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jueves, 8 de septiembre de 2011

VIAJE A TRAVÉS DE LA CELESTE, por Eva Marabotto, de Buenos Aires, Argentina

Para María Noel, Eliza y Miguel.

Mal día para salir de visita. Lo pensé una y mil veces mientras la ciudad esperaba con ansias el final de la Copa América. Pero mis hijos menores habían decidido pasar unos días en la casa de su abuela y el domingo parecía el día ideal para llevarlos y disfrutar de un almuerzo familiar. Sin otro plan a la vista, Agustina, la mayor, se ofreció a acompañarme.
            Ya en el camino de ida alternamos en la radio del auto la música pop con las emisoras que se dedicaban a los prolegómenos del partido que iban a disputar por la final del torneo Uruguay y Paraguay. El almuerzo transcurrió entre análisis y comentarios futboleros. Alentábamos a Paraguay por más de un motivo. Los guaraníes eran novatos en estas lides y una victoria se nos antojaba una hazaña. Además estaba la eterna rivalidad con Uruguay, desde aquella final del Mundial del ´30 en el estadio Centenario en el cual la garra charrúa supo imponerse y dar vuelta un resultado adverso.
            El día siguiente de la final fue feriado nacional en Uruguay y la Policía tuvo que custodiar la embajada uruguaya en Buenos Aires ya que cientos de porteños enfervorizados, querían incendiarla para vengar la afrenta. Quizás entonces empezó la rivalidad futbolera que le daba un sabor amargo al brillante desempeño de nuestros vecinos de la otra orilla del Plata en la copa disputada en la Argentina.
            En los últimos tiempos, su honroso cuarto puesto en el Mundial de Sudáfrica y la pobre actuación de nuestra escuadra nacional liderada por el más grande, no hicieron más que acrecentar las distancias. Cierto que estaba la historia de las papeleras y los cortes del puente internacional, pero los pueblos suelen entender poco de las rencillas políticas de sus líderes y el tema no movilizó más que a los vecinos más cercanos a las productoras de contaminantes. Pocos argentinos se enfadaron lo suficiente como para dejar de visitar la bella Punta del Este y la pacífica Piriápolis. Ninguno abandonó su pasión por la murga ni las baladas de Jorge Drexler y los poemas de Mario Benedetti.
            Hasta que estalló el culebrón entre una de nuestras bellezas nacionales, y el ídilo del fútbol charrúa. Empezó como un cuento de hadas, y muchos creyeron ver en ese amor la concreción de una alianza entre las dos márgenes del Plata. Pero la historia se fue poblando de monstruos y brujas. Terminó entre lágrimas de la morocha y ácidos comentarios de la corte que los rodeaba. Lo vivimos como una afrenta a todos los argentinos.
            No era un buen día para un triunfo uruguayo pero fue así. El almuerzo se atragantó con los goles charrúas y más de un argentino decidió adelantar la siesta para rumiar la pena y evitar el asombro por la destreza uruguaya.
            Yo tenía que volver a casa y la mayoría de los caminos pasaban cerca del Monumental, el estadio donde había terminado el encuentro. Pasé un buen rato diseñando estrategias para no toparme con la algarabía ajena. No tenía ninguna gana de cruzarme con los fanáticos celestes festejando a mi paso.
            Esquivé el Acceso Norte y elegí Libertador. Con Agustina como copiloto pusimos buena música para ir tarareando y olvidar la felicidad de nuestros rivales de siempre.  Fieles a nuestros gustos, no pudimos evitar elegir la música que más nos gustaba: La Vela puerca, el Cuarteto de Nos y Agarrate Catalina que hacían que murguéasemos aún sin quererlo.
            Fue cruzar la General Paz y empezar a ver algunas banderas con rayas y soles. Evaluamos la posibilidad de buscar otro camino, pero no nos orientábamos demasiado a un lado de las vías del Mitre, y pensamos que con sólo acelerar podríamos escapar del festejo oriental. En pocas cuadras  ya eran legiones de familias con chicos, hermanos y amigos llegados desde la otra orilla con camisetas, banderines y las caras pintadas de celeste.
            Subimos la ventanilla, para no juntarnos con la chusma y nos dedicamos a observar detrás del vidrio el zoológico humano que saltaba al grito de "U-ru-guay", y "Vamo´la Celeste". El auto prácticamente no podía avanzar ya que la marea humana se detenía frente a él para ensayar cabriolas o algun paso de candombe.Nosotras, impávidas, escuchando música y comentando las respectivas agendas del día siguiente.

            A la altura de GEBA las banderas ya colgaban de los colectivos que habían sido tomados por los hinchas charrúas. En las esquinas, improvisaban un picnic sin productos Conaprole e ideaban estrategias para pasar la noche a la intemperie, conseguir un compatriota que los alcanzase o conseguir un lugar en alguno de los ferrys de la noche. Para ese entonces las dos disimulábamos nuestra emoción y hacíamos fuerzas para no sumarnos a la algarabía.
            Agus fue la primera: "Qué querés que te diga! Me emocionan... Si yo los quiero". Me dio pie para decir lo que sentía: "Claro que sí. Si ganaron bien. Y se lo merecen. Mirá cómo quieren a su paisito". Fue sonreirnos y abrir las ventanillas. Desde un 130 una bandera acariciaba nuestro parabrisas. Agus pudo tocarla con la punta de los dedos y sentirse parte de la fiesta cercana.
            Cuando llegamos al túnel de Libertador la marea humana empezaba  a dispersarse. Nosotras sacábamos medio cuerpo por la ventanilla coreando "U-ru-guay" y siguiendo el ritmo con la bocina. Llegó el túnel, el vértigo y la velocidad. Cuando salimos, pocos hinchas quedaban en la calle. Seguimos solas festejando el triunfo de ellos. Nos habían contagiado su alegría celeste.

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