La estima alimenta las artes y todos las
practican apasionadamente por la gloria, mientras que se postergan siempre
aquellas que no gozan de reconocimiento.
Cicerón, Tusculanas.
Por segundo año consecutivo, hace tres que
comenzaron a realizarse, he tenido la suerte de participar en el Cvrsvs
Aestivvs Latinitatis Vivae Matritensis, más conocido con las siglas de
CAELVM. Son cursos de latín, impartidos en latín, para profesores de clásicas,
y amantes de la lengua de Cicerón. Y resulta curioso que, pese a los planes de
estudio, no de ahora sino de hace ya muchos años, al desprecio ya no por el
latín sino por todo aquello que tenga alguna relación con las Humanitas, cada
año hay más participantes en dicho curso. Y no deja de resultar curioso, me
sigue llamando mucho la atención, que haya personas de distintos países,
Holanda, Dinamarca, México, Italia, España, etc., y todos se entiendan hablando
en latín, una lengua, además, que tiene una de las literaturas más amplias e
importantes de este mundo. Despierta mi admiración.
Pero el curso no solamente queda reducido a las
clases de latín, y de cómo impartir latín en las aulas, sino que también cuenta
con talleres, y, cómo no, con diversas salidas. Este año hemos ido a Segóbriga,
donde varios compañeros, de cursos superiores, explicaron lo más importante de
la vieja ciudad romana en latín, por supuesto. No deja de ser interesante
volver a oír el latín en una ciudad que tenía esa lengua como lengua materna,
lengua cotidiana y de cultura, pues no hay que olvidar que Segóbriba cuenta con
un teatro, creo que el más pequeño que he visto nunca, pero teatro al fin y al
cabo. También cuenta con un anfiteatro de donde se sacaron muchas piedras para
levantar el vecino monasterio de Uclés. La famosa reutilización de los
materiales. También extra muros pudimos ver una estela funeraria
dedicada a una muchacha muerta a los dieciséis años. Así como las termas, lo
que queda de ellas, el acueducto, una fistula plumbea; y lo más
importante para quien este suscribe, pasear, caminar por entre aquellas ruinas
que tan bien nos hablan de nuestros antepasados y, por lo tanto, de nosotros
mismos. Insisto en la importancia de que dicha visita tuviera el latín como
lengua vehicular.
Paseando por entre las ruinas, lejos de mis
compañeros, recordé la pregunta que, una y otra vez, algunos alumnos hacen en determinadas
clases y frente a determinadas materias. “¿Y esto para qué sirve?” ¿Para qué
sirve -me repitió algo así como un lejano eco- visitar Segóbriga? ¿Para qué
sirve esforzarse por aprender una lengua que, muchos, muchísimos, se empeñan en
que es una lengua muerta? No pude evitar, contemplando las ruinas, recordar la
respuesta de un compañero a un alumno que le estaba perdonando la vida. “¿Para
qué te sirve a ti -le preguntó al autosuficiente alumno- ver un partido de
fútbol?” “¡Hombre -respondió el alumno como si estuviera hablando con un
idiota- para distraerme”. “Pues yo -le replicó el profesor- me distraigo viendo
ruinas, teatro, o estudiando latín. En esta vida según la inteligencia de cada
uno, se divierte con unas cosas o con otras.” No hubo réplica. ¿Para qué le voy
a explicar -me dijo a mí- que una lengua tiene importancia según la literatura
que la sustenta? Y no te digo nada de la riquísima literatura que hay en latín.
Y no solamente literatura, sino también derecho,
filosofía, arte, ciencia; todas las ramas del saber, en una palabra. Que cada
uno decida por sí mismo si vale la pena conocerla o no, llegar a las fuentes originales
o conformarse con interpretaciones más o menos afortunadas. Pero pocos placeres
hay comparables a coger un texto de Plinio, Séneca o Cicerón, y ser capaz de
entenderlo sin que nadie medie entre el autor y el lector.
El CAELVM no solamente se componía de clases y
salidas. También hubo talleres, algo parecido a pequeñas clases magistrales.
Fueron la delicia de quien esto suscribe. Un taller versó sobre Hieronymus, Ciceronianus
sum, non christianus, es decir la Epístola a Eustochium donde se trata de salvar
la civilización pagana ante el avance del cristianismo, como también hizo san
Agustín en su conocida obra De civitate Dei. En el taller se leyó y
comentó la epístola, que es, al mismo tiempo, una de las cosas más divertidas
que se haya escrito nunca. Y donde aparece, no hay nuevo bajo el sol, la
confusión entre el presente y el pasado, el sueño y la realidad. Fue una
maravilla.
No menos importante fue el siguiente taller
dedicado a Séneca, Vitae, non scholis discimus. Tengo que confesar que
no soy licenciado en clásicas, sino en filología hispánica. Así que el texto de
Séneca, la charla, y hasta donde entendí, inmediatamente, me llevó a mi propio
terreno, a don Quijote de la Mancha. Hay en este magnífico libro un capítulo
que siempre me llama la atención: es el capítulo dedicado al inútil saber. Creo
recordar que camino de la Cueva de Montesinos, el sobrino del Caballero del
Verde Gabán, si no recuerdo mal, hace gala de saber quién se rascó primero la
cabeza, quién fue el primero en estornudar, y otras lindezas por el estilo.
También Séneca ataca ese inútil saber, y lo hace a través de un silogismo: Ratón
-mus en latín- es una sílaba, el ratón come queso; luego la sílaba come queso. Le
parece mentira a Séneca que viejos de largas barbas, pálidos y enjutos, pierdan
la vida con semejantes necedades. Hasta Sancho Panza se percata de las ñoñerías
de estas personas. La filosofía no es eso, desde luego, nos recuerda Séneca. La
filosofía es un continuo prepararse para la muerte, para saber que nada es
nuestro, y que todo, hasta la vida, la tenemos que devolver. Me recordó a un
eminente senequista, a don Francisco de Quevedo: última filosofía del saber:
prepararse para lo que viniere. Es decir que nada pueda contra ti aquello
contra lo que nada puedes tú. Y así serás feliz, y a nadie acusarás de tus
propias faltas. Y todo esto, por si fuera poco, en la lengua que utilizó el
mismo Séneca. Admirable.
Hubo una segunda salida. No podía ser de otra
forma. Museo Arqueológico Nacional. Y allí vimos en vivo y en directo muchas
cosas que, antes, eran palabras. Y ese ha sido el gran esfuerzo de muchos de
los profesores que hemos tenido la suerte de tener en el CAELVM: no querían que
tradujéramos; querían que pensáramos en imágenes. Y así, una clase genial, de
las que me gustan a mí, el último día vimos un fragmento de la película de
Joseph Mackiewicz, Julio César. Cada cierto tiempo el profesor detenía
la película, y los alumnos teníamos que describir lo que allí sucedía.
Asesinado César, nos puso el texto en latín, y conforme lo leíamos íbamos
recordando las escenas vistas. Me pareció genial. Hay que reconocer, y
agradecer, el enorme esfuerzo que supone preparar una clase así, pues no
solamente se conformaba con que le dijéramos una palabra, sino que debíamos
recordar, y memorizar, sinónimos. Y así hemos comprobado que el latín no
solamente es una lengua viva sino también enormemente divertida. Amén de
Séneca, Livio, César, etc.
No deja de ser curioso que, pese al sistema
educativo, al desconocimiento y desprecio de una gran parte de la sociedad por
las Humanidades, en los cursos de latín, última semana de agosto, cada vez haya
más participantes. Sin esperar nada a cambio. Solamente ser buenos profesores,
o buenos lectores de latín. Y eso me alegra sobremanera pues no hay cosa que me
divierta más últimamente que llevarle la contraria a Cicerón, de quien ya no
apellido amigo. Y si los demás, como dice él, practican las artes o las
industrias por la gloria y el dinero o el reconocimiento, otro grupo de
personas lo hacemos por el sencillo placer de saber y de hacer bien nuestro
trabajo, que no es poco, aunque tengamos que soportar una y otra vez el “¿Y
esto para qué sirve?”
Es muy de agradecer la asistencia de todos los
profesores. Tengamos en cuenta que estamos hablando de un curso intensivo
durante la última semana de agosto. Todos han tenido que renunciar a
vacaciones, o a pasar unos días con su familia. No doy nombres porque no pedí
permiso para nombrarlos, y no quiero que nadie se me ofenda. Vaya, desde luego,
mi eterno agradecimiento a todos ellos, y mi gran reconocimiento a los chicos
de Cultura Clásica por la organización de tan magnífico curso. Una maravilla.
Hemos estado en el cielo, desde luego. Ad multos annos.
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