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domingo, 27 de marzo de 2011

EL BOTE, por Miguel Ábalos, de Montevideo, Uruguay



Tenía veintidós años y no conocía el campo cuando llegué a ese hermoso lugar de los tantos que tiene nuestro país. La casa estaba en el límite entre Florida y Canelones, frente al paso del río Santa Lucía, que nace en Lavalleja y en su pintoresco recorrido se interna en Florida, bordea Cane― lones, entra en San José y vierte su cauce en el Río de la Plata, muy cerca de Santiago Vázquez. Podría asegurar que ahí  ―en Paso de Pache―  casi nadie conocía el entorno de su serpenteo, los montes agrestes, casi salvajes que lo rodeaban.
Muy cerca de la casa había un bote amarrado a uno de los enormes sauces de la orilla.  Lo saqué del agua deslizándolo sobre unos troncos finos que había cortado y lo puse boca abajo al final de la playa, donde el río hacía una entrada y los añejos árboles cubrían el cielo formando un pasillo de luz desde la orilla.
Durante varios días me ocupé de calafatearlo cubriendo las pequeñas grietas de la madera con estopa y brea. En ese lugar, el sol caliente de verano, atenuado por las copas frondosas, no me impedía continuar mi tarea. La paz era total. Únicamente se sentía el canto de los pájaros y las chicharras o el zumbido de algún tábano, quienes me estaban aceptando como parte del paisaje en la misma medida en que yo me integraba al lugar.
En aquellos años no entendía totalmente lo que estaba viviendo, simplemente me sentía muy bien allí, me parecía un lugar maravilloso y lo disfrutaba. Hoy, tantos años después de aquella aventura, sé que jamás en otro sitio me interné tanto en las entrañas de la naturaleza.
Un día, di por finalizada la restauración del bote y después de una buena mano de pintura, quedó pronto para hacernos al agua sin peligro. Sentí el placer de ver mi obra concluida y percibí la alegría del bote al sentirse útil. Ya podía salir a probarlo. Lo eché al agua apartando las ramas lacias del enorme sauce llorón que tocaban la superficie. Subí, y apoyando uno de los remos en la arena lo empujé lo suficiente para alejarlo y poder remar.  Lo llevé hasta el centro del río, la parte más ancha.
Caía la tarde, los últimos rayos del sol centelleaban sobre el agua. Concluida la corta etapa de prueba volví a la orilla. Ya había oscurecido cuando lo amarré al viejo sauce. Esa noche me acosté más temprano que de costumbre, era mi intención levantarme al alba para navegar río arriba y explorar las curvas que no divisaba, las que desaparecían entre los montes.
Fue una mañana de marzo del 53. El sol iniciaba sus bostezos y ya asomaban los primeros resplandores. Desprendí el bote, que ansioso de navegar se prestó contento a la aventura. Ya a esa altura éramos amigos, yo le había curados sus heridas y él me recompensaba surcando el río para mí.
Avancé en línea recta poco más de una cuadra y giré a la izquierda, encontrando un canal de unos seis metros de ancho. Cuanto más angosto era el río, más fuerte se sentía la corriente y me exigía más esfuerzo. El estrecho cauce besaba la orilla desigual y sus declives de arena, barro y raíces de árboles corpulentos. Más adelante, la calle de agua superaba apenas el ancho de los remos.  Las ramas espesas se tendían sobre el agua rozando a las de la otra orilla y formaban un túnel casi en penumbra.
Mientras intento describir aquel entorno del agua y el follaje, se me ocurre que esa imagen no fue más que un bello sueño.
Seguía exigiendo a mis brazos y sentía el esfuerzo, envuelto en la vegetación salvaje que me rodeaba. Frente a una curva muy pronunciada, tuve que usar un solo remo para hacer el giro hacia mi costado derecho, y vi una pequeña ensenada donde podía escapar un poco de la corriente y aliviar mis ya cansados brazos. Estaba cubierta de piedras desde el borde del agua hacia arriba, formando un barranco inclinado. Había árboles de todas las especies y de todas las edades.
Amarré el bote a una de esas piedras, y apoyándome sobre ellas me bajé. Me senté en la parte alta donde el terreno era plano y apoyé la espalda en el tronco de un árbol cuyas raíces sobresalían de la tierra. Ya era mediodía. No veía el sol por lo espeso del follaje pero sabía que estaba ahí, verticalmente sobre mi cabeza. Estaba atrapado por la naturaleza del lugar. Había perdido la dimensión entre lo verdadero y lo ilusorio, fascinado y preso de aquella maravilla... ¿Era real...? Si era un sueño, no quería despertarme.
De pronto oí una voz suave que me dijo “hola”, me di vuelta y mi sorpresa no tuvo límite: a mis espaldas había una hermosa mujer que vestía un largo traje verde de tela muy fina movido suavemente por la brisa. Tenía ojos grandes y claros, su largo pelo negro caía sobre su espalda sujeto con una cinta verde y brillante y sus pequeños pies descalzos casi no pisaban la tierra.
―Hola  ―le contesté―  ¿quién eres?
―Me llamo Esperanza, aunque algunos me dicen Ilusión.
―¿Y qué haces?  ―pregunté―.
―Trato que los habitantes de la Tierra no pierdan la fe en mí e intento hacer realidad muchos de sus deseos.
―Ardua debe ser tu tarea  ―le dije―  es muy difícil conformar a todos.
―Es cierto  ―contestó―  a veces resulta casi imposible porque muchos pretenden conseguir lo que desean sin poner nada de sí, esperan que yo lo haga todo... pero aquellos pocos que no sólo tienen fe, sino que luchan poniendo su máximo empeño para obtener el triunfo, son los que casi siempre llegan a la meta.
―Debe ser agotador  ―dije viendo cómo su rostro se iba cubriendo de arrugas al caer la tarde―.
―Sí, pero mucho me gusta, nazco con el día y muero con la noche, con la alegría de haber contribuido a la felicidad de muchos.
―¿Y vuelves cada día?
―Mientras esté el hombre en la Tierra estaré a su lado... no sabría vivir sin mí.
Me dio un beso en la frente. Una sonrisa triste se desprendía de su semblante ya viejo y cansado. Se volvió lentamente y se fue despacio, perdiéndose en la espesura del monte. Anochecía, desaté el bote y me alejé aguas abajo.
Muchas veces regresé a ese lugar para encontrarla... pero nunca más la volví a ver. Sin embargo, en el correr de mi vida comprendí que aún sin verla, siempre está muy cerca de mí.

miguel31@montevideo.com.uy
http://blogs.montevideo.com.uy/elizaymiguel



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