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viernes, 19 de octubre de 2012

EL CUENTO DEL MONÓLOGO, Ramón Elías Pérez, de Maracaibo, Venezuela


A Sol Sosa Faneites

“… pero se trata de una sala llena y
la comedia debe continuar…”
(Gustavo Pereira: Oficio de Partir)

Ese día salimos del Teatro Baralt más temprano que de costumbre, estábamos ensayando “EL Médico a Palos” y no había razones para quedarse hasta las nueve de la noche como normalmente lo hacíamos. Afuera pasaban la puta del perro, los carritos de Bella Vista,  los últimos vendedores de frutas y verduras.  Blanca, que era una de las estudiantes del curso de dramaturgia en el Instituto de Cultura, también pasaba. Nos vimos y nos saludamos de manera normal, sin esa manía de darse besitos en las mejillas que años después se convertiría en una moda universal. ¡Dígame esa vaina!
-          ¿Qué pasó? –Me preguntó al verme con el rostro descompuesto y a esa hora, apenas eran las siete de la noche, todavía estaba claro.
-          ¡Nada del otro mundo! -le respondí-. Al maestro le ha dado uno de esos arranques de histeria y suspendió el ensayo.
Quedamos en vernos al día siguiente. Le había prometido entregarle un monólogo para que lo leyera y en un futuro cercano, lo montara. Dirigido tal vez por cualquiera de los doctos de la escena: Pulido, Montes, Izaguirre, Perdomo, Fulcado. Había cierta efervescencia por esos días y los actores y gente de teatro de la ciudad estaban divididos. Unos apoyaban a Enrique y la profesionalización llevada a cabo por la universidad,  otros estaban contra él porque les había robado un espacio que ellos consideraban de su pertenencia. Así las cosas uno se sentía a veces como cucaracha en baile de gallinas. Allí había de todo: odio, envidia, miseria, pequeñez y muchas muñecas partidas. Opté por mantenerme al margen de aquella diatriba estéril y continuar trabajando en lo que me gustaba, escribir. La poesía era una relación mágica, íntima, un estado de conciencia donde percibía al mundo de una manera distinta; estaba descubriendo en esa interacción a través de la palabra que podía trascender los límites de mi  espacio físico y ahondar en los misterios del pensamiento.  ¿Cómo podía ocuparme del ser o no ser del teatro universitario, del quítate tú para ponerme yo?
Los alumnos que asistían al primer curso de dramaturgia en la Escuela de Teatro comenzaban a ocupar parte de mi tiempo, así como aquellos muchachos  del colegio “Bella Vista” a los que atendía como profesor de castellano: Gringos, japoneses, italianos, hindúes, españoles, colombianos, ingleses, canadienses... maracuchos.
-          ¡Good Morning, teacher! –decía una de las chicas.
-          ¡En español, jovencita!  –les replicaba.
-          - ¡Eh, look at me, socket!  Son of a bitch. En esa vaina se me iba la mañana. La vieja Taylor, una especie de supervisora, era una comemierda que no respetaba mi trabajo. Ella pensaba que debía colocarle buena nota a todos por ser hijos del sol, así no supieran una letra. Total, pagaban su mensualidad, que era lo importante.  Había una alumna italiana muy hermosa llamada Bettina que ocupaba parte de mis sueños libidinosos. También una profesora inglesa que fumaba marihuana.  Otra, cubana, que odiaba a los negros y andaba triste porque habían nacionalizado el petróleo y después el club se iba a llenar de esa chusma. ¡Así decía la miserable!  Aquellos carajos hablaban en clase todos a la vez, llegaba aturdido al apartamento de Los Caobos.  Sudado, arrecho y acalorado me quitaba la ropa con desespero y me duchaba.  Después de un largo descanso, a las seis y media de la tarde, estaba en El Centro rumbo al teatro Baralt.
-          ¡Blanca, nos vemos mañana!  –le dije, estrechándole la mano.
-          ¡Sí, mi amor!  –me respondió en el mejor idioma del mundo.
Esa noche del viernes me perdí con Orlando, un compañero de juergas,  por “Los Países Bajos” y no pude levantarme temprano. Cuando llegué al instituto Blanca y la mayoría de los muchachos se habían retirado. Lo eché a perder –me dije. Después de unas empanadas y un café me quedé conversando con uno de los alumnos, Gustavo, quien quería ser payaso.
-          ¡Vamos a hacer una cosa!  Aquí está este material que le traje a Blanca, quiero que lo leas para saber cómo suena, medir el tiempo  -le dije al “comediante”.
-          ¡No hay problemas, profesor!  –dijo y abrió la carpeta.
ME CANSÉ DE SER CACHIFA. Monólogo. Para ser interpretado por Blanca Núñez, actriz. (Enriqueta, divorciada desde hace dos años, está de cumpleaños. Espera visitas para ese día. Es de mediana edad, cursilona, sin estudios superiores. Llegó a graduarse de bachiller a empujones. Cree en los artículos de revistas para mujeres, esos que aparecen en Vanidades, Cosmopolitan y etcétera. Ha sido formada para atender una casa, un marido y unos hijos... un día se cansó y tiró el gato y el balde por la ventana. Ahora está arrepentida. Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. En ese dilema y entre el brollo y la melodía, discurre y transcurre la trama. Ella también es una mujer ilusionada mas no ilusionista)
ENRIQUETA. (OBSTINADA) ¡Es que yo no nací para ser cachifa! (se arregla el pelo frente a una peinadora con espejo grande). ¡Qué va, mi amor!... yo se lo dije muy bien. No seré una intelectual, una profesional del Derecho, como quería mi padre, pero tampoco una sirvienta, una mucama... una doméstica.  Como dicen ahora en esta república... una ca-chi-fa. (Pausa) ¡ussssffff! (ese usssff debe sonar andino y cachaco) (Ahora se levanta y comienza a limpiar con un plumero. Se detiene y se acerca un poco al público. Sentada o parada, como diga el director)
- Yo tenía quince años, todavía estudiaba en el Udón Pérez, cuando me hicieron la fiesta en el club de la compañía. O sea, me celebraron los quince. (ensoñadora). Aquello fue apoteósico, hermoso, sabroso... todo lo que termine en oso (se oye en el fondo “El Danubio Azul” o “El Lago de los Cisnes”) Tocaron Los Blancos y hubo un mariachi. (Cursi) Fue espectacular, aquí tengo un lunar... maravilloso, extraordinario... me sentí como una reina... yo estaba así... como Rocío Durcal... embriagada (se ríe)  ¡me encantan los mariachis!... me encanta Juan Grabiel (así como está escrito: Grabiel)... Juanga.  EL ES CHEVERE. (muy cursi) la prensa no dijo nada del vestido, pero era hermoso. (toma la escoba, sube la cortina del vals y da unos pasos, gira dos o tres veces) (pausa, se detiene pensativa) ¡Que pena, en la madrugada, a eso de las cuatro estaban todos ebrios... hechos retroncos! ¡regolilla!  Los pocos que quedaban a esa hora, unos tirados en la grama, otros en las mesas... ese día le juré a mi madre dos cosas: primero, que nunca me casaría con un borracho, y segundo, que sería abogada de la República.
(camina hacia la peinadora, se mira un rato y toma un vestido que cuelga de un gancho) Era tan lindo el vestido... nunca más tuve uno así. Ni cuando me casé. (triste) Tan buenos pretendientes que tuve... y  me vine a casar con ese pichirre... con esa ladilla... con esa mala tarde (se levanta y lo imita)  ¡Mirá,  Enriqueta (maracucho y por la nariz) a esta camisa le falta un botón!,  ¡Mirá, Enriqueta, esta comida está desabrida! (pausita)  Pero era sólo por joder... la comida estaba siempre simple o salada... salaíiiisima (imitándolo otra vez) Mirá Enriqueta, por qué no hacéis callos. ¡Callos tenía yo en las manos de tanto trajín! Enriqueta pa’ lla, Enriqueta pa’ ca,  Enriqueta esto, Enriqueta lo otro. (pausa corta).    ¡Veeeerrrga!
¡Me cansé!, Venancio, me cansé. (toma el cepillo y se alisa el pelo) (se queda un poco pensativa y golpea la peinadora)
¡Maldita sea Venancio la falta que me hacéis! ¡Ay, Venancio... uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde!  Las abuelas son sabias... mi abuela decía: -que Dios la tenga en la gloria del cielo y el infierno-  las mujeres cuando botamos a los hombres, los botamos para siempre... ¡vieja bruja! Mentirosa... uno los echa y siempre espera que regresen. ¿Mi amor qué te hace falta? ¿Dónde te pongo? Ellos están ahí, como caimán en boca e caño. Esperando que uno los llame. Ellos queriendo... y uno también... ¿Quién habla primero? (pausa) (se dirige hacia la mesa donde está una torta de cumpleaños).
A mí como que me cagó un pájaro agorero (ríe)  Ese carajo estaba esperando que yo abriera la boca para largarse. Fue que no me dio tiempo para el arrepentimiento…  salió corriendo... ¡partida! y se buscó otra... (pausa y transición a otro estado de ánimo) y precisamente hoy, después de semejante arrechera, hoy, día de mi cumpleaños me llama... me llama para felicitarme y me dice que va a venir... con un regalo... ¡Eso no se le hace a una mujer!
         (Se oye una canción de Rocío Durcal, de esas que hablan de abandono, mientras ella comienza a vestirse y a prepararse para las visitas)
         ¡Hoy vendrán las vecinas, todas son iguales, chismosas! Unas más, otras menos... chismosas y brolleras. (se vuelve hacia el espejo, se toca la cintura y se mide: 120 – 90 - 160) Cuando Venancio estaba conmigo aquí se la pasaban (imitando a las chismosas) ¡Señor Venancio, podría hacerme el favor de arreglarme la licuadora! (cambiando la voz, imitando a otra vecina chismosa) ¡Señor Venancio, el aire acondicionado! ¡Señor Venancio, la plancha se dañó!... y Venancio con aquellas ganas de plancharlas... Ahora no viene ninguna, ni siquiera a brollar... y tan sabroso que es el brollo... el brollo… ¡mal agradecidas! (se asoma a la ventana). En este vecindario todas nos conocemos (se asoma a la ventana otra vez). ¡Allí está la catira oxigenada! (la imita). ¡Enriqueta, te voy a dejar a Jhony para que me lo cuidéis! (gesto y boca torcida) y la muy puta llegaba a las tres de la madrugada tocándome el timbre.  Eso era precisamente lo que me molestaba,  no que llegara a esa hora... no, es que se pegaba en ese maldito timbre.... rrrrriiiiiiiiiiiiinnnnnnnggg, riiiiinnnnnggggg.  El timbre me sonaba adentro, en el cerebro.... dejaba de sonar y lo seguía escuchando. A mí en realidad... en realidamente, no me interesaba ni me interesa que haga de su camisa un saco y se meta en él... uf, para nada. ¡Cada quien en su templo se salva!  A veces se venía Mildred, La oxigenada; la culona Luz Divina y la coñoémadre esa que me cae tan mal, ya ni el nombre me acuerdo... cada una con sus coñitos. Eso era todo el día... ¡cuidado!, el florero, el plato, la taza, el vaso... ¡la verga! (pausa).  ¡Menos mal que Venancio!  -Y Dios tampoco quiso- me dio hijos. Ya estuviera loca. (pausa) Allí está mi hermana Minerva, más loca que una cabra. Está de guevito. No solamente habla sola, sino que se inventó un marido... a todo el mundo le dice que tiene un marido... ¡locarercoño!... que marido ni que ocho cuarto... la doctora Minerva… y se la pasa sacando presos de las prefecturas, matando tigres para no morirse de hambre (imitándola) No, el carro lo tengo en el taller.... el celular se me extravió en una tienda... D`ior, Carolina Herrera, Coco Chanel, Mayami...  ¡de mollejón!  Marañando aquí, marañando allá, pidiendo medio para completar un real. ¡Y se las da de rica!... que es lo más triste. (pausa para que continúen riéndose, caminando). Yo no me las doy de nada... lo que soy es pendeja, le hice caso a Venancio. (imitando a Venancio) Te voy a dar esto, te voy a dar aquello, que si una casita en lo alto, que si el patatín, que si el patatán... no me dio nada... ni un hijo. ¡Venancio, que pichirre! Ni un mocoso muchacho, un tripón (toma la foto de Venancio y la lanza pero con suavidad para que no se rompa). Ay, perdón Venancio, yo tampoco hice la diligencia (pausa. Continúa arreglando)
           A los quince no había pasado de tercer año, me vine graduando de bachiller a los veinte y por parasistema (pausa) mi madre me dijo: Enriqueta... ten cuidado con ese noviecito... mira que el diablo “tienta” (se toca el pubis) y tú tienes que continuar estudiando.... graduarte de abogada de la república... (maracucha) ¡Fijate en tu hermana!  (gesto de contradicción y arrechera cada vez que la comparan). ¡Mirate en este espejo! (maracucha) no he hecho otra cosa que servirle a tu padre... y fijate, ni una dormilona, ni una flor el día de las madres, ni un dulce de hicaco el día de mi cumpleaños... ese hombre es un marrajo.... ¡Carajo, qué lengua!  Tenía razón, el diablo.... y (gesto con las manos)  fue que me lo decretó.  (Mira hacia arriba como queriendo decir: matrimonio y mortaja del cielo baja)  Acompañar a un hombre por más de quince años, cocinarle, lavarle, plancharle, servirle como una cachifa... y cuando le dije que se fuera porque me tenía obstinada... el gran carajo se fue, se fue de verdad y no volvió más. Se perdió hasta el día de hoy que me llamó por teléfono. (pausa. Piensa en él) ¡Pobrecito!, cómo estará comiendo. (Se ríe un poco para sí). ¡Cómo le gustaban las caraotas, los patacones, y el cochino frito! Ay, madre, tú y tu sabiduría, dime qué hacer, si viene Venancio, qué le digo, qué hago... (mira el reloj de pulsera) ¿Quién llegará primero? ¿Y las vecinas?...  la abuela decía: matrimonio y mortaja del cielo baja... y así como quien quiere y no quiere un día conocí a Venancio. Al comienzo era espléndido... dónde te pongo... me llevaba a discotecas... a pasear... íbamos al cine, salíamos a comer... me regalaba flores.  (pausa)  ¡Después!... me halaba la silla para hacerme caer. Un día se apareció con una postal, era una hermosa rosa roja.  Me dijo, esta no se marchita.  Y nunca más me regaló un pétalo. (se mira el cuerpo otra vez y de nuevo en el espejo, se pasa las manos por la cintura) ¡Claro, antes yo tenía otro cuerpo!   Los hombres son todos iguales (abre los ojos con desmesura) ¡Qué estupideces!... los hombres dejan a las mujeres cuando perdemos la juventud y la lozanía... y uno los bota a ellos por tres razones: por ladillas, por pichirres y por malos polvos. (pausa) Yo dejé a Venancio por las tres,  pero sobre todo por ladilla (imitando a la ladilla). Enriqueta, pasame la toalla (en maracucho y por la nariz) Enriqueta los interiores, Enriqueta las medias, Enriqueta un cafecito ahí... ya no me decía el nombre...Enmmmqueta, mmqueta, mmta, eta...mmmta un vasito con agua, mmmta una carnita frita.   ¡Cualquier mierdita!... últimamente no quería mover un dedo... claro, yo tuve la culpa... lo sinverguencié... lo convertí en un inútil (PAUSA) ¡Bueno, ya él lo era,  sólo lo reforcé! (entusiasmada) él me contaba que cuando era pequeño (hace el gesto de pequeñez con la mano), bueno, cuando niño... su madre le hacía todo... su madre o sea, mi suegra, hacía todos los oficios de la casa mientras ellos, Venancio y su hermana, veían El Chavo, siiiiiiiiii... el Chavo. Eso, eso, eso.... (gesto del Chavo con los dedos)... (suena el teléfono, es la vecina).
        ¡Vecina!, cómo estás.... ay, aquí, preparándome. No vayas a venir todavía.... la torta, aquí está... dile a Gertrudis, a Mildred y a María Martínez que no vengan todavía... quiero que no estén... después te cuento... sí... sí... sí... Wilhem, ay no te quiere comer. Dale cuaquer... ammmm.....mmmm... también… puede ser lombrices… mmmm dale flores de manzanilla… no te digo pazote porque eso no se consigue… cervezas, si hay... las que tu quieras... también... (se ríe) (hace el gesto con la mano de que la vecina está hablando mucho, hasta cuando).... ¡Bueno! (la corta).
        (Aquí la actriz puede improvisar con una retahíla de voces imitando a las vecinas chismosas: actitudes, gestos, lo que se le pueda ocurrir sobre las conversaciones que a uno no le interesan y quisiéramos terminar, desconectar)
        Ay, me fastidia de verdad mi vecina. La oxigenada le digo yo, la mamá de Wilhem y Yeslania... hoy me ha llamado tres veces para preguntarme cualquier cosa.... a veces viene a visitarme y estoy.... planchando, cocinando, limpiando.... me ve y  me pregunta... qué estás haciendo. (imitándola) ¡Estás cocinando! No, estoy... estoy... y es que me provoca decirle una grosería, pero eso no es nada... es que me cuenta algo y repite y repite como si yo no la hubiera entendido. Y llega en los momentos más inoportunos... imprudente como ella sola... no tiene medida de las cosas... cómo es posible que haya gente así... la gente siempre es la gente... la gente nunca es nada buena.... Ese Venancio, él no es que sea malo... él es más bien regular (pausa) ni bueno, ni malo... medio bueno y medio malo, es decir... más o menos.  (decidida) Regular...  Régulo Pachano... ¡Gran Carajo!... (asustada) Estoy hablando de Venancio. ¡Ojo!.  (Enriqueta toma el delantal, hace un juego con él) (recordando a Venancio y el gesto del Chavo con los dedos) En esa pendejada se la pasaba... me lo imagino, echando vainas desde pequeño... no lavaba ni un plato... viviendo conmigo si lo hizo tres veces fue mucho... todo lo hacía yo (toma un trapo y sacude aquí y allá)    (pausa larga)
         Cuando me casé con Venancio, creía que ese era mi deber de esposa, que era así por siempre... era la costumbre. Ser cachifa (lanza el trapo) (pausa)  ¿Cuándo cambié?... no recuerdo exactamente cuando tomé la determinación, creo que fue cuando leí un artículo en la revista Cosmopolitan... Cuando digo no me siento culpable, algo así, no recuerdo muy bien... decía que nosotras debíamos librarnos del yugo del matrimonio, que aquello era un martirio... que si esto y lo otro. Eso fue por el dos mil... (imitando la voz de marido) ¡Mi amor pasame las chanclas! Llegaba de su trabajo y yo estaba en lo mío, atareada con el almuerzo, la vecina echando lengua y suena el teléfono. Y Venancio, Enriqueta una toalla, y el coñito de la vecina berreando. Emmmqueta, una toalla. El teléfono, rriiiinnnnn ¡Ya, basta, se acabó!... se acabaron los domingos con suegra,  los sancochos, el dominó... me cansé de los estornudos, del salero, del jabón, de las toallas y del pasame cualquier cosa. Me cansé de ser cachifa. (pausa) (hace el sonido con la boca del teléfono y hace como si fuese Venancio quien llama) (cacofónica)  Ve, Ve, Ve, Venancio (con el teléfono en la mano se desmaya, se incorpora y se queda sentada, luego se para y como recriminándose)
          Así me ponía yo cuando llamaba Venancio, como una quinceañera. Y después, haciendo ejercicios para que me viera (tocándose la cintura y las nalgas) para que me viera buenota (comienza a hacer ejercicios frente al espejo, uno, dos, uno, dos.... salta, hace flexiones de manera rápida y desaforada)
          Y uno y dos y uno y dos....y nada que venía y sonaba la corneta de un carro y salía corriendo a la ventana... tocaban a la puerta y me esnarizaba para abrir y nada que Venancio... y será que este gran carajo no va a venir nunca más... hasta el sol de hoy que me llamó, después de cuatro años.  ¿Vendrá?
          (llaman a la puerta. Tocan tres veces, ella abre y desde el público no se ve nada,  sólo se oye una voz. La voz de Venancio)
          VOZ DE VENANCIO.- ¡Enriqueta, mi amor! (Enriqueta sale corriendo y se lanza cual larga en el sofá, desmayada. Entra un mariachi y comienza a tocar la mejor melodía relacionada con el amor y el querer, al frente el cantante. Venancio vestido elegante, diferente a los mariachis, con un ramo de rosas en la mano. Hace un gesto de halago -ofrenda- al público que comienza a aplaudir).
-          Bueno, ese es el fin... no se me ocurrió otro; espero que a la gente le guste. Gustavo me miró y cerró la carpeta.
-          ¿Y cuándo lo piensas montar?  –dijo, sin mayor sorpresa.
-          Cualquier día, antes de fin de año, después que pase este verguero –le respondí con desgano.

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