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jueves, 15 de septiembre de 2011

PADRE ©, por Carlos Alejandro Nahas, de Buenos Aires, Argentina

Carlos Domingo Nahas, Campo de Mayo, 1960


Un padre no nace, se hace.
Por eso, para “hacerme” yo padre, tomé de esta persona ciertas pautas básicas, premisas. “Una hoja de ruta”, se diría hoy.
Un padre procura hacer a su hijo de su cuadro de fútbol. Si sale fanático, mejor. Lo lleva al estadio no menos de cinco veces en la vida, pero no más de diez. El justo término medio. Suficientemente fogueado como para que, por ejemplo, en una animada reunión no pase papelones diciendo “- ¿Pancho Sá? ¿Qué significa? ¿Sociedad Anónima? –“ Pero tampoco tan experimentado como para que una bengala tarambana tronche las ilusiones del padre y la vida del vástago. Es así la fórmula. Diez veces. Y de ser posible, que alguna vez esté Maradona, que vale por otras cien.

Otra cosa que debe hacer un buen padre es armarle un barrilete al hijo. Con papel y medias cañas. Aunque a la vuelta vendan cometas más grandes y a cinco pesos. Nunca serán tan lindas ni tendrán cola de trapos viejos.
Debe comprarle a su hijo aviones de aeromodelismo para armar... Aunque se le peguen los dedos con esa goma de mierda y para sacársela deba recurrir a una intervención quirúrgica y quedar sin huellas digitales.
Dígale también: “- El que pega primero pega dos veces –“, cuando venga con un ojo en compota por una pelea callejera. Más que un consejo de defensa personal será un consejo de vida.
Llévelo a pescar... aunque no le guste. Le servirá para enseñarle que nadie se gana la vida “pescando”.
Enséñele a jugar a tenis... Y después ¡gánele sin culpas! Así aprenderá que cuando uno cree que comienza a saber de algo... Todavía no sabe nada. Y que siempre se empieza de vuelta.
¡Exíjale! Si su hijo trae a casa un “9” pregúntele en qué falló. Si es de buena madera aprenderá a superarse constantemente. Si no... Por lo menos lo ayudará a corregir sus limitaciones.
Enséñele a aprenderse de memoria todas y cada una de las capitales del globo... Si un día su hijo tiene la suerte de viajar por el mundo, cuando visite alguno de esos lugares se acordará de su padre. Y si no, cuando en un cóctel la gente hable de Copenhague su hijo no dirá estúpidamente: “- ¡Ah, no! A mí esa actriz no me gusta –“
Enséñele a leer, a escribir, a gustar de Salgari y a emocionarse con Verne. Que juegue al ajedrez y sepa nadar. Y cada tanto pregúntele si le tocó las tetas a la novia... como de costumbre: ni tanto ni tan poco, el justo término medio dentro de la pasión y la desmesura.
Y por sobre todas las cosas: enséñele a soñar. Con cosas grandes, no pavadas. Si su hijo quiere juntar estampillas, aliéntelo. Pero eso sí: ¡que sea el mayor coleccionista del país! Los sueños que le inculque no deben ser tonteras. Un buen padre debe crear en su hijo sueños de inmortalidad, de grandeza, de perennidad. Que sea Presidente, y el mejor que jamás tuvo el país. O un abogado brillante, el mejor. Que siga comercio exterior, derecho informático o astronomía. Pero que sea el mejor. Y aunque su apellido sea Pérez, que sea conocido generación tras generación como el único y grandioso Pérez. Si su apellido es de origen oriental y de difícil pronunciación, las cosas se simplificarán un poco.
El padre que describo es especial. Tal vez el mejor padre que conocí jamás. Que me enseñó que la fuerza de voluntad lo puede todo. Que me podrán cerrar la cuenta, embargar la lancha y llevarse el cuchillo eléctrico. Pero que hay ciertas cosas que nunca se pierden: el apellido, el honor, la hombría de bien, la profesión, los títulos, la ambición, el amor por la familia y la lealtad con los amigos. Cosas simples y sagradas. Nada más y nada menos.
A ese padre cuando chico lo admiraba desde abajo, con mi cuello hacia arriba y mis manos extendidas pidiendo upa. Luego descubrí sus defectos y sus mañas y lo miré a los ojos. Cuando me di cuenta que sus humanidades y flaquezas eran iguales a las mías, volví a mirarlo desde abajo y a extender mis brazos para estrecharlo en un abrazo. Cuando tengo un problema, también le pido upa. Y él, como siempre, me alza.
El hombre del que les hablo es el mejor vendedor del mundo. Es un vendedor de sueños, profesional, descendiente de milenarios mercaderes orientales. Se podría decir que es vendedor por “genética ancestral” Y es capaz de vender un sapo haciendo creer que es un príncipe. Y el comprador pagará lo que él le pida y se quedará toda la vida besando al sapo, contento, pensando que algún día se romperá el hechizo. Y encima agradecido.
Y él se caerá y levantará una y mil veces, sin jamás perder su magia y magnetismo. Pero lo más importante es que siempre se levanta. Y nada ni nadie lo quebrará.
Si él es el padre, de grandes les enseñará a gustar de cosas simples y refinadas: el tango, la buena comida, el buen vino tinto, el cine y la buena lectura. Y nunca se equivocará en sus juicios de valor. Y cuando se equivoque, lo hará con estilo.
No intenten jugar con él a ningún juego de naipes ¡perderán!
El hombre del que les he hablado es el hombre más increíble y fascinante del mundo. Por añadidura, galán. Nada más y nada menos que el mejor padre del mundo. Desde hace varios años también el mejor abuelo del mundo.
Ese hombre, es mi padre. Si quieren, algún día se los presento.

3 comentarios:

  1. ¡Precioso,amigo!
    Ahora me explicó por qué escribe como escribe.
    "Honrar al padre y a la madre" es una de las piedras fundamentales para construir una buena persona.
    Felicite a su padre también por haber sabido inspirar esas palabras.

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  2. Un bonito homaje a tu padre . Enhorabuena a los dos.

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  3. Ramón Cabrera Naveiras17 de septiembre de 2011, 16:48

    Muy bien, de verdad

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