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miércoles, 15 de febrero de 2012

HIPÓCRITAS, por Vicente Adelantado Soriano, de España


Y ahora he aquí que nosotros mismos somos esclavos, y en la Tierra que tú diste a nuestros padres para que gozaran de sus fiestas y de sus bienes, en ella misma estamos sometidos a esclavitud. Y sus frutos van a parar a los reyes que Tú nos has impuesto por nuestros pecados y que disponen a gusto de nuestros cuerpos y de nuestro ganado. ¡Qué inmensa es nuestra angustia!
Nehemías, 9, 37

¿Esto es España o es algo de otros mundos, de otros planetas, adonde de un puntapié nos ha mandado la mágica Astarté, diosa de los infiernos?
Benito Pérez Galdós, El caballero encantado

Todos cuantos nos dedicamos a la enseñanza hemos comprobado, en algún momento de nuestras vidas, cuánta importancia tiene la mimesis en el aprendizaje. Parece incuestionable que el hombre aprende ciertas habilidades, hábitos y costumbres, porque los ve en las otras personas y los imita. Lo normal, por lo tanto, es deducir que si un alumno es una persona deferente y educada es porque ha vivido eso en su casa. Evidentemente no hay regla que no tenga excepción, así que casi todos conocemos a padres educados y buenas personas a los que el hijo les ha salido todo lo contrario. También se puede dar, se da, la situación inversa: aquella en el que el hijo supera a los padres en trato, modos y educación. Sería arduo averiguar por qué suceden tales cosas, y, desde luego, no es, ahora, nuestro centro de interés. Nos interesa la imitación de comportamientos y maneras por todo cuanto esta actitud supone.
No es que consideremos que la mimesis de por sí sea mala o buena. Depende de lo que se imite; pero aun suponiendo que se imite lo bueno, la mimesis será mucho mejor si va acompañada de un cierto sentido crítico. Y ese es el problema de la educación, o uno de sus problemas al menos, y no el menos grave. Y hay formas de solucionarlo. Lo que no hay es voluntad ni ganas.
No se nos escapa que todo cuanto vamos a decir no se va a tener en cuenta. Por supuesto: hay demasiados intereses creados y excesiva complacencia que, como siempre, deriva en la inactividad, en la pereza o en el camino trillado. No obstante, sería muy interesante que en la ESO se quitaran algunas asignaturas que para nada sirven, y se suplantaran estas por la visión de obras de teatro y de películas, con una temática apropiada a la edad de los alumnos a fin de hacerlos recapacitar, juzgar y criticar lo visto. Y rogaríamos, ya de entrada, o prohibiríamos, que se abstuvieran, los de siempre, de comenzar a rodar películas adaptadas al famoso curriculum: siempre terminan por hacer unas obras estéticamente infumables. Hay, por suerte, suficientes películas y obras de teatro, que se pueden aprovechar, perfectamente, en las clases. Y que podrían ser más efectivas que las conferencias, las charlas y demás. Es fundamental, para ello, hacer debates en las aulas; y que los alumnos den su visión sobre el tema tratado. El alumno en ningún momento tiene que ser el espectador pasivo que sale del paso contestando a cuatro preguntas insustanciales. Ahora bien, pretender que con la visión de diez o quince películas va a cambiar algo, es equivocarse radicalmente: la educación y el sentido crítico no sólo debe estar en la escuela, aunque en ella sea fundamental. Se necesitarían ciertos cambios, bien sabemos que imposibles, en las televisiones, en las películas y en los periódicos. En muchos de ellos la honestidad brilla por su ausencia: son, muy a menudo, la voz de su amo, o los pregoneros del alcalde de la villa.
Cierto es que ya se dijo en la Antigüedad Clásica, en Roma para ser más exactos, que el gobernado acaba por parecerse al gobernante. Es otra forma de mimesis, desde luego. Y no menos cierto es que un cineasta italiano, Pier Paolo Pasolini, afirmó que con las televisiones en sus manos, el poder no necesita del ejército ni de la policía. Tal vez la afirmación de Pasolini sea un tanto exagerada, pero es, al mismo tiempo, muy significativa. No hay más que ver el bajísimo nivel intelectual de casi todos los programas de casi todas las cadenas. Y las noticias.
Cierto es que no se puede uno fiar de muchas de las noticias dadas por las televisiones, ni, por supuesto, de las encuestas publicadas por los periódicos o por las propias las cadenas. ¿Quién hace esas encuestas y qué métodos utilizan para convertirlas en algo realmente representativo? ¿A qué personas preguntan y cómo seleccionan a estas? No deja de ser curioso o llamativo que ahora un tanto por cien bastante elevado de los habitantes del país estén de acuerdo con las medidas que va a adoptar el gobierno para salir de la crisis, medidas que en un derroche total de imaginación va a consistir en lo de siempre: bajar sueldos, subir impuestos y acabar con el estado del bienestar, donde se haya conseguido. En Cataluña, por ejemplo, se ha aprobado que por cada receta, un enfermo, tenga que abonar un euro. Es el momento de preguntar si los políticos cada vez que suben a un tren, a un avión o a un coche oficial pagan algo por utilizar un servicio que estamos sustentando entre todos. ¿Pagan los fieles a la salida de la misa? ¿Pagan los alumnos porque se les corrija un examen? Entonces ¿por qué tiene que pagar un pobre enfermo? Y a esto se le llama democracia.
Cuando los políticos hablan de ajustes para salir de la crisis, los ajustes por descontado que siempre se les aplican a los otros. Ellos son intocables: cobran sueldos de vértigo, se jubilan con escasos años cotizados y siguen cobrando del Estado aun cuando hayan dejado de ser presidentes del gobierno. Y el común de los mortales no cobra de ningún trabajo una vez se ha ido de la empresa lo lo han tirado de la misma. ¿Por qué esos privilegios de los políticos? ¿Es que son de otro mundo? ¿Si los hieren no sangran?
Dice el refrán que una cosa es predicar y otra muy distinta dar trigo. Para que no se sepa si se da trigo o no, lo mejor es el silencio, ocultar acciones y patrimonios. Y predicar a los demás lo que uno no hace, ni está dispuesto a hacer. La palabrería, de esta forma, esconde la más vacua de las vaciedades y la más profunda de las hipocresías. Y el común de los mortales, sin conciencia crítica, se lo cree, y se muestra de acuerdo con todo cuanto el poder dispone. No obstante, si el poder lleva las cosas demasiado lejos, la mimesis puede dejar de funcionar, se puede romper el espejo, y buscar nuevos modelos. Para evitarlo quizás se deberían repartir las cargas entre todos de forma mucho más equitativa; y, sin duda, se debería adelgazar la administración: es imposible para un país mantener a tanto político, a tanta autonomía, y a un Senado que todavía no sabemos para lo que sirve. Y desde luego se debería terminar con el reinado de taifas. En este cada reyezuelo se ha hecho un aeropuerto en su pueblo engrosando, así, sus arcas y las del partido que lo sustenta. Y ahora se recortan sus emolumentos un tanto por cien para que todos imitemos tan ejemplar comportamiento. No obstante, no es lo mismo cortar un trozo de un paño de cuarenta metros cuadrados que de uno de metro y medio escaso.
Se ha dicho hasta la saciedad que no puede haber democracia sin transparencia; pero ¿quién se fía ya de lo que publican periódicos y revistas? Al fin y al cabo, hecha la ley, hecha la trampa. Y los periódicos tienen sus intereses, como todo hijo de vecino.
Quizás la única forma de funcionar bien sea exigiendo moralidad y honestidad a los políticos; pero eso es como pedir cotufas en el golfo. Ellos seguirán mintiendo, el país seguirá soportando todas las cargas que le tiren encima, hasta que algún día, harto, diga basta. Y entonces, para desgracia de todos, volveremos a la vieja historia de siempre. No, no está libre de culpa quien no ponga todos los medios, justos y equitativos, para que no se llegue a semejante situación. Tal vez la solución no sea retirar presupuesto de educación y sanidad. A lo mejor una parte de la solución está en no tener tanto político, tanta televisión autonómica, y lograr, en escuelas e institutos, gente más preparada y con más sentido crítico. Sí, es una forma como otra cualquiera de soñar.
“Construiremos veinte mil escuelas aquí y allí, y en toda la redondez de los estados de la Madre. Daremos a nuestro chiquitín una carrera: le educaremos para maestro de maestros.” Eso dice uno de los personajes en la novela de don Benito Pérez Galdós, El caballero encantado. Hoy, visto lo visto, ya no se trata de una Educación Secundaria Obligatoria, sino de una educación de calidad y para aquel que la quiera recibir. O de replantear el sistema educativo haciendo un sistema de calidad, y no al servicio de un partido o de una idea. Sí, pedir cotufas en el golfo. Pero ni la educación puede seguir así, ni nos podemos permitir tener tantas personas sin trabajo: necesitan comer, pagar la casa, recibir instrucción y cuidados médicos. Y se acaba con tanto despilfarro, más o menos encubierto, con tanto privilegio, o volveremos por los fueros de siempre. Y no van a ser inocentes quienes se escudan y esconden la cabeza bajo el ala. Aunque a ellos sea eso lo que menos les importa. Que el Señor nos coja confesados, que en el Infierno ya estamos.

2 comentarios:

  1. Ramon Cabrera Naveiras19 de febrero de 2012, 16:56

    Muy cierto

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  2. Mcuhas gracias, tanto a Vicente Soriano por compartir su prestigiosa pluma en este espacio como a Ramón Cabrera por ser un fiel seguidor de nuestro espacio
    Saludos cordiales a ambos
    Eva y Carlos
    Editores de "Todas las Artes"

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