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jueves, 10 de diciembre de 2015

UNA PASION SIN FRONTERAS; por Eva Marabotto, de Buenos Aires, Argentina


La fiesta había arrancado desde la mañana pero ellos prefirieron remolonear en la habitación del hotel a la espera de un desayuno bastante distinto al de su Río natal. Desde la ventana podían ver las paradas del 64, el 86 y el 168, mojones de una peregrinación azul y oro que marchaba hacia la Boca. Dedicaron la tarde a proveerse de prendas de cuero y ropa de diseño a pesar de que todos los empleados del shopping estaban pendientes de los televisores donde se podía ver el partido. El gol de Monzón desató la alegría pero para ellos seguía siendo algo muy lejano. Al fin y al cabo, no era Botafogo. ¿Qué tenía que ver con ellos aquella algarabía?


Al atardecer, se vieron envueltos en un mar de bocinazos, banderas y cánticos que desfilaban hacia el centro. Ya habían probado el asado y eligieron comer pizza en un local de avenida Corrientes, a metros del Obelisco. Se acomodaron en una mesa cerca de la ventana. Sus ojos se perdían entre fascinados e incrédulos en el desfile incesante de familias ataviadas con camisetas, banderas y gorros que cortaban el tránsito y convergían en la plazoleta de la República. Dentro del local una pantalla gigante trasmitía imágenes del festejo en la Bombonera, donde un pibe con la cara quemada . Para entonces la pizzería era un mundo de padres e hijos con sus banderas al hombro. Antes de apurar la última copa de vino uno de ellos corrió a la vereda y negoció en portuñol con un vendedor callejero. Volvió agitando en el aire una remera azul y oro. En aquel momento pareció sentirse parte de una fiesta que no conoce de idiomas ni tiene en cuenta las fronteras.

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