Todo
sucedió, o mejor dicho no sucedió, en el Wine
Bar de Vía Firenze, a metros de Vía Nazionale, en pleno centro de Roma, a
no más de 200 metros de Piazza Repubblica.
No se trataba propiamente de un bar de vinos, ahora tan de moda en la capital italiana, que hasta “wine bar literarios” han instalado alternando estantes de botellas con bibliotecas, ambos bien surtidos. Era más bien lo que en Buenos Aires llamamos un barcito, ideal para tomar un espresso con un cornetto (el primo italiano del croissant francés) o una birra con un panino. Como buena estrategia de negocios, sus jóvenes dueños habían arreglado con pequeños hoteles vecinos servir el desayuno a sus pasajeros.
No se trataba propiamente de un bar de vinos, ahora tan de moda en la capital italiana, que hasta “wine bar literarios” han instalado alternando estantes de botellas con bibliotecas, ambos bien surtidos. Era más bien lo que en Buenos Aires llamamos un barcito, ideal para tomar un espresso con un cornetto (el primo italiano del croissant francés) o una birra con un panino. Como buena estrategia de negocios, sus jóvenes dueños habían arreglado con pequeños hoteles vecinos servir el desayuno a sus pasajeros.