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miércoles, 13 de agosto de 2014

AMIGOS... SON LOS AMIGOS, por Elizabeth Oliver de Abalos, de Montevideo, Uruguay


Alrededor de la mesa del simpático café de barrio que solían frecuentar, un grupo de amigos pasaba la mayor parte de sus horas libres entre amenas charlas, cervezas, algo simple de comer y mucho café. Desde chicos, asistiendo al mismo club deportivo, se habían hecho inseparables. Independientemente, cada uno cumplía lo suyo con efectividad. En grupo, sin tendencia política, les importaba lo social, buscando formas eficaces de solucionar problemas a corto plazo y aportando  también su tiempo para lograrlas. Eran tres muchachos y una chica: Diego, Matías, Dante y Sara.

–Cómo demora Diego –dijo Dante–, mirá si este gil no le arregló las luces al auto y lo pararon los zorros grises, porque en casa de herrero...
–De gil no tiene nada; le cambió los fusibles esta mañana  –aseguró Matías–. Debe estar atendiendo a algún cliente apurado. Miren, ahí viene la camioneta. 
–Vamos pidiendo las pizzas  –dijo Sara–, tengo hambre.
–¡Hola, gente! –saludó Diego–, me apareció un trabajito urgente y lo pude cobrar bien, así que hoy invito yo... ¿pidieron algo?
–Sí, ya vienen las pizzas  –respondió Dante–, Sara vive a dieta pero acá en el bar se olvida y no hay demora que la contenga...
–¿Y vos cómo sabés que Sara vive a dieta? –preguntó Matías–. Vamos, che... ¿ustedes tienen algo para contarnos? No me mires así, Sarita... ¿qué tiene de malo si cayeron en desgracia? Lo que no se puede es ocultarlo, ¿ta?
Todos rieron y cuando vino el mozo Dante le pidió una botella de vino blanco.
–Ésta va por mi cuenta. Ya que nos descubrieron, brindemos por Sara y por mí. Ya van a caer en desgracia ustedes también y después de las bromas obligatorias de las que tampoco se van a salvar, tendrán que pagar un vinito como hago yo ahora.
Al final de la tertulia, Dante y Sara se fueron juntos, como tantas otras veces... aunque esa tarde  –ya no había por qué ocultarlo–, subieron al auto de él, tomados de la mano.
Diego y Matías caminaron hasta la camioneta. En el trayecto no se dio el diálogo acostumbrado, comentando cualquier cosa de las dichas frente a grupo.
–¿Que te pasa?  –preguntó Matías–. Entraste contento, compartiendo tu platita recién cobrada... y después te quedaste como "en otra"... ¿me querés contar?
–Estoy cansado, me gusta mi trabajo y sobre todo cómo rinde, pero a veces me paso de rosca y después se me viene el día encima.
–No, loco; a mí, no. Todo eso es muy cierto pero es la historia de tu vida y nunca te privó de parlotear toda la tarde... Si no querés decirme, está bien y no me meto, pero versos, no.
–Disculpame. Vos y yo siempre fuimos confidentes y algunas cosas no las hablamos con el grupo... Nunca me imaginé que Sara y Dante...
–Así que fui yo el que te jodió la tarde... porque fue mi pregunta lo que dio pie a que se sinceraran... Ni sospechaba que te gustaba Sara... Lo de ellos se iba a saber de todos modos, pero yo tuve que ser el disparador...  justo, yo, hermano...
–No me jodiste nada, fui yo que me jodí la oportunidad, y eso no es de ahora. Si le hubiera hablado cuando empecé a sentir algo por ella, tal vez en ese tiempo ni Dante ni ella se habían fijado uno en el otro. Pero no, Sara nos trataba a todos por igual y pensé que si la abordaba podía oscurecer esa amistad asexuada que siempre exisitó entre nosotros. Ni siquiera se me ocurrió nunca ofrecerme a llevarla... cuando salía del bar contigo, Dante ya le estaba abriendo la puerta de su auto. Y eso tampoco me sugirió nada, a él le queda de paso llevarla, y a mí llevarte a vos. Me faltó todo lo que a Dante le sobra... es posible que sea mejor así... por ella, digo. Se merece un tipo decidido y yo... soy demasiado reticente. Viéndolos felices lo voy a superar, los quiero a los dos.
–Sos un gran tipo  –dijo Matías–, y esa forma tan tuya de enfocar las cosas te va ayudar a pasar el trance... Me alegro de haberte empujado a que dieras el primer paso: te desahogaste conmigo; es un buen comienzo.
Las reuniones en el café del barrio continuaron, los novios –sin alardes frente a los amigos–, seguían juntos, las charlas de siempre se sucedían y Diego... volvió a su comportamiento acostumbrado. Su sentimiento hacia Sara permanecía dentro de él, enquistado y sin atormentarlo. Ella estaba feliz y eso lo conformaba.
Unos meses después, Dante menguó la frecuencia de sus visitas al bar. Sara asistía, justificando la ausencia de su novio ante sus amigos. Trataba de variar: o eran horas extra en el trabajo, o reuniones con clientes, o alguna otra excusa más o menos creíble. Una tarde lluviosa de invierno entró sola  –una vez más–, y se veía preocupada.
–¡Lindo día para que tu media naranja te deje a pata!  –dijo irónico Matías–. ¿Qué le pasó esta vez? ¿Tuvo que ir a descular hormigas?
–¿Por qué no me llamaste?  –le reprochó Diego–, sabés que te hubiera ido a buscar...
–Fue a repartir comida caliente a la gente en situación de calle –explicó Sara–, son tantos que los del club le pidieron ayuda.
–¿Y eso desde cuándo?  –preguntó Diego–, siempre me llamaron a mí... mi camioneta carga mucho más que el auto de él y la entrega se hace más rápido...
–¿Servicio, solidaridad...?  –no pudo aguantarse Matías–, mirá vos cuánta sensibilidad que no le conocíamos. El Dante que yo conozco decía: "dejad que los pobres vengan a mí... es más cómodo que tener que ir a buscarlos". ¿Te olvidaste de su frase matadora?
–No me des manija, ¿querés?, no estoy de humor. Mejor pedime un café... tengo frío.
Las dos tardes siguientes sólo Diego y Matías estuvieron en el café. De Dante no se sabía nada y Sara no contestaba el teléfono. Preocupados por ella, al salir fueron a su casa. Los recibió de salto de cama y lentes oscuros.
–¡Qué sol hay aquí adentro, Sarita!  –dijo Matías riendo–, seguro que te dio fotofobia...
–¿Qué te pasa, Sara?  –preguntó seriamente Diego–.
–Estoy muy resfriada, tengo los ojos inflamados.
Fueron a la cocina, se sentaron los tres y ella les sirvió café. Tenía el pelo desordenado sobre la cara y su aspecto era extraño. Le preguntaron por Dante y ella desvió la conversación. Entonces Diego, con un impulso instintivo... le quitó los lentes.
–¡Hijo de puta! –gritaron los dos amigos al unísono–.
–Por favor, déjenme sola  –pidió Sara entre sollozos–.
–No. De acá no nos vamos hasta que nos digas toda la verdad –dijo Diego–. Esto está bien claro,  pero queremos escucharte.
–Y después de oírte  –aseguró Matías–, sola no te quedás. O te venís con nosotros o uno de los dos se queda contigo... y el otro va a arreglar cuentas con el "valiente".
Sara les contó... lo usual. Dante había ido perdiendo el interés y estaba saliendo con cualquier otra, sin siquiera inventar disculpas mentirosas. Cuando ella le reprochaba discutían y esta última vez... ... ...
–Por favor, no me pidan que lo denuncie...
–No. No va a ser necesario que te expongas ni que te rebajes  –dijo Diego–.
–Ni te va a levantar la mano ni se te va a acercar nunca más –dijo Matías–, dalo por hecho.
Se fue con ellos. La madre de Matías la adoraba, la abrazó y le ofreció esa contención de madre que le prodigaba a los amigos de su hijo cada vez que era necesario. Ellos salieron en busca de Dante. Lo encontraron en su casa y cuando abrió, entraron sin preguntar si podían. Estaba con una mujer.
–Vos vestite y mandate a mudar  –le dijo Matías a la mujer–.
–Y vos vestite también –dijo Diego–, un hombre desnudo está en inferioridad de condiciones.
–¿Qué van a hacer?  –preguntó Dante con tono provocativo–, ¿son patoteros ahora?, ¿me van a reventar entre los dos?
–No; ya quisieras, para después dar vuelta la torta a tu favor –respondió Diego–. Vas a pelear sólo conmigo, a ver si me podés dejar un ojo negro...
–Yo sólo voy a ser testigo, hijo de puta –dijo Matías–, y me voy a ocupar de que entiendas bien clarito que si te volvés a acercar a Sara... no te salvan ni los años de cana que me pueda comer por boletearte. Me conocés bien, sabés que no digo estas cosas por joder y cuando me la juego por alguien que lo merece me importan una mierda las consecuencias.
Diego y Dante se enfrentaron. Se dieron unas cuántas y ambos rostros denotaban una pelea pareja. Matías –como un árbitro–, miraba y esperaba... cuando al fin Diego le acertó al ojo de Dante con un buen golpe... dio por terminada la pelea:
–Vamos, hermano  –dijo–, ya fue suficiente.
–Y vos ya sabés, cobarde  –advirtió Diego–, ¡lejos de Sara, lejos del bar y lejos de nosotros dos!, ¿entendiste? Mirá que a mí tampoco me importaría pagarte por bueno... y ganas de hacerte desaparecer del todo, no me van a faltar nunca.
Esa noche comprendieron que Dante no era como ellos. Lo habían tratado muchos años sin que se diera una situación crítica que evidenciara el lado oscuro escondido en su personalidad. Para Diego y Matías, que siempre habían sido auténticos, una prueba de fuego no hizo más que afianzar su afecto y su lealtad.
Y sí, Dante era mal tipo... pero no era gil. No volvió a aparecerse nunca más. Sara superó el trance, apoyada siempre por sus dos fieles amigos. Y Matías, viendo que Diego seguía durmiéndose en los laureles, un buen día, en la tertulia del bar, no aguantó más:
–Sarita: con el derecho que me otorga la amistad verdadera que tenemos los tres, y viendo que Diego no se va a animar nunca... te declaro su amor, fidelidad y todo eso que tiene que tener un tipo –y que a él le sobra–, para pretender que vos lo aceptes como novio. Y después, ¡quiero ser el padrino del casorio!
Diego se tapó la cara con una mano y miró a Sara de reojo... ella estaba sonrojada, pero tragó saliva y dijo:
–Gracias Matías, ¡acepto!, yo también lo quiero.

Esa declaratoria tan inusual también tuvo un broche final poco corriente: los tres amigos se dieron un fuerte abrazo antes de que la pareja se besara.

1 comentario:

  1. Matías tuvo que dar el paso para que se armara la pareja que realmente tenía que ser. Insolito pero funcionó.
    Bien contado.

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