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jueves, 15 de diciembre de 2011

DOS NAVIDADES, por Eva Marabotto, de Buenos Aires, Argentina

Cuando Pepe llegó al pueblo fue recibido con honores. Al fin y al cabo, hacía años que los vecinos habían levantado la capilla y el obispo no encontraba un curita joven dispuesto a instalarse para darles la comunión a los chicos del colegio de monjas y casar a las hijas de los vecinos de pro. Por eso la banda de los bomberos se acercó hasta el arco de la entrada, junto a la estatua de la virgen, para darle una bienvenida con fanfarrias y lo acompañó entonando marchas militares y alguno que otro tema de la Misa Criolla.
            Después el curita se acomodó a una vida apacible de cenas en la casa del intendente y almuerzos en lo de las damas de beneficiencia, que se peleaban por recibirlo y agasajarlo con postres y confituras. Hasta que sucedió aquello de la fábrica.
Seguramente no era un emprendimieto de gran importancia pero empleaba a una cuarta parte de los hombres del pueblo en la fabricación de chacinados. Y cuando los hombres decidieron tomarlo para reclamar mejores sueldos y condiciones de trabajo la noticia llegó a las páginas de los diarios capitalinos.
            El cura se involucró en el tema porque uno de los ministros de la eucaristía era obrero y llegaba a contarle los padecimientos. Pero el municipio no se podía dar el lujo de parar la única actividad productiva del pueblo así que el Intendente mandó rodear la planta con la policía para impedir tanto que los trabajadores saliesen como que les llegasen víveres desde afuera. En los primeros días consumieron salchichones y chacinados varios, pero en los últimos de diciembre no quedaba nada. En la semana previa  a la Navidad la situación era desesperante y Pepe se acostumbró a ver por la calle las miradas tristes o los ojos enrojecidos de los familiares de los obreros que participaban de la toma.
            Y llegó la Misa del 24 y la capilla estaba repleta de los vecinos más ilustres con sus mejores ropas. En casa los esperaban los mejores productos de la pampa húmeda y los regalos que el agro y la ganadería habían podido comprar. Al fondo estaban los más pobres, los que cruzaban el pueblo para participar de la Misa de Navidad. Llegaban con ropas más humildes y rostros apesadumbrados. Todos tenían algún familiar en la fábrica. Pepe empezó la celebración con el mayor entusiasmo. Habló del Niño de Belén y de los pastores que lo visitaron en el pesebre.  Después de la lectura explicó que la Navidad era una fiesta para todos y los invitó a buscar algo de lo que iban a disfrutar en sus casas para compartilo en una celebración con los hermanos de la fábrica.
            De inmediato el intendente, los concejales, el dueño del hotel y el de la estación de servicio, sus mujeres e hijos, sus amigos íntimos y algunos conocidos se empezaron a revolver inquietos en los bancos. Cuando algunos del fondo aplaudieron las palabras de Pepe, el intendente tomó a su esposa del hombro y caminó hacia la salida. Detrás se encolumnaron los vecinos ilustres que prefirieron marcharse a su propio festejo.
            Los más pobres entre los pobres siguieron el concejo del curita. Volvieron a sus casas y volvieron con los mejores platos de la cena de Navidad. Juntos se encaminaron hacia la puerta de la fábrica donde los policías lamentaban pasar la Nochebuena sin sus familias. Al ver a la procesión que llegaba entonando villancicos los uniformados prepararon sus armas sin saber muy bien que hacer.
            El cura ni se inmutó y siguió avanzando mientras repasaba las canciones de la Misa Criolla. Cuando llegó a la barrera de agentes ni siquiera hizo el ademán de detenerse y cuando parecía que iba a chocar con el arma de uno de ellos, éste bajó el arma y lo dejó pasar. Los vecinos pasaron detrás con sus cenas navideñas y una que otra sidra. Aquella noche hubo fiesta en la fábrica y cuentan que los villancicos se oían desde los pueblos del otro lado de la ruta.
            Al día siguiente el intendente apuró la resolución del conflicto porque  no quería que el pueblo llegase a los diarios sólo por sus problemas gremiales. Pero los vecinos más ilustres jamás le perdonaron al cura Pepe el desplante en medio de la Misa de Navidad. Y poco a poco dejaron vacíos los bancos durante las misas de la capilla. Después de aquella Navidad menguaron los bautismos y las niñas bien prefirieron ir a casarse a la catedral diocesana. 
            De a poco la capilla se convirtió en un museo y Pepe en el anticuario que custodiaba ornamentos de oro, vitrales fabulosos y un silencio ensordecedor. Por despecho la gente del centro dejó de participar de las celebraciones y los pobres, resuelto su problema y con la panza llena se olvidaron del curita aquél. La capilla fue quedando vacía.
            Y de nuevo llegó la Misa de Navidad. Pero esta vez no había ricos en los primeros bancos y pobres en el fondo. Los pasillos estaban vacíos cuando Pepe entró con su vestimenta de fiesta para anunciar el Nacimiento de Belén. Pero pensó que todavía había esperanzas de despertar al pueblo y comenzó a oficiar la misa a viva voz aunque no hubiese un solo feligrés para escucharlo. El leía y cantaba, predicaba y contestaba con toda la fuerza que le permitína sus pulmones.
            La noticia la dio el cartero que había quedado hasta tarde repartiendo salutaciones navideñas. Pasó por la iglesia y vio el templo iluminado, las puertas abiertas de par en par y adentro un cura solitario que rezaba misa para si mismo. La mujer del almacenero se compadeció de Pepe. Al fin y al cabo, había bautizado a sus nietos y corrió a participar de la ceremonia. En el camino, la entusiasmó a la tendera y a la directora de la escuela de  señoritas. Detrás llegaron varios peones que estaban en el bar y los muchachos del taller mecánico. Cuando tocó darse el saludo de paz entraron algunos de los obreros de la fábrica que Pepe había visitado en Nochebuena y detrás sus mujeres y sus hijos que habían cruzado medio pueblo a la carrera para venir a celebrar la Navidad.
            Y ese día, Pepe volvió a ser de una vez y para siempre, el cura de los pobres.

2 comentarios:

  1. ¡Preciosa historia! Cualquier semejanza con la realidad NO es pura fantasía. Bendiciones.

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  2. Cierto, tocaya: Aquí está la historia que me contaron del obispo Montes, pero también una anécdota bastante conocida de Jaime De Nevares. Abrazo!!

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