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jueves, 23 de diciembre de 2010

NO VALE LA PENA VIVIR EN ESTE PAIS ©, por Carlos Alejandro Nahas, de Buenos Aires, Argentina


“- No vale la pena vivir en este país – pensó Alberto cuando se llevó el revólver a la boca y disparó. El negro que se hizo ante sus pupilas desbarató el azulejo verde que tenía enfrente y ya no sintió ningún dolor, ni en el pecho ni en el alma. Nadie reclamó su cuerpo y desde la negrura de sus ojos sin imágenes él tampoco reclamó compasión. “No vale la pena vivir en este país” dijo después de muerto “y ahora estoy mejor”, ratificó desde el abismo.
        Seis años antes Alberto pensó “no vale la pena vivir en este país” cuando el Doctor Ahumada lo llamó a su despacho y le habló de reestructuración, optimización de recursos, antigüedad y cómputo de plazos, después de cuarenta años en la compañía vendiendo pólizas de merda, a empleados de merda como él, en cuotas de merda, para mantener ese alquiler de merda.
       Tres años antes dejó de valer la pena vivir en este país cuando Márgara se fue entre olor a desinfectantes y sondas de mal parido hospital público, porque justamente hacía tres años que no podía pagar más una prepaga. Después de 35 años de acompañarlo se iba de madrugada, mientras Alberto se lavaba los calzones en el piletón del lavadero... lo podrían haber llamado, aún a esa hora, después de haber estado al lado de ella durante más de cuatro meses acompañando su agonía silenciosa y sus sonrisas de malmuriente.
      Dos años antes dejó de valer la pena vivir en este país cuando su único hijo le dijo mirándolo de costado entre el arito de trolo y el jopo violeta que dejaba odontología porque se iba a cagar de hambre... y que además se iba a vivir con Claudio.
      Hace seis meses Alberto pensó nuevamente “no vale la pena vivir en este país” cuando los chinos le vendieron cien de salchichón y estaba medio podrido. Volvió a reclamar y le contestaron “melcadelía lleva, paga, no devuelve don Albelto”
       En septiembre nomás llevó a hacer media suela y taco a los zapatos de charol que tenía para las ocasiones especiales a lo del Tano Zucheire y cuando los fue a retirar se encontró con la novedad que el quía se las había tomado a la mierda dejando muertos por todos lados, con señas aceptadas y tamangos reparados y sin reparar. ¡¡Veinte años en el rioba y nos viene a acostar a todos!! pensó. Y tuvo que ir al casamiento de la Marita con esos mocasines de la época de Martínez de Hoz. Aunque nadie se lo dijo, Alberto supo que sus tarros fueron el comentario de toda la parentela, principalmente de las dos turras de sus hermanas. Con todo eso era lógico que el viejo Beto ratificara su lógica de que no valía la pena vivir en este país.
Dos años y ocho meses tardó en cobrar la jubilación de la compañía cuando finalmente lo llamó el abogado pensó que le daba un síncope de la emoción. Se estaba comiendo los pocos ahorros que le dejaron ir sacando de a puchos y pesificados del corralito. Otro síncope le agarró cuando el cuervo comemierda le hizo la cuenta de lo que le quedaba deducidos sus puñeteros “honorarios”. – No vale la pena vivir en este ispa de merda –

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