“Oponerse a las supersticiones colectivas no es un buen
negocio”, Rodolfo Fogwill.
Hace algunos días sobrevino el fin del mundo. O al menos eso
es lo que creyeron leer millones de personas alrededor del mundo en un antiguo
jeroglífico maya que predecía para esa fecha el comienzo de una nueva era. Lo
curioso es que unos 15 mil argentinos, según informaron los operadores
turísticos, eligieron para pasar su probable último día de existencia en el
cerro Uritorco, el punto más alto del cordobés Valle de Punilla.
Pero hoy ya es enero y la hecatombe
no llegó. Yo estoy en una suerte de mercado persa que ofrece desde cartas
astrales a masajes energéticos a los pies del famoso cerro que está allí, al
alcance de la vista, inmenso y majestuoso y teñido con tintes dorados a la
caída del sol. Así que me gusta pensar que me encuentro en un tiempo de
descuento o una especie de isla de Lost. Puede que estemos todos muertos y yo
esté transitando el paraíso terrenal. De cualquier modo estoy dispuesta a
averiguar qué es lo que hace tan especial a esta montaña que orilla los 1.950
metros, menos de la cuarta parte del majestuoso Everest.