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miércoles, 23 de diciembre de 2020

LOS GORRIONES DE BARRACAS – UN CUENTO DE NAVIDAD -, por Carlos Alejandro Nahas


Cuando se murió mi abuelo Manuel Irene bajo las escaleras de la calle San Antonio con las greñas cubriéndole la cara llena de llanto. Ese fue el momento en que mi padre me contó que se había enamorado perdidamente de ella, y eso que sólo tenía 13 años.

Los años fueron pasando, bailes en Sportivo Pereyra, Sportivo Barracas, Comunicaciones y la relación se fue afianzando, como algo natural, que Dios había creado para ellos dos, como un lazo invisible hecho de bruma azul y futuro violeta. Pasaron los años, se casaron y me tuvieron a mi. Y hasta ahí llegaron. Vivieron en Córdoba y en Buenos Aires, en cuyo departamento se les quiera ocurrir, huyendo de madrugada con cuentas impagas y genuina vergüenza. La vida mucho no los acompañó, no tuvieron suerte ni para hacer plata ni amistades. La familia de él alababa la plata viniera de donde viniera, así fuera con un asalto a un banco, el tema era tener plata. Y si te podían cagar a vos mismo – como le pasó a mi padre en Córdoba con un primo -, lo hacían sin despeinarse. La familia de ella directamente no la tenía ni les interesaba.

No tuvieron muchos amigos de la familia, salvo algún tío pobretón del sur de Buenos Aires que tenía la misma mala suerte que ellos en materia de dinero. El hijo único les compró la única casa que tuvieron ayudados por la Nuera.

No se sabe porque los amigos de toda la vida los fueron dejando, uno a uno. Los que eran como hermanos y los hermanos mismos. Que un cheque rebotado, que el hermano de ella que la amenazó porque tomó partido por la nuera desamparada en territorio hostil, que la misma nuera quién sabe porqué cosas – tal vez triviales, superficiales, incultura maquillada con bótox - también se olvidó de ella. Salvo unos pocos, la mayoría amigos del hijo, nadie los quiso acompañar en sus últimos años de vida. Mi padre murió a los 75, hace 5 años, mi madre este año, a los 81. El amor vino de quienes los conocieron y los trataron los últimos años. No hubo rastro de amor ni de su amiga de la infancia, ni de su cuñada, ni de las familias, ni de sus amigos de antaño, ni de nadie. Apenas sus sobrinos recordando sus dotes de tíos compañeros, deben haber esbozado alguna que otra lágrima. Y los amigos de su hijo y la familia de su nuera. Y pará de contar.

Su hijo y su nuera hicieron todo lo posible por ellos en sus últimos años de vida. Pero la suerte estaba echada y el calendario es negro e implacable.

Para ellos todo mi amor. Es mi resumen de este año lleno de egoísmos y altruismos. Es mi resumen de un año que no fue. Fue y no. Un “hiato” entre dos años.

Calculo como creyente que soy que estarán juntos, amándose por toda la eternidad, al lado de sus amigos de la vida, Piruco, Cacho Mammone, Marta y tantas otras personas que me olvido. En cuanto a los “desatentos”, “olvidadizos” o como los quieran llamar, no se eludan , que ya les llegará su tiempo. No me cabe duda que no compartirán el mismo lugar. El olvido , el egoísmo  y la falta de misericordia son los peores pecados que Dios dejó en esta tierra.

En cuanto a Carlos Domingo e Irene, todo mi amor y la promesa que dentro de mucho tiempo estaremos todos juntos, conmigo, mi esposa, el Negro, Juan, Cata, Orlando, Néstor, sus nietos y miles más. Pero pará de contar, que Dios es omnisciente pero no boludo. Ustedes – sorry por la franqueza – estarán en otro lugar, muy diferente. Qué costaba una llamada no? Creen sinceramente que una llamada a tiempo a una persona sola y desamparada vale más que una “indulgencia Plenaria”?. Como decía Discépolo “a mi no me la vas a contar, mordisquito...”

Que Dios bendiga mi mesa y de los que me acompañaran esta noche. Los buenos se huelen, pero los malos ... también.


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