prisionera en su mano.
Nota del autor:
*Poema descubierto por el filólogo catalán Joaquim Hugas, especialista en poesía del Ampurdán del siglo XVII. Lo descubrió en 1923 mientras estaba recopilando poemas de la zona. Lamentablemente todos sus manuscritos se perdieron durante la Guerra Civil.
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