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jueves, 26 de septiembre de 2013

EL MEJOR CANDIDATO, por Eva Marabotto, de Buenos Aires, Argentina


Cuando Escalante llegó al pueblo, la campaña electoral recién comenzaba. Aunque uno hubiese pensado que ya estaba terminando ya que los conservadores estaban tan seguros de su triunfo como los progresistas de su derrota.

Y no es que no hubiese debates de propuestas, volanteo casa por casa y un escenario precario en el medio de la plaza en la que los candidatos voceaban sus proyectos para el futuro de Coronel Márquez. Sucedía que inmemorialmente los progresistas se encontraban con un problema de enormes proporciones a la hora de encontrar un postulante para encabezar su lista y arrancaban la campaña con la inconmovible certeza de que perdían.

Quizás porque por el lado conservador tenían enfrente a la familia Gutiérrez, descendiente de los fundadores del pueblo, que alternaba el cargo de intendente, presidente del Concejo Deliberante e incluso juez de paz entre sus hijos más dilectos. Y a los Gutiérrez no había con qué darles. Eran los dueños del supermercados, de la estación de servicio, del hotel más grande y el restorán más coqueto del pueblo. Organizaban asados, recitales folclóricos, carreras de galgos y repartían delantales escolares y enseres de cocina.
Por eso no alcanzaba con ofrecerle la candidatura progresista al director de la escuela, o al dueño de la librería ya que los conservadores tenían más llegada entre los vecinos y siempre hacían mucho mejor papel. Ultimamente, los "progres" hacían campaña sólo para lograr alguna banca en el Concejo Deliberante ya que sabían que la Intendencia les estaba vedada y jamás lograrían colocar en ella a alguien con ideas innovadoras.
Hasta que llegó Escalante. Nadie lo conocía pero se bajó del tren y saludó a todo el que se cruzaba con una sonrisa. Dijo que venía de un pueblo cercano y que buscaba trabajo, y como por aquella época el trabajo sobraba, le ofrecieron un puesto de peón en la carpintería.
De inmediato reveló sus habilidades para las tareas manuales y fueron muchos los que se acercaron a alabar la prolijidad de las líneas de sus muebles. Poco después, el hombre se las ingenió para ofrecer sus servicios de arregla todo en la casa de los jubilados y las viudas del pueblo. Y, mate va, vermucito viene, se convirtió en un invitado frecuente a los asados del fin de semana o los locros de los días feriados.
En las comilonas conoció al cura que daba misa y dirigía el asilo de huérfanos, a la maestra jubilada que había fundado un hogar para perros perdidos y a los jóvenes que reacondicionaban el único cine del pueblo para convertirlo en un centro cultural. Para todos tuvo palabras de aliento y ofrecimiento de ayuda. Por eso a los pocos meses no había nadie en el pueblo que no le debiese un favor.
Resultó natural que en una reunión de los progres, en el centro cultural en construcción, alguien sugiriese la posibilidad de sumar a Escalante a la campaña. Y de otro alguien, más osado aún, propusiese encaramarlo a la cabeza de la lista, como postulante a intendente. "Al fin y al cabo, no íbamos a ganar el Municipio, así que perdido por perdido", fue el argumento imbatible. Claro que estaba el pequeño problema de que no era del pueblo y carecía de la residencia de un año que fijaba la Constitución. Pero cuando se lo propusieron el hombre recordó que su madre había vivido allí y él mismo había nacido en el hospital local. Como alegó no tener a mano su partida de nacimiento, bastó con la palabra del cura que encontró en el registro de la parroquia la fe de bautismo de Dalmiro Escalante.
Así como no le exigieron la partida de nacimiento, nadie se cuidó demasiado de los papeles de Escalante. Bastó con que  escribiese su número de documento en una planilla y ya lo sacaron a hacer campaña. El tipo tenía un estilo campechano y sincero que entusiasmaba a los vecinos de Márquez. Cuando hablaba en el escenario de la plaza, no repetía consignas políticas. Prefería dejar el megáfono a un lado para conversar con las amas de casa y los trabajadores, los estudiantes y las maestras.
Después, simplemente les pedía que lo acompañasen y les ofrecía su ayuda para mejorar el pueblo. Como buen artesano tenía un certero ojo clínico para detectar problemas edilicios o fallas de infraestructura en las redes de servicios. Pero además tenía una rara intuición para comprender a la gente y proponerle aquello que estaba esperando, fuera la apertura de un curso de teatro, la creación de un jardín maternal o una campaña de vacunación para las mascotas.
A dos semanas de las elecciones el pueblo no contaba con encuestadoras ni sondeos de opinión como las grandes urbes. Pero de sólo ver los vítores que suscitaban los discursos  de Escalante en la plaza, los conservadores empezaron a preocuparse. Por eso don Raúl Gutiérrez, el candidato a intendente de turno, encaró un testeo ad hoc. Mandó a los mozos del restorán a la salida de misa, después del clásico de fútbol en el club, y a la entrada de la escuela para descubrir a quién pensaban votar los vecinos.
El resultado los sumió en la más profunda de las inquietudes. De cada 10 personas, 8 estaban convencidas de que Escalante tenía que ser intendente para cambiar por completo los destinos del pueblo. De inmediato encararon campañas de entrega de comestibles y juguetes, pero las mamás de los niños que recibían pelotas y muñecas eran  las primeras en manifestarse como fervientes partidarias del recién venido.
Así estaban las cosas, los "progres" probándose el traje de ganadores y los conservadores rumiando su derrota por anticipado cuando llegó una cuadrilla policial. Hablaron con el intendente Rogelio Gutiérrez (el hermano mayor de Don Raúl) y de inmediato se apersonaron en el cuarto de la pensión que ocupaba Escalante. Traían documentos inapelables. Indicaban que Dionisio era un enfermo pisquiátrico que se había escapado del loquero de Baigorria, un pueblo cercano.
El hombre no se quejó y aceptó mansamente su destino. Los vecinos salieron a verlo irse y muchos fueron presas de un llanto incontrolable. Entonces Don Raúl, uno de los más sorprendidos por el giro de los acontecimientos, creyó ver en el prófugo algún rasgo de La Colorada, la loca del pueblo, un personaje emblemático cuando él era chico.
Nunca más supieron de él. Los conservadores ganaron la elección y todavía se reparten los cargos más importantes de Coronel Márquez. Los progres se conformaron con inaugurar el centro cultural, y hacer crecer la biblioteca pública. No volvieron a intentar sacar candidatos de la galera. Jamás encontraron uno a la altura de Escalante. 

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