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viernes, 26 de agosto de 2011

EL HOMBRE AZUL, por Elizabeth Oliver de Abalos, de Montevideo, Uruguay

Noelia no había logrado conservar consigo a sus seres más queridos. Huérfana desde pequeña, afrontó la vida con el apoyo de su amiga Claudia, luchando juntas para abrirse camino. Pero Claudia se fue apagando en su enfermedad, lentamente, hasta dejarla sola.
Buscó el amor en Julián… y encontró el fracaso. Después de él, ya no volvió a existir como mujer… él la destruyó. Lo amó tanto que apagó su propia luz para dejarlo destacarse… En cambio él… jugó con ese amor hasta la humillación.
Cuando logró asumir la realidad, sin anuncio ni despedida, vestida con el uniforme gris y la blusa de seda blanca, a la hora de ir al trabajo salió de la casa, para no regresar más.
Sola en otra ciudad, con otra gente, en otro empleo… pretendió empezar de nuevo. ¡Qué difícil se le hacía el relacionamiento con las demás personas! Los miedos alojados en ella la sometían, impidiéndole aceptar cualquier esbozo de amistad incipiente, o alejándola de alguna sugestiva mirada masculina.
Con el recuerdo de los afectos perdidos persiguiéndola constantemente  ― e incapaz de afrontar una lucha contra sí misma ― cuando la soledad se le desbordaba en angustia, lloraba largo rato en la oscuridad, mirando la inmensidad del cielo en una callada súplica.
Una noche, el sobresalto al percibir una silueta en la terraza contuvo sus lágrimas. Paralizada, vio un hombre entrando despacio, serenamente, en una actitud que de a poco la fue distendiendo… un hombre azul.
Los ojos de Noelia preguntaron… y él respondió:
― No temas, tú me llamaste.
― ¿Yo…?
― Sí. Deseabas con todas tus fuerzas librarte de tu angustia, de tu soledad… por eso vine.
― Entiendo… estoy imaginándote…
El hombre azul sólo se encogió de hombros y sonrió, con un gesto compasivo.
― Como quieras ― dijo ―, estoy aquí para ayudarte y eso haré. Voy a orientarte para que puedas resolver tus problemas. Sólo es cuestión de disciplina, pero tendrás que colaborar.
Noelia se dejó llevar por la sensación placentera que la había invadido y habló con él naturalmente, dispuesta a disfrutar de su "visión" mientras durara.
― ¿De dónde viene un hombre como tú, que aparece en un séptimo piso como por encanto?
― De un lugar distinto, donde no hay sufrimiento ni dolor, donde elegimos nuestro destino deseando lo que queremos.
― ¡Ah!, “querer es poder”… ¿es ese tu mensaje?
― Es una realidad… sólo tengo que enseñarte  ― le extendió las manos ― empecemos, no tengo demasiado tiempo. Ya lo lograste sin darte cuenta… ahora lo harás voluntariamente. ¿Te gustaría sentirte optimista, alegre, con ganas de divertirte?
― ¡Vaya si me gustaría…!
― Muy bien. Con los ojos cerrados y las yemas de los dedos sobre tus sienes, vas a pensar nada más que en eso, repitiéndolo mentalmente con toda la fuerza que tengas… ¡vamos!, ¡no pienses en nada más!
Noelia obedeció, entusiasmada. Se concentró de tal forma que aquel pensamiento inducido con toda la fuerza de su ser iluminó la expresión de su rostro, transformando su gesto triste en una sonrisa amplia y decidida.
― ¿Ves? ― dijo el hombre azul ― así es como se hace. Ahora disfrutemos el cambio, ¡vamos a salir… a donde haya música… a bailar!
― Me encantaría, pero… ¡la gente se asustaría de ti!
― Eso tiene arreglo, soy azul porque así es como me gusta, puedo cambiar y ser como ustedes en cualquier momento.
Bailaron casi toda la noche. Noelia estaba contenta, feliz. No podía recordar cuándo se había sentido así la última vez. Practicaba cada vez con más empeño, sus progresos eran notorios y el hombre azul la alentaba.
― Cuando regrese ― le dijo ― los míos tendrán que aceptar que trabajar con ustedes y tener éxito es posible… dicen que cualquier otra especie es más racional… voy a demostrarles que no es cierto.
Un tiempo después, el hombre azul decidió que había llegado el momento de la prueba final.
― ¿Qué es lo más importante para ti en este momento, lo que quieras por sobre todas las cosas?
― Encontrar un compañero ― respondió Noelia ― alguien que merezca que lo ame.
― Bien, entonces… ¡a trabajar! Vas a desearlo toda la noche si es necesario, hasta que estés convencida de lograrlo.
A los pocos días, al volver del trabajo, Noelia se dejó caer en el sofá irradiando felicidad. Suspiró y le dijo:
― Él me ama, hombre azul… hoy me lo dijo en la oficina. César… ¡es tan buen mozo!, estuvo esperando hasta ver en mis ojos las ganas de vivir… ¿te das cuenta? Me hubiera gustado tanto poder decirle quién era el responsable de mi cambio… Estoy enamorada… ¡casi no puedo creerlo…! Ahora voy a concentrarme. Desearé que César me ame siempre, que estemos juntos toda la vida…
― No. Se puede desear cualquier cosa, siempre que lograrla dependa de uno mismo… no del otro.
― Entonces… ¿cómo sabré que me dice la verdad?
― No lo sabrás. El tiempo lo dirá. Lo que puedo asegurarte es que ― aunque así fuera ― no sufrirás… Es eso justamente lo que vas a desear ahora con todas tus fuerzas: que nunca sufrirás por él. Y como ya estás en condiciones de hacerlo sola… volveré a casa.
― No te vayas todavía, quiero que lo veas. Mañana voy a traerte una fotografía de todos los empleados… estamos casi juntos en el centro del grupo… por favor…
― Está bien. Mañana. Pero no podré quedarme ni un día más.
Al otro día, el hombre azul la esperaba para despedirse.
― A ver la foto del responsable de tu felicidad… ¿me la vas a mostrar?
Noelia buscó en su cartera… pero no la encontró.
― La habré dejado olvidada en el cajón… ¿será posible?
― No importa, imagino qué buen mozo es… Adiós, Noelia… ya tengo que irme.
― ¿Cómo puedo ser tan tonta? ¡¡Me quiero morir!!
― ¡¡¡Nooo…!!! ¡No… desees... ... ...!
El hombre azul alcanzó a sostenerla cuando se desplomaba, sólo eso pudo hacer. Con el cuerpo inerte de Noelia en sus brazos entró al dormitorio y la dejó sobre la cama. Se quedó un momento mirándola, cerró los ojos y deseó con todas sus fuerzas no sufrir por ella. Salió del cuarto y se dirigió hacia el balcón abierto.
― Tenían razón, es imposible ayudar a los humanos ― pensó ― y desapareció en la inmensidad de la noche.

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